2015. Creencias religiosas. Y recordando a Oliver Sacks

El 13 de noviembre del 2015, tres grupos de terroristas pertenecientes al Estado Islámico, coordinados, realizan seis ataques casi simultáneos en distintos puntos de París, matando a 130 personas e hiriendo a otras 352 ¿De dónde vienen? ¿Qué es el Estado Islámico?
En junio del 2014, una facción separada de Al Qaeda proclama califa, en Mosul, al irakí de cuarenta años Abu Bark al-Bagdadi (nombre en honor al suegro de Mahoma). El califa es el jefe supremo de todos los musulmanes. El nombre árabe adoptado para el califato es Daesh, siglas de Estado Islámico de Irak y el Levante. Sus integrantes se definen como suníes salafistas y enfocan su fe desde el origen del islam, al que dicen que hay que volver, tanto ellos como el resto del mundo. Consideran apóstatas a los doscientos millones de chiíes (que representan el quince por ciento de los musulmanes), ya que se atreven a innovar algunos aspectos del Corán, el libro sagrado, por lo que deben ser condenados a muerte. Al resto de humanos se les impondrá la ley islámica (sharía), los cristianos que se sometan pueden ser indultados si contribuyen económicamente o esclavizados. El Daesh va más allá que Al Qaeda: establece una yihad, en su faceta de guerra santa, por la que tiende a expandir su territorio sin descanso. Así, atrayendo hombres y mujeres, incluso occidentales, y financiándose sepa Alá cómo, han conquistado no sólo parte de Irak, sino de Siria y Libia aprovechando las guerras civiles existentes. El Estado Islámico ha planteado una guerra mundial, incluyendo los atentados terroristas en cualquier parte del orbe ¿Cómo defenderse?
Además de los ‘lobos solitarios’ fundamentalistas, hay otros criminales que provocan masacres. El 24 de marzo del 2015, el alemán Andreas Lubitz, de 29 años de edad, copiloto de la compañía aérea Germanwings, decide suicidarse estrellando el avión de pasajeros contra los Alpes franceses, aprovechando la ausencia momentánea del comandante. Parece ser que tenía una baja por problemas psicológicos derivados, precisamente, de sus tendencias suicidas. Mató a todos los que iban en el avión: 144 personas, entre ellas dos profesores de instituto y sus dieciséis alumnos, y a los otros cinco de la tripulación.

En las elecciones generales para el gobierno de España, a los dos grandes partidos que se han turnado en el poder, PP y PSOE, les han crecido dos enanos: uno procedente de la indignación de las izquierdas, Podemos, y el otro, Ciudadanos, heredero triunfante de los reformistas catalanes. La proclamación de un Gobierno parece imposible en esta nación de naciones donde todos van contra todos.
Durante la campaña electoral, los partidos políticos españoles hablaron poco o nada de unos temas vitales de los que sí trató el jesuita coronado Papa con el nombre de Francisco (en memoria del pobrecito de Asís) en su encíclica ‘Laudato si’. En ella, el Papa expresa sus opiniones sobre el medio ambiente y el desarrollo sostenible, manifestándose a favor de una drástica reducción de la extracción y empleo de los combustibles fósiles y su sustitución por energías alternativas, y mostrándose en contra del consumo irresponsable generador de desechos innecesarios y contaminantes. (El periodista Lluis Basset aporta el dato de que el 52 por ciento de los católicos de EEUU no creen que el calentamiento global tenga consecuencias graves para el planeta). El papa Francisco aboga también por la protección de los más débiles, esto es, de los pobres, de los discapacitados y ¡cómo no! de los embriones. Ya se había manifestado en otras ocasiones en contra del aborto, pero también había llorado por la muerte de los migrantes ahogados en el mar, criticado a una sociedad que pone en el centro a un ídolo que se llama dinero (¿el de las finanzas vaticanas?) y que es capaz de condenar a cadena perpetua, una condena a muerte encubierta.

En el año 2015 muere el escritor barcelonés Francisco González Ledesma, nacido en 1927. Su primera novela, que data de 1948, fue prohibida por la censura por su supuesto izquierdismo pornográfico, lo que le llevó a ganarse el sustento escribiendo unas mil novelas “del oeste”, a razón de una por semana, bajo el seudónimo de Silver Kane. También escribió unas treinta novelas románticas con el nombre de Rosa Alcázar. Cuando fue superada la dictadura franquista, volvió a escribir con libertad y en 1984 ganó el premio Planeta con la novela negra ‘Crónica Sentimental en Rojo’, protagonizada por Méndez, un policía de barrio con cierto olor anarquista, amigo de putas y controlador de macarras, cacos, travestis y camellos, que expone su objetivo: “No quiero que la ley que no ha protegido a la víctima, proteja al asesino”. F.G.Ledesma escribió once novelas con Méndez y la ciudad de Barcelona como protagonistas. En la última de ellas, en el último párrafo, muere Méndez en la calle víctima de un disparo accidental “como si no hubiera peores maneras de morir”. La novela fue editada en el año 2013. Algunas frases escogidas aquí y allá muestran el carácter político de Ledesma: “Cuando existía la URSS, el capitalismo tenía enfrente un enemigo, y…surgió el capitalismo con rostro humano…pero ahora el capitalismo no necesita cambiar de rostro”. “El primer gobierno de la izquierda (Felipe González) comprendió que había un mercado superior a él y rompió la regla sagrada de la seguridad en el trabajo para que el mercado se mantuviese. El segundo gobierno de la izquierda, esclavo de las multinacionales, abarató el despido”. “Ha desaparecido la idea del contrato laboral fijo y la dignidad del trabajo…El patrono fija el precio que le conviene…y el dilema para el trabajador sólo es este: lo tomas o lo dejas”.

La obra más difundida del escritor y periodista uruguayo Eduardo Galeano (1940 – 2015) es ‘Las Venas Abiertas de América Latina’ que el presidente de Venezuela Hugo Chávez regaló a Barack Obama. Tan admirado es Galeano en Hispanoamérica que ha sido nombrado doctor ‘Honoris Causa’ por seis universidades de México, Argentina, Cuba y El Salvador. La obra, finalizada hacia 1978, constituye un repaso histórico social, político y económico. Nos cuenta que, cuando se inició la conquista, en América Latina había setenta millones de indios y que 150 años después sólo quedaban tres millones y medio: padecieron la maldición de su propia riqueza. Los españoles sacaron oro que se gastaron en guerras europeas y los portugueses, siglos después, se llevaron de Brasil mucho más oro, que acababa en manos de los comerciantes ingleses. También nos informa de que el cultivo de la caña de azúcar dio lugar a la aparición de los latifundios y a la llegada de esclavos y que la explotación del café, del cacao, del henequén y de las frutas benefició más a quienes lo consumen que a quienes lo producen: en Europa y EEUU reportan empleos y capitales, en América Latina, sueldos de hambre. Tras la independencia, las naciones hispanoamericanas tenían un idioma común, pero no comunidad económica, por lo que fracasaron Bolívar, Artigas y San Martín en sus intentos de unidad. La diosa tecnología no habla español, dice Galeano. Así, la industria textil inglesa, la más desarrollada del mundo gracias a la revolución industrial, se comió a la hispanoamericana tras la independencia. Además, el libre comercio, mantenido a veces a sangre y fuego, puso a América Latina en la órbita británica, de la que saldría en favor de EEUU. El trasplante de tecnología, afirma Galeano, implica subordinación cultural y económica y no resuelve el problema del subdesarrollo: los tecnócratas exigen la bolsa o la vida con más eficacia que los marines; ahora los traficantes de esclavos operan desde el ministerio del trabajo. Perdimos el derecho a llamarnos americanos, concluye, en la actualidad América es EEUU.

El premio Nobel de Literatura no lo disfrutó Galeano, pero en el 2015 se lo concedieron a Svetlana Aleksiévich, una periodista nacida en Ucrania en 1948 y nacionalizada bielorrusa. Sus libros consisten básicamente en la denuncia de los horrores ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial y en la guerra rusa de Afganistán, así como en la caída de la URRS y en el accidente de la central nuclear de Chernóbil. Aleksiévich también critica con dureza las oscuridades políticas del presidente Putin. Algunos opinan que su periodismo no alcanza la calidad literaria adecuada a los premios Nobel, mientras que otros esperan que, en el futuro, se concedan también a los cómics y a la novela gráfica.

Elon Musk es un economista y físico sudafricano nacido en 1971 que se considera hijo de la ciencia ficción y pretende revolucionar la sociedad con sus invenciones. Supuesto heredero de la visión comercial de Edison y de la imaginación científica de Tesla, ha fundado varias empresas innovadoras: Pay Pul, para efectuar pagos en línea; Solar City, para electricidad en automóviles por medio de paneles solares; Tesla Motors, fabricante de automóviles eléctricos; Power Wall, productora de un batería que se combina con paneles solares para almacenar energía en los hogares; Space X, un transbordador espacial para ir a Marte en el 2026; Hiperloop, una cápsula que se mueve en un tubo levitando a baja presión y alcanzando los 1000 km/h. (No hay datos sobre la viabilidad y rentabilidad de estos negocios).
Lo que no ofrece duda es el impacto que ha supuesto en la sociedad la invención del rayo láser, empleado tanto en la transmisión de datos como en operaciones quirúrgicas, entre otras muchas aplicaciones. En el 2015, muere el científico estadounidense Charles Townes a los 99 años de edad. En 1964 recibió el premio Nobel de Física junto a los rusos Nikolay G. Basov y Aleksander M. Prokhorov “por sus trabajos en electrónica cuántica que condujeron a la construcción de instrumentos basados en los principios del máser y del láser”. Además, Townes impulsó la astronomía de radio e infrarroja, descubriendo en el espacio interestelar la existencia de moléculas de agua y amoniaco. Townes tenía unas creencias religiosas que son infrecuentes entre los científicos: era cristiano ferviente con una fe sin fisuras en el diseño inteligente y en la intervención divina en los actos cotidianos de las personas. Por la defensa de estas ideas obtuvo el premio Templeton, mejor dotado que el Nobel.

El premio Nobel de Física del 2015 lo consiguieron el japonés Takaaku Kajita, nacido en 1959, y el canadiense Arthur McDonald, nacido en 1943. El primero trabaja en el detector de neutrinos Super Kamiocande, situado a 1000 metros bajo tierra, y el segundo en el Observatorio de neutrinos de Sudbury, situado en una antigua mina de níquel a 2000 metros de profundidad. Ambos detectores están llenos de agua pura y contienen el gran número de fotomultiplicadores necesario para detectar los elusivos neutrinos. Estos investigadores y sus numerosos equipos pretendieron encontrar la justificación al hecho de que se observaba un porcentaje de detecciones de neutrinos inferior al esperado. Conocían la existencia de tres tipos de neutrinos: muon, electrón y tau, y sabían que sólo los electrónicos eran detectables, por lo que dedujeron que estos mutaban durante su desplazamiento a las otras dos formas. Como esta transformación sólo es posible si las partículas tienen masa, la conclusión es clara: ¡los neutrinos pesan! ¿Cuánto?

El premio Nobel de Medicina o Fisiología del 2015 se lo concedieron, como es usual últimamente, a tres investigadores: a la china Tu Youyou, nacida en 1930, por su éxito en combatir la malaria con artemisinina obtenida de una especie de ajenjo chino (aunque parece que las bacterias tienden a desarrollar resistencia); al japonés Satoshi Omura, nacido en 1936, de la Universidad Kitasato, y al irlandés William Campbell, nacido en 1930, por el empleo de la ivermectina producida por bacterias del suelo para combatir enfermedades producidas por gusanos: la elefantiasis deformante y la oncocercosis o ceguera de los ríos.

El premio Nobel de Química del 2015 se lo concedieron a tres investigadores de distintas nacionalidades que trabajan en EEUU estudiando cómo reparan las células las mutaciones que sufre el ADN durante la división celular. Una acumulación de errores puede generar, por ejemplo, cáncer; si se logra inhibir el mecanismo de división, se puede reparar la célula. El sueco Thomas Lindahl, nacido en 1938, y Aziz Sancar, nacido en 1946 y segundo premio Nobel turco tras Orhan Pamuk, emplearon enzimas para cortar trozos del ADN dañado sin que esto impida que el sistema siga funcionando, mientras que el estadounidense Paul Modrich, nacido en 1946, trata de corregir los errores durante la división.

Oliver Sacks

En el año 2015 muere en Nueva York el neurólogo Oliver Wolf Sacks, nacido en Londres en 1933. Sus padres eran médicos judíos y uno de sus tíos era fabricante de bombillas con filamento de wolframio. Este tío fue el que despertó en el niño Oliver la afición por la química, como nos contaría en el libro de memorias publicado en el 2001 ‘El Tío Tungsteno. Recuerdos de un Químico Precoz’. El tío del wolframio le enseñó a Oliver (¡que también se llamaba Wolf!) su gran colección de metales y le hizo un experimento: limpió con mercurio la ligera capa de óxido que recubría y protegía un alambre de aluminio para observar la rápida y completa oxidación posterior del metal. El asombro llevó al niño a aprender los nombres y propiedades de los metales, así como de los minerales de los que eran extraídos. Los padres permitieron a Oliver usar una habitación de la enorme casa familiar como laboratorio y los tíos le suministraban aparatos y productos químicos, ¡incluso peligrosos y tóxicos, venenos como el cianuro potásico! ¡Aquellos años tan permisivos! (El adolescente moreno, es decir, el que esto escribe, tuvo que desarrollar su vocación con medios muy inferiores). Así, Oliver comenzó a hacer las adictivas cristalizaciones (a un alumno del pelicano, es decir, del que esto escribe, le amenazaron con echarle de su casa si no dejaba de emplear los cacharros de la cocina y colocarlos en los sitios más recónditos para obtener compuestos cristalinos), a fabricar volcanes de dicromato amónico, a obtener compuestos coloreados como el azul de Prusia, a explorar las reacciones exotérmicas como la combustión del magnesio, a echar al agua trozos de sodio ¡y de potasio, rubidio y cesio, cuenta! para observar las violentas reacciones y sus diferencias. (Incluso dice que echó ¡kilo y medio de sodio! a un estanque de Highgate: o lo soñó o salió en los periódicos narrando el espanto de la gente por las llamas que salían del agua). Tras la lectura de los experimentos del químico poeta Humphrey Davy, el niño Oliver también hizo electrólisis para obtener gases y metales, y mediante otras lecturas se adentró en la producción de compuestos odoríferos, como el destilado de lavanda o el aroma de peras, de suaves olores, o de sulfuros, seleniuros y telururos de hidrógeno, tóxicos y apestosos. (El doctorcito moreno, es decir, el que esto escribe, también estuvo involucrado en el estudio de los aromas de frutas y constató – él y los que estaban a su alrededor – la peste asquerosa que emanaba de los ácidos butanoico y pentanoico). El niño jugó con todo lo que caía en sus manos o en sus lecturas, con los colores de los elementos a la llama y con un pequeño espectroscopio que le regaló su tío. En el libro, el viejo Sacks se dedica a desarrollar, paralelamente a sus hazañas infantiles, una minihistoria tanto de la química de los primeros tiempos, como de las radiaciones, de la radiactividad, de la estructura atómica y de la energía de las estrellas. Al niño Oliver le abandonó la química a los catorce años, cuando comenzó a seguir las aburridas enseñanzas regladas. Mucho más tarde, a los sesentaicuatro años de edad, Sacks recibió un regalo de su amigo Roald Hoffmann, químico teórico ganador del premio Nobel en 1981: una gran tabla periódica con fotografías de los elementos, un catálogo que indicaba donde adquirir productos y un trozo de tunsgteno (wolframio) sinterizado. El regalo activó los recuerdos de Sacks, que se puso a estudiar química y a escribir el libro. Además, colocaba sobre su escritorio una muestra del metal cuyo número atómico coincidía con los años que iba cumpliendo: 74 wolframio, 75 renio, 76 osmio…Sacks murió a los 82, número atómico del plomo, pero claro, en el plomo acaban las series radiactivas.
Oliver Sacks se licenció en biología y fisiología a los 21 años y se especializó en cirugía, siguiendo la tradición materna, a los 25. Dos años después estaba en Montreal y poco más tarde en la UCLA. A los 32 trabajaba en Nueva York como neurólogo, profesión en la que permaneció de por vida. Sacks fue contratado por un hospital o manicomio para atender a los enfermos de Parkinson con su nefasta secuela: la encefalitis letárgica, una inflamación del encéfalo que produce la muerte o, en los supervivientes, una semiinconsciencia próxima a la catatonia. Se suponía que la enfermedad era originada por el virus de la llamada ‘gripe española’ de 1918, que afectaba a la ‘substancia nigra’ del cerebro, produciendo en ella degeneración de neuronas: como la destrucción de células se desarrolla a lo largo de los años, los síndromes postencefálicos pueden manifestarse años después de la lesión original. (Actualmente se especula que la encefalitis letárgica es producida por una reacción autoinmune ante una bacteria mutada). Sacks publicó en 1973 un libro de unas seiscientas páginas, ‘Despertares’, en el que curiosamente tan sólo citaba el virus un par de veces: no buscaba el origen, sino la terapia, un tratamiento con levodopa administrada a cada enfermo en dosis personalizadas. El libro es un anecdotario clínico en el que el autor nos cuenta pormenorizadamente cómo los enfermos se despiertan de su letargo: desafortunadamente durante un breve tiempo. Y es que parece imposible erradicar una enfermedad sin conocer sus causas para poder atacarlas. Sacks se golpeaba contra un muro porque empleaba tan sólo el arte (triste) de la medicina. Harold Pinter escribió una obra de teatro inspirada en ‘Despertares’ que interpretó la celebrada Judi Dench, pero mayor fama alcanzó la película dirigida por Penny Marshall: Sacks se asombraba de la capacidad de estudio y concentración de Robert de Niro en el papel de uno de los enfermos por el que optó al Óscar y de la perfecta mímesis que hizo Robin Williams del propio Oliver.
Oliver Sacks confesaba ser un escritor compulsivo. Llenaba cuadernos de notas que le servían después para publicar libros. En ellos, nos cuenta su temprana afición por la biología impulsada por un profesor y por el ‘Cannery Row’ de John Steinbeck y enfocada al estudio de los inteligentes cefalópodos que, ellos sí y no las familias reales, tienen sangre azul porque en vez de hierro captan el oxígeno mediante el cobre contenido en sus moléculas hemo. Asimismo, en su ‘Diario de Oaxaca’ nos cuenta una excursión en busca de helechos arborescentes, plantas criptógamas que tienen los órganos reproductores, esporangios con esporas, ocultos en la parte inferior de los frondes u hojas fértiles, al contrario de las plantas con flores, fanerógamas, que exhiben impúdicamente sus órganos sexuales y sus colores para atraer a los insectos y aves. Pero la mayoría de los libros que nos legó Sacks están relacionados con el cerebro. Su afición por la música, que le llevó a interpretar partituras al piano, se tradujo en la escritura de un libro de éxito: ‘Musicofilia. Relatos de música y el cerebro’. De su trabajo como neurólogo extrae muchos casos extraños y sorprendentes que nos detalla pormenorizadamente en varios libros: un cirujano con síndrome de Tourette (con tics convulsivos, mímica y maldiciones involuntarias como algunos despertares de la encefalitis letárgica) que operaba sin problemas; un pintor ciego al color; otro capaz de pintar de memoria con total exactitud; autistas prodigiosos llamados ‘idiotas sabios’; enfermos de Parkinson, de ELA, de agnosia visual, etcétera. Todos sus libros tuvieron grandes ventas, fueron traducidos a muchos idiomas…y tuvieron fuertes críticas; alguien dijo, parodiando el título de una de sus obras, que Sacks fue “el hombre que confundió a sus pacientes con una carrera literaria”.
Oliver Sacks tenía una personalidad excesiva. Cuando su madre conoció que era homosexual le recitaba el levítico: “No te acostarás con varón como con mujer: es abominación”; y él contestaba que el sexo, la religión y la política eran capaces de despertar sentimientos irracionales. Tuvo ligues homosexuales hasta que llegó el escritor, actor y director de cine, nacido en Nueva York en 1948, Billy Hayes, famoso porque contó su prisión y fuga de Turquía por contrabando de hachís en la novela ‘Expreso de Medianoche’, llevada al cine por Oliver Stone como guionista y Alan Parker como director. Hayes acompañó a Sacks hasta su muerte. Que éste usó en exceso su cuerpo lo demuestran los miles de kilómetros que recorrió en moto, el asiduo ejercicio de la natación de fondo, el culturismo y el levantamiento de pesas, donde obtuvo un record, todo ello adobado, confiesa, con el consumo moderado de porros con anfetamina. En el ejercicio de su profesión tuvo relación con muchas personalidades: con Aldous Huxley, el autor de ‘Mono y Esencia’, al que describe como un esqueleto de pelo largo; con Arthur Koestler, judío lituano que escribió ‘Del Cero al Infinito’; con Burrhus Skinner, el conductista al que interrogaba sin recibir contestación sobre lo que había entre el estímulo y la respuesta; con su ‘hermano’ S. Jay Gould, el del equilibrio puntuado de la evolución, que tiene lugar de meseta estable a meseta estable; con Francis Crick, codescubridor de la estructura del ADN, ahora dedicado a investigar la base biológica de la conciencia; con Gerald Edelman, para el que hacía trabajo de campo a fin de establecer una visión global de la mente y la conciencia. Oliver Sacks se autocriticaba diciendo que “los neurólogos nos contentamos con la fenomenología de la enfermedad o el daño cerebral y no dedicamos mucha reflexión a los mecanismos precisos involucrados”. Se consideraba un viejo judío ateo que era inútil como investigador. Enfermó de un melanoma ocular que, al final, se le complicó con un cáncer de hígado. Durante esos nueve años se sintió vivo y escribió libros y la autobiografía ‘En Movimiento. Una Vida’, pero deseaba vivir bastante para conocer los avances de la física nuclear y la resolución del problema de cómo el cerebro produce la conciencia. Sabe que va a morir y quiere que le lleven en una silla de ruedas hasta un paraje en el que pueda contemplar en sus últimos momentos el cielo salpicado de estrellas.

Notas sobre la transmisión de creencias religiosas

Los neandertales, que dominaban Europa hace 45.000 años, eran enterrados con instrumentos que podían ser usados en ‘la otra’ vida ¿Esperaban lo sobrenatural? Los antropólogos dicen que sus cráneos eran mayores que los nuestros, por lo que posiblemente nos superaran en capacidad intelectual. Cinco mil años después no quedaba de ellos más que las huellas genéticas que habían dejado en su cruce con los cromañones.

El llamado ‘animismo’ consistió en dotar de espíritu, además del Sol y de las estrellas, a los vientos, nubes, ríos, árboles y otros objetos que representaban un papel en el universo junto a los animales y las personas. Posteriormente, esta visión se transformó en un politeísmo: todos los vientos o todos los bosques se agruparon bajo dioses particulares y estos acabaron siendo dirigidos por un dios único en el monoteísmo.

La cultura egipcia es muy antigua. Blasco Ibáñez dice que la esfinge tiene más de 7000 años, cuando Adán y Eva aún no estaban en el Paraíso. Los egipcios eran politeístas, salvo en el breve paréntesis de monoteísmo que el faraón Akhenatón, marido de Nefertiti, concedió al dios Atón. En la mayoría de las Dinastías egipcias, el Faraón (La Gran Casa) era el representante vivo de todas las divinidades y, con el dios Ra, hacía salir el Sol por las mañanas. La monarquía divina consolidó a Egipto como nación.

El ‘hinduismo’ exhibe una trinidad de dioses: Siva, el destructor y reproductor, Vishnú, el conservador, y Brahma, el creador. La casta superior, sacerdotal, adora a Brahma como el dios principal, y los demás hindúes adoran a Siva y a una de sus esposas, Kalí, mientras que Vishnú tiene menos devotos. La tradición está reflejada en los libros védicos, de los que el Upanishad tuvo influencia en las religiones del Oriente Medio. Herejías del hinduísmo fueron los sijs, el jainismo y el budismo. Los sijs (o sikhs), que no son vegetarianos como los brahmanistas y comen carne, son fuertes soldados. Los jainistas tienen prohibido dañar a cualquier ser viviente. Buda nos informó de que el alma no existe, el karma es la energía que sobrevive al hombre cuando muere y conecta esta vida con la siguiente. Al Buda, un pensador razonable, dice E.O.James, le fueron transformando en divino, en el Salvador sin pecado, concebido sobrenaturalmente y nacido de madre virgen.

En China se creía que Pauku, el primer hombre, había vivido hace más de dos millones de años en nuestra Tierra, alrededor de la cual gira todo el universo. Taoísmo, confucianismo y budismo son, o eran, las religiones mayoritarias en China. El Tao es la naturaleza, morir es regresar al hogar, a la casa paterna, a la corriente que fluye eternamente. Con el filósofo contemplativo Lao-Tse el taoísmo devino en alquimia, supersticiones y magias. Los dioses del taoísmo constituyen una trinidad: nombrados por orden de mayor a menor poder son Yu Huang, el Emperador de Jade, Dios Supremo; Ta Chung, rector de los principios opuestos yin y yang; y Lao-Tse, nacido de virgen, el expositor de la doctrina del Tao. Un siglo después de Lao-Tse apareció, hacia el año 500 a.C., el legislador, también nacido de virgen ¡cómo no!, Confucio (Kung-Tse o vaya usted a saber) que enseñaba a ser útil a la sociedad, a contribuir a la felicidad de todos, a pagar la bondad con la bondad y la maldad con la justicia.

En Japón, la religión nacional es el sintoísmo, cuya esencia es el culto a los antepasados: las almas de los muertos viven alrededor de sus descendientes; todos los japoneses serán dioses cuando mueran e influirán en las acciones de sus familiares. El budismo japonés, muy extendido, tuvo que adaptarse al sintoísmo. Japón disfrutaba de una monarquía divina, pero Hiro Hito, después de la derrota sufrida en la Segunda Guerra Mundial, repudió la divinidad del Mikado, es decir, su propia divinidad.

En Babilonia, la Mesopotamia que estaba ubicada hacia la actual Bagdad, reinaba hace unos 1700 años a.C. Hammurabi, con su código y su dios Marduk. Los libros babilónicos influyeron en los de la Biblia de los hebreos, vecinos del norte. Zoroastro o Zaratustra nació en la zona de Teherán (Irán) en el 628 a.C. enviado por su dios único Ahura Mazda, a quien estaba subordinado el combate universal entre el bien y el mal, entre ángeles y demonios. El mazdeísmo enseñado por Zaratustra, recibido mediante una visión directa del dios, aseguraba que los que viven la vida honesta de la agricultura, tan necesaria para el país, colaboran a la victoria del bien. Tras la muerte, las personas se verían sometidas a un juicio individual y podrían ir al cielo pasando a través de un puente ancho, o al infierno ardiente a través de un puente tan estrecho como el filo de una navaja, o al limbo situado entre el cielo y la tierra. Estarían todos en sus puestos hasta el nuevo juicio al final del mundo. Con la evolución del mazdeísmo, los espíritus primigenios se transformaron en dioses opuestos: Ormuz, creador del bien y Arhimán, creador del mal, incluso se acabó esperando un Mesías nacido de virgen. Tras la invasión del islam en el siglo VII d.C., del mazdeísmo no quedaron más que unos pocos parsis que huyeron a India.

La influencia persa en el Hebraísmo se manifiesta en los períodos de ultratumba: cielo, infierno y juicio final. La influencia grecorromana fue decisiva, ya que los romanos acabaron con los saduceos (la clase sacerdotal) y con los zelotes, los herodianos y los esenios; sólo quedaron los fariseos (escribas y rabinos), no involucrados en política, que fueron los perpetuadores de la observancia del Sábado, la circuncisión y la creencia en la resurrección de los muertos. La Torá es la autoridad suprema. En el Talmud llamado babilónico están reguladas las costumbres. La Cábala es una compilación de comentarios místicos al Pentateuco. La Biblia, El Libro revelado por Yahvé, es objeto de tanta veneración en el mundo cristiano como de centenares de críticas inmisericordes, por ejemplo: “Caín había fundado una ciudad, una historia imposible, pero eso dice la Biblia, y había tenido descendientes, uno de los cuales era Túbal, primer poblador de España”. O: “¿Qué comían los herbívoros recién salidos del arca de Noé? ¿Y los leones?”. Para los judíos, el Mesías era un mensajero, no el hijo de Dios, era el que establecería un nuevo orden. En la actualidad, millones de judíos, merced al triunfo del nacionalismo, han vuelto a la Tierra Prometida.

Las religiones ‘mistéricas’ mediterráneas, con sus ritos iniciáticos llamados misterios, pretendían la unión con una divinidad que había vivido en la Tierra, muerto y resucitado, mediante purificaciones, mortificaciones y asistencia a representaciones dramáticas que se transmitirían a la Pasión católica. El propósito de estas actividades era: “Tú serás dios, en lugar de mortal”. Existieron dos grupos de estas religiones: las griegas, con los cultos a Dioniso y Orfeo, y las orientales, con el culto, entre otros, al frigio Atis, el compañero de la diosa madre Cibeles, que tuvo muerte y resurrección mística que se celebraba con comida y bebida sacramentales. Las religiones mistéricas se extendieron por toda Europa a través de Roma. El dios pagano Mitra, de origen hindú y después persa, fue predilecto de los legionarios romanos, los cuales, al recibir un bautismo de sangre de toro, aseguraban la inmortalidad de su alma.

La influencia de los filósofos griegos en la posteridad fue poderosa. Platón enseñaba que Dios es la realidad responsable del movimiento ordenado del universo y para Aristóteles Dios es el primer motor, la causa primera y final de todas las cosas. Después de ellos, Plotino hablaba del Absoluto Inmutable, San Agustín de la Encarnación y Santo Tomás aunaba el teísmo hebreo y cristiano. No obstante, la religión grecorromana siguió siendo politeísta en sus cultos paganos, como lo sigue siendo el catolicismo actual con sus santos y procesiones.

El origen y desarrollo del cristianismo está expuesto en el Nuevo Testamento. Aunque hay opiniones clamando que “los Evangelios son relatos legendarios sacados de las mitologías y los ritos mistéricos conocidos en el Mediterráneo”, esta es una postura simplista que precisa un estudio histórico. Según los Evangelios, Jesús nació cuando aún vivía el rey Herodes; como este murió en el 4 aC, la fecha actualmente aceptada de su nacimiento debería atrasarse. También hay controversia sobre su lugar de nacimiento: si sus padres vivían en Nazaret resulta muy difícil que se trasladasen a Belén para formalizar un censo del que no existen datos históricos, pero era obligado que naciese en Belén si era el Mesías. Asimismo, la supuesta matanza de los niños de Belén que hizo escapar a la Sagrada Familia, tiene visos de leyenda inspirada en la salvación de Moisés. Los Evangelios admiten que Jesús tuvo cuatro hermanos y tres hermanas, pero no justifican su conexión con la Virgen María. Juan el Bautista consideró públicamente a su primo Jesús como el Mesías: con el bautismo comenzó su actividad predicadora. En Jerusalén, los saduceos, casta sacerdotal, y los fariseos, sabios santos, unos con pocos ritos y los otros con muchos, se turnaban en el poder; ellos y Jesús propugnaban toda la ley mosaica, toda la creación la realizó Yahvé en beneficio de Israel. Así, Jesús fue un nacionalista que predicaba para los judíos, “con un feroz sentimiento contra los ricos”: “Es más difícil que un rico entre en el reino de los cielos que un camello pase a través del ojo de una aguja” (con todas las matizaciones que se quieran). Los ilustrados fariseos y escribas menospreciaban a Jesús por ser carpintero y por ser galileo; además, tuvo once discípulos galileos y un posible zelote (Judas, de esa estirpe radical) que no respetaban el Sábado. Cuando Jesús entró en Jerusalén a lomos de un asno la gente le aclamó como Mesías, como rey de los judíos, y él lo admitió. Detenido con nocturnidad al ser identificado por Judas y tras una breve pelea en la que Simón Pedro cortó oreja, fue llevado ante Caifás, el sumo sacerdote, y Jesús se declaró Mesías, por lo que la condena debía ser de muerte. Pero como la sentencia definitiva y la orden de ejecución eran jurisdicción del gobernador romano, éste, al parecer no muy convencido, optó por preguntar al pueblo (¡sería un pueblo formado por fariseos y escribas!) que eligiese para ser liberado entre Jesús y Barrabás, un zelote asesino. Ante la decisión de la gente de liberar a Barrabás (¡te la metieron doblada, gobernador!), Pilato se lavó las manos. (Andando el tiempo, Poncio Pilato fue canonizado por la Iglesia abisinia y su mujer, Claudia Prócula, ambos conversos, por la Iglesia ortodoxa griega). En consecuencia, Jesús, que se había declarado rey de los judíos (Mesías), fue crucificado, una sentencia con la que el Imperio Romano ejecutaba a los rebeldes, así rezaba el cartel que clavaron en su cruz. Según esto, ¿eran vulgares ladrones Dimas y Gestas? Por otra parte, ¿traicionó el radical Judas Iscariote a Jesús por no levantar al pueblo contra los romanos y decir “dad al César lo que es del César”?
El primer Evangelio lo escribió Marcos, un posible discípulo de Simón Pedro, hacia el año 70 dC y es principalmente una exposición de los milagros de Jesús. El segundo, escrito hacia el año 75 por el publicano Mateo, que abandonó su tarea de recaudador de impuestos de Roma para seguir a Jesús, está dirigido a los judíos con múltiples citas del Antiguo Testamento. El tercero, escrito hacia el año 80 por Lucas, un médico gentil compañero de Saulo Pablo que también escribió los Hechos de los Apóstoles en esas fechas, está ya más dirigido a los gentiles conversos. El cuarto, escrito hacia el año 100 por Juan el Presbítero o el Mayor (aunque aún se defiende que su autor fue el apóstol Juan Zebedeo, extremadamente longevo) y está dirigido a los gentiles. En los sucesivos Evangelios va aumentando el énfasis en la divinidad de Jesús. A lo largo del último, el de Juan, es ya una figura divina; además, los gentiles comienzan a acercarse al Maestro, porque ha sido enviado para todo el mundo, y los judíos a alejarse de él. “Yo y el Padre somos una misma cosa”, pone Juan en boca de Jesús.
En los Hechos de los Apóstoles se cuenta la ascensión (autopropulsada, dicen los malos) de Jesús al cielo a la vista de los doce apóstoles (tantos como tribus de Israel, Judas ha sido sustituido) cuarenta días después de su resurrección. Diez días más tarde, en Pentecostés, el Espíritu Santo dispensó a los apóstoles el don de lenguas (glosolalia), aunque sólo hablando arameo y griego podrían ser entendidos en el territorio que pretendían evangelizar. Pero los Hechos son, sobre todo, la vida de Saulo Pablo como misionero narrada por su médico, el evangelista Lucas. Saulo, judío de Tarso, nacido el 10 dC, fariseo, ciudadano romano y tejedor de oficio, persiguió a los partidarios de Jesús y fue uno de los que lapidaron al protomártir Esteban. En el año 37, yendo hacia Damasco a continuar la persecución, cuenta que tuvo un éxtasis (¿epiléptico, ya que padecía esta enfermedad?), vio a Jesús resucitado y se convirtió. Enterado de que en Antioquía se habían producido conversiones de gentiles que adoptaron el nombre de cristianos, Saulo marchó allí y a Chipre, donde convirtió al procónsul romano eximiéndole de la circuncisión y de otras tradiciones judías como las de la alimentación. Al aplicar estos criterios a todos los gentiles conversos, el cristianismo fue transformándose en una en una religión gentil. Está admitido que el escrito cristiano más antiguo, datado hacia el año 50 dC y, por tanto, anterior a los Evangelios, es la epístola de Pablo a los tesalonicenses. En dicha carta y en las posteriores, Pablo predicó la convivencia en caridad (amor) entre judíos y gentiles conversos, pero no hizo manifestación alguna contra la esclavitud: el siervo debe obedecer al amo y este debe comportarse con humanidad. Además, sentó las bases de una Iglesia con obispos, sacerdotes y diáconos. También insistió en la segunda e inminente venida de Cristo: “Descenderá, los muertos resucitarán y los vivos seremos arrebatados a una zona intermedia entre el cielo y la tierra”; por lo que parece, Pablo creía que estaría vivo en el fin de los tiempos. Claro que esa inminencia tuvo que ser matizada muchos años después de su muerte: “delante de Dios, un solo día es como 1000 años” (por ejemplo, en la creación). Pablo consiguió huir de Roma tras el incendio y durante la persecución de los cristianos ordenada por Nerón en la que Pedro fue ejecutado, murió hacia el 67 ó 68, dejando dicho que “si no hay resurrección, si Cristo no resucitó, todo el cristianismo se desmoronaría”.
En el año 132 tuvo lugar la gran rebelión judía contra Roma y en el 135 desapareció la nación. El cristianismo, ya puramente gentil, celebró, en el 325, el concilio de Nicea, patrocinado y dirigido por el emperador romano Constantino I, mitraísta, a instancias del obispo cordobés Osio, en el que se instituyeron las bases teológicas y ordenancistas de la estructura piramidal de la Iglesia: Jesucristo, Redentor e Hijo de Dios en la Trinidad, la resurrección, el bautismo, la eucaristía… Después, la Iglesia sufrió muchas herejías y divisiones: en 1054 el cisma Oriente – Occidente entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa; en 1378 el cisma Roma – Avignon con dos Papas, Urbano VI y Clemente VII, que al excomulgarse mutuamente excomulgaron a toda la cristiandad; en 1517 la Reforma de Lutero que con sus múltiples herejías y con su interpretación individual de las Escrituras dio lugar a las muchas sectas protestantes… La Contrarreforma del concilio de Trento celebrado en 1545 propugnó la supremacía de la Santa Sede, que años después se dedicó a proclamar dogmas de fe: En 1854, el de la Inmaculada Concepción, que obliga a los católicos a creer que María, madre de Jesús, concibió por obra y gracia del Espíritu Santo, sin intervención humana, sin semen (¿Con el Espíritu Santo en forma de paloma?, los malos le llaman pichón). En 1950, el dogma de la Asunción de la Virgen en cuerpo vivo, pues nació libre del pecado original. (Los malos dicen que asunció, porque no subió a los cielos autopropulsada sino atraída). (Y otros racionales, con respecto a los míticos Adán y Eva, unos ejemplares sapiens sapiens millones de años posteriores a Lucy, dicen: “¿Qué culpa tengo yo de un pecado cometido por otra persona mucho antes de que yo naciera”?) En 1870, el humilde Papa Pionono declaró el dogma de su Infalibilidad Papal, con lo que se coronaba como líder mundial de opinión. Algunos intelectuales tiran por elevación, como Borges: “La teología, una de las ramas más frondosas de la literatura fantástica”; y Mark Twain: “La fe es creer en lo que sabemos que no existe”; y Diderot: “Un Dios que deja matar a Dios para aplacar a Dios”. En el Segundo Concilio de Nicea, celebrado en el año 787, se proclamó que “las reliquias han de ser colocadas en todas las iglesias, ninguna iglesia ha de ser consagrada si no tiene reliquias”, y los malos no pierden la ocasión de hacer recuento: sólo de las reliquias de Jesús existen treinta clavos de la cruz, veinticuatro santos prepucios del Bebé, más de quinientos dientes de leche del Niño, cientos de astillas del lignum crucis, hidrias de las bodas de Caná que empleó Jesús para transformar agua en delicioso vino, flagelos, coronas y cientos de espinas, lanzas de San Longinos que apetecieron Himmler y Hitler, griales como el que buscaron los caballeros del mítico rey Arturo, etcétera. Es famosa la Santa Faz o pañuelo de la Verónica (torera), santa destituida con el que enjugó el Santo Rostro de Jesús, del que se hicieron muchas copias; pero la estrella entre los tejidos relacionados con Jesús es el Santo Sudario de Turín en el que, dicen, fue envuelto su cadáver: sorprendentemente, un fotógrafo que estaba trabajando con el lienzo descubrió que escondía un negativo en el que aparecía una figura de cuerpo entero delgada y torturada con un rostro barbado ¡Jesús! La sábana fue sometida a múltiples pruebas hasta que los malos pidieron que se datara el lienzo con el método del carbono 14 resultando que el tejido era de entre 1260 y 1390, fechas coincidentes con la de la aparición de la sábana. ¿Quién hizo esa obra extraordinaria? ¿Un alquimista adelantado a su tiempo? ¿Leonardo Da Vinci u otro tipo genial utilizando una tela antigua y dando el cambiazo? A día de hoy, la Iglesia Católica no ha pedido disculpas por todas las mentiras recaudatorias y las fantasías hipócritas que ha ido construyendo, lo que sí se dijo en el Concilio de Trento es que no es necesaria la certeza de que una reliquia sea auténtica para adorarla.

El Islam es la religión del Corán, el libro sagrado dictado en árabe por Alá al profeta Mahoma. La conexión de las creencias islámicas con las del hebraísmo y el cristianismo son obvias, al menos en la forma. Por ejemplo, el profeta hebreo Abraham habría reconstruido el Santuario de la Kaaba e instalado en él la piedra negra caída del cielo en tiempos de Adán y Eva, por lo que el Islam lo considera profeta, al igual que a Jesús de Nazaret. Mahoma (570 – 632) había sido visitado en sueños por el arcángel Gabriel para anunciarle la revelación de Alá. Una de sus mujeres era la cristiana egipcia María la Copta. Mahoma subió a los cielos desde el monte del templo de Jerusalén, lugar donde Jesús había predicado. Estas y otras coincidencias pueden considerarse anecdóticas, pero como dice E.O. James “si no fuera porque es revelado, el Islam podría ser tachado de herejía hebraica o cristiana”. Lo cierto es que Mahoma hizo salir al pueblo árabe del animismo y el politeísmo, imponiendo, de hecho, un monoteísmo más radical y quizá por ello más inhumano que otras religiones. La liturgia del Islam es muy sencilla, ya que está basada en los cinco pilares: profesión de fe “no hay más dios que Alá y Mahoma es su enviado”; oración colectiva cinco veces al día; limosna para el sostenimiento de las mezquitas y el cuidado de los enfermos y ancianos; Ramadán (ayuno); y peregrinación a la Meca. Con respecto a la escatología (vida de ultratumba) el Islam cree en un solo cielo y en siete infiernos receptores de musulmanes infieles, judíos, cristianos, sabeos (de Saba, hoy Yemen), magos, idólatras e hipócritas. Además del Corán, los fieles deben cumplir las tres mil tradiciones (hadices) confirmadas como procedentes del profeta, son las costumbres que se esfuerzan por satisfacer los ortodoxos (sunníes). Algunas son tan curiosas como las que prohíben orinar sujetándola con la mano derecha (los hombres, claro) y defecar de cara o de espaldas a la Meca, aunque hay quien razona que Mahoma prohíbe el zumo fermentado de la uva, pero que hay bebidas alcohólicas, como la cerveza y el whisky, que no proceden de tal zumo.

De los cielos y de los infiernos

Los modelos de cielo inventados por las diversas religiones son variados, nos cuenta la Britannica. El cielo chino primitivo (Tian) era el guardián de las leyes morales del hombre y físicas de la naturaleza. En el hinduismo hay varios conceptos: por ejemplo, los seguidores de Visnú creen en un cielo en el que vivirán en la luz eterna. Para los budistas ortodoxos el cielo es el Nirvana, la extinción de los deseos. En el Antiguo Testamento, el cielo es la creación y la residencia de Yahvé y los fieles israelitas, tanto los buenos como los malos, reposarían tras su muerte en el submundo sin pena ni placer; pero más tarde los exégetas consideraron que los justos resucitarían para vivir con Dios. En el cristianismo, el cielo es el destino de los seguidores de Cristo, aunque hoy en día el cielo se considera un estado de vida en Cristo, signifique esto lo que signifique, más que un lugar al que van los elegidos tras la muerte. En el Islam, el cielo es un lugar de alegría y felicidad para los fieles musulmanes según el deseo de Alá; pero todos deben pasar a través del infierno para alcanzar el cielo.
Para las diversas religiones, los infiernos son lugares o estados en que se encuentran los espíritus demoníacos y las almas condenadas al castigo después de la muerte. Algunas consideran que son regiones tórridas situadas en el subsuelo y para otras son zonas heladas y frías. En el hinduismo, los veintiún infiernos no son más que etapas de las que pueden volver las almas, aunque hay algún infierno habitado por demonios que torturan a los malos hasta que cumplan por sus pecados. En el zoroastrismo, las almas pasan tres noches de espera antes de que sus hechos sean pesados: si los buenos hechos pesan más, van al cielo y si no, al infierno, un lugar helado y fétido donde estarán hasta la resurrección; en caso de empate, van al purgatorio a pasar frío y calor. El budismo considera que los múltiples infiernos son el cosmos, donde los cinco sentidos pueden experimentar sensaciones. Para los taoístas, los pecadores tienen un periodo de castigo en uno o varios infiernos que pueden ser modificados, después se preparan para su renacimiento y se integran en la rueda de la transmigración que los lleva a su nueva existencia. El judaísmo traspasó al cristianismo el concepto del castigo eterno para pecadores y ateos, un castigo terrible para los no arrepentidos. Para el islam, el infierno es un cráter enorme de fuego bajo un estrecho puente que las almas deben pasar para alcanzar el paraíso; los condenados caen, a menos que Alá decida otra cosa.

Cielos e infiernos inventados, supuestos, soñados, ¿revelados? Hasta que llegó Emanuel Swedenborg, quien dejó escrito en su gruesa obra Del Cielo y del Infierno: “Yo fui conducido por el Señor a los cielos y a otros planetas. Yo lo he visto. Esto sucedió a mi espíritu, mientras que mi cuerpo permanecía en el mismo lugar. He hablado con los ángeles y he estado trece años viendo lo que hay en el cielo y en el infierno”.
Emanuel Swedenborg (1688, Estocolmo – 1772, Londres), hijo de un profesor de teología y obispo, estudió matemáticas y ciencias naturales y poseía una rara habilidad mecánica que le sirvió para dar ideas de cómo construir (¡a principios del XVIII!) submarinos y aeroplanos. A los treintaitrés años ya tenía publicaciones en física, química y álgebra y a los cuarentaiséis hablaba de átomos, núcleos y electrones con otros nombres (La materia consta de partículas indefinidamente divisibles que están en constante movimiento de rotación; además, estas partículas están compuestas por otras partículas más pequeñas también en movimiento, decía), así como de la formación de los planetas a partir de las nebulosas. A los cincuentaidós años publicó dos volúmenes en los que estudiaba la anatomía y la fisiología humanas, con especial énfasis en la sangre y en el cerebro a los que intentaba relacionar con el alma. A los cincuentaicinco le llegó la crisis religiosa, con pesadillas eróticas y visiones de Cristo, dedicándose por entero a la teología hasta su muerte.
La imaginación condujo a Swedenborg a ser un adelantado en el campo científico. La imaginación y la disciplina científica le llevaron a planificar un universo posterior a la muerte hecho a su imagen y semejanza y a su entera satisfacción. Hizo exégesis personales de los Evangelios y de la Biblia, que según él, “la Palabra esconde sentidos profundos: no sólo es cierta sino más que cierta”. Ésta es su organización celestial.
“En el centro del cielo, en su interior, está el Señor. El Señor es Jesucristo, Dios único. Le rodean tres cielos: tercero, segundo y exterior. El cielo, en su totalidad y en sus partes, refleja un hombre debido a la naturaleza humano-divina del Señor. El Señor aparece en una forma angélica divina, que es una forma humana”.
“En los cielos están los ángeles y cada ángel es una forma humana perfecta. Yo los he visto, He hablado con ellos. Los ángeles son personas: tienen vestidos, casas y demás. Todo lo que tienen no lo hacen, procede del Señor. No saben lo que es el tiempo o el espacio. Por eternidad perciben un estado infinito, no un tiempo infinito. Para ellos no hay espacio sino cambios de estado. Las comunidades de ángeles más grandes constan de varios cientos de miles de ángeles que comparten un bien semejante pero no una sabiduría semejante. Tienen doctrinas, sermones e iglesias ¡Y qué gran poder tienen! Los he visto derribar montañas y arrojar al infierno centenares de miles de espíritus perversos. Entre los ángeles hay clases: los del tercer cielo son mucho más sabios que los del segundo cielo y estos mucho más que los del primero. Pero su sabiduría es finita, no infinita como la del Señor. El ángel son dos esposos en uno: entendimiento (varón) y voluntad (hembra)”
“El cielo tiene un panorama ameno de montañas y valles. El infierno, de cavernas, simas, ciénagas y chozas. El cielo y el infierno proceden del género humano. Ni los ángeles fueron creados al principio y constituyen el cielo, ni el diablo fue un ángel rebelde arrojado con los suyos al infierno. Existen numerosos planetas habitados y, por tanto, ángeles y espíritus que proceden de ellos.” Como hay tres cielos, hay tres infiernos, opuestos uno a uno. Los diablos, como los ángeles, pertenecen al género humano. Todos los que están en el infierno están entregados a oficios perversos. Se aman a sí mismos y no al prójimo. El fuego infernal es amor a uno mismo, anhelo de hacer el mal. El crujir de dientes es la disputa de las falsas convicciones de cada uno con los demás”.
“El mundo de los espíritus está entre el cielo y el infierno. En cada individuo hay espíritus buenos y malos que nos unen al cielo y al infierno. El mundo de los espíritus es también un estado intermedio después de la muerte. El momento en el que el corazón se para, nuestro espíritu es sacado e introducido en el mundo espiritual, en el que disfrutamos de todos los sentidos, la memoria, los pensamientos y los sentimientos que teníamos en el mundo: no dejamos nada atrás salvo el cuerpo terrenal. Lo que somos después de la muerte depende del tipo de vida que hayamos llevado en el mundo. Entramos en el cielo si nuestro amor es celestial y espiritual, y en el infierno si nuestro amor es carnal y mundano. La mayoría, después de la muerte, van al mundo de los espíritus donde son preparados por los ángeles para el cielo o el infierno. El estado del cielo para el humano es la unión del bien y la verdad en su interior, y el estado del infierno es la unión de la maldad y de la falsedad en su interior”.
¿La mística locura de Emanuel Swedenborg es más aceptable que las anteriores elucubraciones religiosas? Así lo creen sus seguidores de la Iglesia de la Nueva Jerusalem.

Misticismo

El misticismo “se ocupa principalmente de la Realidad, una divina, inherente al mundo de las cosas, vidas y mentes. No puede ser aprehendida sino por quienes, mediante un proceso harto duro, se han hecho amantes, puros de corazón y pobres de espíritu”, es decir, por los santos, profetas, sabios e iluminados. Esta es la definición que expone Aldous Huxley en su libro ‘La Filosofía Perenne’ escrito en 1945 y bien traducido por el escritor catalán exiliado en México C.A. Jordana Maians.
Para Huxley, el misticismo o filosofía perenne es “el máximo factor común de todas las religiones mundiales”. Así, en la mística, la base del universo es el ‘ahora sin tiempo’ del Espíritu divino. La divina base de toda existencia es un Absoluto espiritual, un Dios sin forma. Los humanos no sólo tienen cuerpo y psique, sino también espíritu, que puede vivir en unión con la divina base de su ser. (Por el contrario, para los que no están de acuerdo con esta filosofía no hay otra realidad que el tiempo y el cambio, no existe ese ‘eterno ahora’, ya que los acontecimientos futuros no están determinados).
Los místicos creen que la razón final de la existencia humana es el conocimiento unitivo de Dios. Para lograrlo utilizan la mortificación, un instrumento para eliminar el ‘yo’, rechazar el egoísmo, concentrarse en sí, alcanzar la santa indiferencia, que no es mera pasividad, y descubrir el bien supremo. Emplean la oración, que comienza en petición, continua en aniquilamiento (que no introversión) y acaba en contemplación sin imágenes, eludiendo las distracciones con perseverancia. Consideran valiosos los ritos, sacramentos y ceremoniales desarrollados con fe y devoción intensas por una comunidad de personas que a veces repiten mantras, rosarios o el nombre divino, sea Dios, Amor, Alá u Om. Piensan que los milagros, como la levitación, el éxtasis o los poderes psíquicos, no son sino distracciones u obstáculos a la contemplación. Entienden que la caridad no es limosna, ni el amor sensible de las emociones, sino amor desinteresado, humildad para amar al prójimo como a sí mismo. (Con respecto a la unión con Dios, conviene señalar que Huxley da por sentada la influencia de la mente en la materia, como – dice- ocurre en las autocuraciones, en la caída de los dados o en la levitación ¡hechos que gozan de respetabilidad científica! Por lo tanto, concluye, una mente divina puede decidir comunicarse con mentes finitas y puede crear el mundo. Ignoramos lo que ha pasado en la mente de Aldous).
Los defensores de la filosofía perenne dicen que hay demasiado ruido en la vida moderna; Huxley afirma que “hay falta de amor hacia la naturaleza, dominándola y explotándola, hacia el arte, con la producción en masa, hacia los seres humanos, con la producción, financiación y distribución controladas por una minoría, con las organizaciones nacionales comportándose como ladrones y asesinos…con el afán de poder de los enemigos de la vida recta, con la tecnología y la política como idolatrías modernas y con el sacramentalismo organizado de la casta sacerdotal que conduce a un poder abusivo”. (Pero, acotemos, no todos los grandes hombres son malos. Aun sin ser santos, algunos se niegan a obtener ventajas personales).
En el libro ‘La Filosofía Perenne’ de Huxley y en ‘Mysticism. A Study and an Anthology’, escrito en 1935 por F.C. Happold, se dan una gran cantidad de citas de documentos místicos de todas las religiones y de individuos muy diversos. Veamos algunas. En los Upanishad (hacia 500 a.C.), últimos libros de los Vedas hindúes, se lee: “Dios dentro y Dios fuera. Dentro: en la parte más honda y central del alma. En ese cuerpo tuyo no percibes lo Verdadero, pero ahí está realmente”. Y el filósofo hindú Shánkara (788-820) enseña a sus cuatro discípulos que “la liberación no puede alcanzarse sino por la percepción de la identidad del espíritu individual con el Espíritu universal. Es la ignorancia la que nos hace identificarnos con el cuerpo, el yo, los sentidos. Cuando un hombre cree en los ritos religiosos y en la letra de las escrituras como si fueran sagrados, el conocimiento de la Realidad no puede surgir en él”. Esta es una filosofía de raíces comunes con la rama mística del budismo, el Zen: “El yo advertido en tu más íntima conciencia aparece en su pureza; este es el seno de Buda, que no es el reino de los que se entregan al mero raciocinio”. Que a su vez se engarza con Lao Tse, el mito antiguo: “La práctica del Tao consiste en sustraer día a día hasta que se ha alcanzado la inactividad”.
Plotino (205- 270), el filósofo romano considerado fundador del neoplatonismo es, en palabras de Bertrand Russell, “históricamente importante como una figura que moldea el cristianismo de la Edad Media y la teología católica”. Su adorado maestro, al que no llamaba Platón sino Él, ponía en el diálogo ‘Simposio’ en labios de Diotima lo siguiente: “Al término de la iniciación, percibirá como un relámpago una belleza maravillosa, eterna y exenta de aumento o disminución”. Plotino persigue esa belleza, por lo que denuesta el concepto gnóstico de que el mundo visible es malo, y narra su experiencia del éxtasis: “Muchas veces ha ocurrido: exaltarme fuera del cuerpo en mí mismo; llegar a estar ajeno a todas las demás cosas y concentrado; contemplar una maravillosa belleza; después, más que nunca, estar seguro de la comunidad con el orden más elevado; establecer la vida más noble, adquiriendo identidad con lo divino”. Así contaba Plotino el camino místico de la unión de su alma con la divinidad. (Para Russell, como expone en su ‘Historia de la Filosofía Occidental’, el defecto de la filosofía de Plotino estriba en inducir a los humanos a mirar hacia dentro, porque si miramos fuera vemos las imperfecciones del mundo sensible; una postura subjetiva que tiende a destruir la curiosidad científica).

En la Europa cristiana surgieron muchos escritores, filósofos y teólogos místicos, entre ellos la española Santa Teresa de Ávila y, sobre todos, el abulense San Juan de la Cruz. El hispanista británico Gerald Brenan (don Geraldo), en su biografía de San Juan de la Cruz, dice: “Me pareció que ningún poeta había alcanzado unas cimas tan altas de expresión lírica”. Lo que se cuenta a continuación procede de dicha biografía. Juan de Yepes nació en 1542 en Fontiveros, un pueblecito cercano a Ávila. Su madre, que enviudó pronto, crio a sus hijos en una gran pobreza y, buscando sustento, recaló en Medina del Campo, un gran pueblo donde Juan fue admitido como limosnero de un hospital para sifilíticos. Por su notable afición al estudio le permitieron cursar estudios en un colegio de jesuitas. Una noche, sintiendo su afición a la soledad, se escapó de todo y profesó en un convento carmelita. De ahí pasó a Salamanca y estudió en la Universidad; se dice que entre sus muchas lecturas le pudo influir la teología mística del neoplatónico ‘pseudo’ Dionisio el Areopagita. Fue ordenado sacerdote en 1567 y cantó misa en Medina, en presencia de su madre. En esa circunstancia conoció a Teresa de Jesús, quien había emprendido la reforma carmelita, de la que nacieron los carmelitas descalzos que asumían la pobreza, el retiro, el ayuno y la oración mental (es decir, la meditación y el recogimiento) a fin de conseguir la divina unión. (Los carmelitas ‘calzados’ se habían disipado, incluso estableciendo un negocio de venta de escapularios). Juan, ya ‘descalzo’ fundó un convento en los montes que, por su ejemplo de austeridad, tuvo gran influencia en los pueblos vecinos. Nombrado rector del colegio de descalzos de la Universidad de Alcalá demostró su ineptitud para la acción, lo suyo era la oración, por lo que fue sustituido por Jerónimo Gracián, un joven doctor en teología de cuyas cualidades se había prendado la anciana Teresa. Para paliar las tensiones con el contemplativo Juan, la activa Teresa le nombró confesor de las monjas de Ávila, ya que, para ella, el propio Juan, capaz de tratar casos de histeria, era su mejor confesor. ¿Podría también el ‘medio fraile’ (no llegaba a 1,50 m de estatura) reformar a los carmelitas calzados? Pero estos lo secuestraron, le trasladaron a Toledo y lo metieron en una horrible prisión con mugre y piojos donde Juan de la Cruz sufrió hambre, palizas y llagas durante casi un año, largo periodo de sufrimiento en el que consiguió escribir poesía. Escapado de la cárcel con la ayuda de la Virgen…y de un carcelero, es acogido en la casa de un noble, curado por las monjas y, después, nombrado prior de un convento situado en los montes cercanos al nacimiento del Guadalquivir, donde repone su maltrecha salud y cuida de que los frailes no se excedan en mortificaciones porque “un cuerpo sin fuerza no es capaz ni de orar”. Tanto allí como en Baeza y en Granada, sus siguientes destinos, prosigue escribiendo poesía y prosa. Practica y predica el silencio, la mortificación y la paciencia en el sufrimiento, vaciando la mente de todo lo que no sea amor a Dios; aunque simultaneaba la oración con paseos que le permitían alabar la naturaleza y a los seres creados por Él. La gente comenzó a asignar a Juan milagros tales como la levitación, el desprender luces y perfumes, rodearse de halos, el detener incendios y tormentas…aunque él sólo admitió que Jesucristo le habló en una ocasión; además, consideró fraude los estigmas y levitaciones de la monja María de la Visitación…y lo eran. A su muerte, producida por una tremenda infección, explotó la veneración popular. La gente se llevó jirones de sus ropas y hasta las telas purulentas con las que habían limpiado sus llagas. Su cadáver que, por supuesto, exhalaba un dulce olor fue desmembrado para obtener reliquias milagrosas. Pese a ser tachado de iluminismo por la Inquisición, según afirma Menéndez y Pelayo, el Papa Clemente X lo beatificó en 1675, Benedicto XIII lo santificó en 1726 y Pío XI le declaró doctor de la Iglesia Universal.
Juan de la Cruz, en ‘El Cántico Espiritual’, persigue, como Platón y Plotino, la belleza. La esposa, el Alma, pregunta a las criaturas por el Amado, Dios, y lo engloba en el paisaje:
«Oh bosques y espesuras / plantadas por la mano del Amado, / oh prado de verduras, / de flores esmaltado, / decid si por vosotros ha pasado».
«Mi Amado, las montañas, / los valles solitarios nemorosos, / las ínsulas extrañas, / los ríos sonorosos, / el silbo de los aires amorosos».
En las ‘Coplas del alma que pena por ver a Dios’ aparecen unos versos que comparte con Teresa de Jesús y que Brenan dice que tienen una larga historia en los cancioneros de la época:
«Vivo sin vivir en mí, / y de tal manera espero, / que muero porque no muero».
En las ‘Canciones del alma’ y en el ‘Romance de Babilonia’ sigue aspirando a la divina unión:
«En una noche oscura, / con ansia en amores inflamada, / ¡oh dichosa ventura! / salí sin ser notada, / estando ya mi casa sosegada»-
«En mí por ti me moría, / y por ti resucitaba, / que la memoria de ti, / daba vida y la quitaba».

¿Los últimos gnósticos?

La gnosis aspira al conocimiento divino, a veces secreto, por medio de la iluminación espiritual. Se enfrenta a los dualismos: el espíritu frente al cuerpo y al alma; el bien contra el mal; el Ser Supremo frente al Demiurgo, siendo este un malvado creador y ordenador de la materia.
El gnosticismo cristiano, al que reclaman anterior a Cristo, fue declarado herejía por la Iglesia en el 180 d.C. Un personaje famoso, considerado el fundador del gnosticismo poscristiano, fue el samaritano Simón el Mago, que predijo la salvación a través del conocimiento secreto. En Roma, enfrentado a San Pedro, lo deificaron sus fieles diciendo que el Padre descendió en la forma humana de Simón y que ellos se salvarían reconociéndole. Dicen que se mató al intentar volar, aunque otros aseguran que lo mataron los rezos de Pedro y Pablo cuando estaba en el aire. Más importancia teológica tuvo Valentín de Alejandría, el gnóstico, que habló de los eones, siendo el primero y más perfecto la Mente y el último, la Sabiduría, que emanó al Demiurgo, creador del hombre y organizador del mundo. Los treinta eones emanaron a Cristo. En tiempos modernos aparecieron varias sociedades gnósticas: la Sociedad Teosófica de Blavatsky y Mead, con las traducciones de este último sobre la gnosis antigua; la Iglesia Gnóstica Francesa, que reproducía los rituales cátaros y se servía de los documentos de Simón y Valentín; los rosacruces, posibles fundadores de masones e iluminados, aunque sean más puramente esotéricos que gnósticos. En 1945 se encontraron en Nag Hammadi (Egipto) trece manuscritos que son considerados Evangelios por los seguidores del gnosticismo. Algunas personalidades se han aproximado a la gnosis, como el premio Nobel de literatura Hermann Hess (1877-1962), el historiador alemán Hans Jonas (1903-1993), autor de ‘Gnosticismo, Existencialismo y Nihilismo’, y el psicoanalista Carl Jung (1875-1961), discípulo crítico de Freud, que escribió ‘Psicología y Alquimia’ y donde dice que “por medio de la alquimia se produce la vinculación histórica con el gnosticismo…y con el futuro, la psicología del inconsciente”.

 ¿Quiénes han sido etiquetados como los últimos gnósticos? En primer lugar, Emil M. Cioran, apátrida nacido en Rumanía en 1911 y muerto en París en 1995. Sandra Stolojan, traductora y prologuista de su libro de aforismos ‘De Lágrimas y de Santos’, dice que lo escribió cuando contaba veintiséis años. Cioran comienza afirmando que “el ojo tiene un campo reducido. La introspección es el método que existe para alcanzar el conocimiento”. El joven Cioran ignoraba que la ciencia experimental cuenta no sólo con los ojos de la cara, sino también con ojos finísimos que son capaces de ver el interior de la materia (átomos individuales y hasta núcleos atómicos), y ojos que ven objetos situados a larguísimas distancias (planetas, estrellas y galaxias). Más tarde, en el libro ‘El Aciago Demiurgo y otros Ensayos’, publicado en 1969 y traducido por el filósofo vasco Fernando Savater en 1992, admite que “no es que el mundo no exista, sino que su realidad no es tal. Todo parece existir y no existe”. Y precisa que “deberíamos mirarnos desde fuera, como miramos a los otros”. Cioran no tiene en cuenta que mejor que un espejo o un ‘yo volátil’ sería usar instrumentos externos capaces de observarnos por dentro o de vernos situados, con los demás, en el inmenso exterior. Sumergido en la introspección, pero también mirando hacia afuera, Cioran define y se define: “Los santos representan un absoluto. Frente a la filosofía, la santidad es una ciencia exacta. Su método: el dolor, su fin: Dios. La santidad: el delirio de grandeza que se esconde detrás de sus delicadezas, los apetitos inmensos disfrazados de humildad. No existe santidad sin la voluptuosidad del sufrimiento. La santidad es una perversión inigualable”. “¿Dios? Una demencia admitida, oficial. Un cero más. Está en todas partes y en ninguna. Es un Ausente Universal. Incitados por un orgullo sin límites, le hemos atribuido demasiadas cualidades”. ¿No es esto escepticismo? Y añade: “El escepticismo es un conocimiento sin esperanza”. Pero no se olvida del demiurgo: “Hemos salido de las manos de un dios maldito, desdichado y malo”. Critica las religiones: “En el politeísmo el fervor se reparte. En el monoteísmo acaba convirtiéndose en agresividad, en fe. El monoteísmo contiene todas las formas de tiranía. El cristianismo no ha hecho más que explotar un temor en beneficio de una divinidad sin escrúpulos que ha hecho del terror su aliado”. “¡Cuántas transmigraciones en el budismo para alcanzar la muerte, la nada, el Nirvana! Los cristianos van directamente a la nada”. Contempla: “La espantosa caducidad de la carne. Sois un ensamblaje fugitivo, cuyos ingredientes no esperan más que disgregarse. El suicidio, una liberación fulgurante: es el Nirvana por la violencia, es el paroxismo de la salvación”. Vaticina el futuro de la sociedad: “Los padres son locos. ‘Creced y multiplicaos’ es una exhortación criminal. Procrear es amar a la plaga. Al amontonarse, los hombres se detestarán mucho más que antes y estallará la guerra civil universal. Se puede dar por seguro que el siglo XXI, más avanzado que el nuestro, mirará a Hitler y a Stalin como tiernos infantes”. Emil Cioran se despide con lágrimas, gritos y música de fondo: “Aficionado en todos los campos, no habré conocido profundamente más que el inconveniente de haber nacido”.

Otro personaje etiquetado como ‘último gnóstico’ es el escritor estadounidense de ciencia ficción Philip K.Dick, nacido en Chicago en 1928 y muerto en Santa Ana en 1982. Las adaptaciones cinematográficas de algunas de sus novelas tuvieron un seguimiento extraordinario: ‘Blade Runner’, ‘Desafío Total’ o ‘Minority Report’. Pero la obra que le conecta directamente con el gnosticismo es SIVAINVI (Sistema de vasta inteligencia activa, VALIS en siglas inglesas). En ella, Dick, el esquizofrénico y consumidor de drogas psicoactivas, convive interiormente con Horselover Fat, tiene contactos con el Sistema, lo que le sirve para diagnosticar la enfermedad mortal de su hijo y salvar su vida, y padece alucinaciones geométricas coloreadas y visiones de Jesucristo y de la Roma antigua. Dick cita a Heráclito, para quien Dios se esconde: “la estructura latente tiene dominio sobre la estructura de lo obvio”. También dice que “la deidad creadora era loca, ciega, sin contacto con la realidad”, por lo que “el hombre debe situarse en la misma categoría de Dios, en oposición al mundo y a su creador”, el Demiurgo. Dick nos recuerda que “el verdadero Dios no es irracional, se ha aventurado en el mundo para ayudarnos: es el Logos”. Y se muestra en contra de la trinidad hindú: “No Brahma, el creador, Visnú, el sustentador y Siva, el destructor. Sí la Mente sabia de Zoroastro, la Unidad”. Parece ser que, para Dick, esa Mente (¿Dios y su encarnación, el Logos?) nos realiza: “El Universo se sustenta sobre nada. Es información” (Una hipótesis cercana a la Mecánica Cuántica). “El mundo fenoménico no existe, es una hipóstasis de la información que posee la Mente. Somos estaciones de una única Mente”. Muchas gracias por tus aclaraciones, Philip.

Mircea Eliade (1907 Bucarest-1986 Chicago) no puede ser etiquetado simplemente como otro ‘último gnóstico’. Él fue un historiador de las religiones y un investigador tanto del lenguaje simbólico empleado en distintas tradiciones religiosas como de los mitos primordiales en los fenómenos místicos. Cuando estudiaba en la Universidad de Bucarest hizo amistad con Cioran y con Ionesco, el del teatro del absurdo, amistades que perduraron. Eliade, políglota en idiomas modernos, también estudió sánscrito y filosofía hindú en la Universidad de Calcuta y después de vivir en un convento del Himalaya escribió una tesis doctoral titulada ‘Yoga: Ensayo sobre los orígenes de la mística india’, donde cuenta procedimientos y logros: “El cuerpo pide movimiento, entonces se le inmoviliza con un asana; la respiración es arrítmica, se le impone un ritmo…los yoguis son capaces de prolongar la juventud, parar el corazón, aumentar la temperatura del cuerpo”. Además, nos informa de que “en el tantrismo, la vida humana puede ser transfigurada mediante los ritos, tras larga preparación de yoga”. Eliade aumenta el enfoque de sus investigaciones y acuña la palabra hierofanias, que son las manifestaciones de lo sagrado en el mundo a través del tiempo. En sus conversaciones con el escritor católico Claude-Henry Rocquet, expuestas en el libro ‘La Prueba del Laberinto’, se pregunta: “Estamos integrados en el ritmo cósmico, ¿qué sentido tiene la existencia?” Y se responde: “Si Dios no existe, todo es ceniza. Si no hay un absoluto que dé valor y significación a nuestra existencia, la existencia tampoco tiene sentido”. En el libro, Eliade opina sobre los movimientos religiosos contraculturales: “No creo que haya llegado el fin de la Iglesia, sino quizá de una cierta Iglesia cristiana…lo más importante de todo es el fenómeno hippy…la sacralidad de la vida total…aquellas experiencias religiosas que fueron desvalorizadas por el monoteísmo de los profetas. Las formas futuras de la experiencia religiosa serán completamente distintas de las del cristianismo, el judaísmo y el islam”. Durante su etapa final como profesor de Historia de las Religiones en la Universidad de Chicago, Eliade editó una ‘Enciclopedia de la Religión’ constituida por ¡quince gruesos volúmenes! Ahora, sus profundos deseos de conocimiento yacen arropados por los indiferentes brazos de la Naturaleza

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