Adolf von Baeyer (1835, Berlín – !917, Stauberg) recibió el premio Nobel de Química en 1905 “en reconocimiento de sus servicios en el avance de la química orgánica y de la industria química, a través de su trabajo sobre tintes orgánicos y compuestos hidroaromáticos”. Hijo de un teniente general prusiano y madre de origen judío, desde niño demostró su afición por la química: a los doce años descubrió una sal doble de cobre. En 1857, trabajando en Heidelberg en el laboratorio de Bunsen, publicó su primer artículo, que trataba sobre el cloruro de metilo. Después se doctoró bajo la tutela de Kekulé con un estudio sobre compuestos de cacodilo. La investigación de los derivados del ácido úrico le llevó al descubrimiento del ácido barbitúrico en 1863, cuyas sales, los barbituratos, son drogas hipnóticas y sedantes. Este logro le sirvió para ser nombrado profesor de Química Orgánica en Berlín, sin paga pero con laboratorio. En 1865 descubrió el indol y realizó la síntesis parcial de la indigotina. Tras la muerte de Liebig en 1873, le sucedió como profesor en Munich, donde entrenó a muchos jóvenes futuros investigadores. En 1890 sintetizó el índigo (añil) y formuló su estructura, lo que permitió su elaboración industrial a partir de productos del alquitrán y, consecuentemente, su abaratamiento, ya que tenía que ser importado de India y extraído de las plantas. También sintetizó otros tintes derivados de la ftaleína, además de trabajar con el acetileno, poliacetileno y los compuestos de oxonio. Propuso también una teoría que justificaba por qué los anillos de cinco y seis átomos de carbono son más frecuentes en la naturaleza que los de diferente numero de átomos.
Una enfermedad impidió a Johann Friedrich Adolf von Baeyer acudir a la entrega del premio Nobel, que recogió el embajador de Alemania, por lo que no hubo la esperada conferencia. El profesor pasó toda su vida dedicado a la química, significado por su perseverancia y por su habilidad experimental extraordinaria. Su obra, y la de sus numerosos discípulos, en la memoria queda.
Richard Willstätter (1872, Karlsruhe – 1942, Locarno) obtuvo el premio Nobel de Química en 1915 “por sus investigaciones en los pigmentos de las plantas, especialmente en la clorofila”. Discípulo y ayudante de von Baeyer, se doctoró en 1894. En principio estudió la estructura y síntesis de los alcaloides atropina y cocaína, dedicándose después a trabajar con la quinona y sus compuestos, lo que le sirvió para adentrarse en el estudio de los pigmentos de las plantas y los animales. En 1902 sucedió a J.Thiele como profesor en Munich y en 1905 se trasladó a Zurich donde estuvo hasta 1912. Después, tras pasar por la Universidad de Berlín, sucedió a su maestro von Baeyer en Munich. En la investigación sobre la hemoglobina, los antocianos, que son los colorantes de las flores y frutas, y la clorofila, esa maravillosa molécula que permite transformar la luz solar en alimentos y, por tanto, de la que depende la vida de todos los seres excepto la de algunos microorganismos, Willsttätter tuvo que enfrentarse a la dificultad de las separaciones químicas de sustancias tan similares de composición como son los pigmentos. Para lograrlo utilizó la cromatografía inventada por Mijail Tsvet y desarrollada por Martin y Synge. En la disertación de aceptación del premio Nobel, que tituló “Sobre los pigmentos de las plantas”, nos contó sus trabajos. Comenzó recordando que su investigación estaba unida a la que realizó Berzelius en 1837 y 1838 sobre los pigmentos de las hojas. Enfatizó en lo difícil que le resultó la separación de la clorofila. Después de comprobar que era hidrolizable por los ácidos y las bases, saponificó la clorofila con hidróxido de potasio y obtuvo, al final, clorofilinas que contenían un 3% de magnesio unido a nitrógeno mediante enlace complejo. Además, determinó la fórmula del fitol : C20 H39 OH y, a partir de él, obtuvo por etanolisis clorofila cristalizada, que es etilclorofilida. Estos trabajos iban encaminados a la obtención de la fórmula estructural de la clorofila, pero Willsttätter se preguntaba si no habría más de una clorofila y se encontró con dos compuestos que tenían diferente coeficiente de reparto: uno verde azulado de fórmula C55H72O5N4Mg y otro verde amarillento de fórmula C55H70O6N4 Mg; ambos son esteres degradables a etioporfirina, pero su estructura exacta es difícilmente asignable, dijo. El magnesio ocupa en la clorofila la misma posición que el hierro en el grupo hemo de la hemoglobina. Después de sus investigaciones con la clorofila, Willsttätter se dedicó al estudio de los pigmentos de las flores, las antocianinas, que resultaron ser glucósidos de las antocianidinas, es decir, compuestos fenólicos con moléculas de glucosa, galactosa y ramnosa. Por ejemplo, la cianidina con dos moléculas de glucosa es el pigmento de las rosas, con una molécula de glucosa, el del crisantemo, con galactosa, el del arándano, etcétera.
La Gran Guerra paró sus investigaciones. En los años 1916 y 1917 no se concedieron premios Nobel. Después, Willsttätter trabajó con enzimas pero se equivocó al creer que no eran proteínas. Como era judío, en 1924 renunció a la cátedra en protesta contra el antisemitismo y en 1939 se marchó a Suiza y escribió una autobiografía.
Hans Fischer (1881, Hoechst – 1945, Munich) recibió el premio Nobel de Química en 1930 “por sus investigaciones en la constitución de la hemina y de la clorofila y especialmente por la síntesis de la hemina”. En 1904 se graduó en Química en Marburgo y en 1906 en Medicina en Munich, donde se doctoró en 1908 bajo la dirección del profesor Friedrich von Müller. Después pasó a la Universidad de Berlín como ayudante de Emil Fischer, con el que no tenía parentesco, y más tarde sucedió a Windaus en Innsbruck cuando este se trasladó a Gotinga, pasó por Viena en 1918 y, finalmente, sucedió a E.F.Wieland en 1921 como profesor de Química Orgánica en la Universidad Técnica de Munich. En estos tiempos ya había iniciado sus investigaciones sobre los pigmentos de la sangre, de la bilis y de las hojas, basándose en la química del pirrol para abordar la síntesis de estos pigmentos. En su conferencia del Nobel titulada “Sobre la hemina y las relaciones entre la hemina y la clorofila” dio una relación pormenorizada de los pasos que le condujeron a la síntesis del grupo hemo, la parte de la hemoglobina que no tiene naturaleza proteica. La fórmula del hemo es C34 H32 O4 N4 Fe Cl y Fischer demostró que estaba constituido por cuatro núcleos de pirrol ligados por grupos metino, sintetizándolo mediante los siguientes pasos: en principio obtuvo doce porfirinas y partiendo de la mesoporfirina la trasformó en deuteroporfirina, que por reducción condujo a hematoporfirina, por deshidratación a protoporfirina que al captar hierro se transformó en el grupo hemo. Una trayectoria que le valió el Nobel. Pero Fischer no se quedó ahí. Siguiendo las investigaciones de Willsttätter sobre la clorofila, obtuvo la etioporfirina, idéntica a la del pigmento de la sangre y acabó demostrando por síntesis que la clorofila es muy parecida a la del hemo. Para Fischer esta semejanza era indicativa de un origen evolutivo común de los pigmentos necesarios para la vida de los animales y de las plantas, una hipótesis que bien merecía un tratamiento experimental.
La fatídica Segunda Guerra Mundial estaba finalizando. Un bombardeo británico destruyó el laboratorio de Hans Fischer, su vida. El buen hombre no pudo superarlo y se suicidó.