2021. GUERRAS, PANDEMIA Y CAMBIO CLIMÁTICO

Guerras en (casi) todo el mundo

Veamos algunos de los treintaicuatro conflictos armados que, dicen, existen en este año en el mundo. En Siria, con su guerra civil sangrienta alimentada por grandes potencias políticas. En Yemen, entre Gobierno y rebeldes hutu con la participación activa de Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos. En Etiopía, la guerra entre el Gobierno y los rebeldes de la región de Tigray ha destrozado el proyecto de normalización de relaciones entre las naciones vecinas de Abiy Ahmed, premio Nobel de la Paz ahora sospechoso de crímenes de guerra y de traidor a su propia etnia. En mayo aumentó la violencia en la guerra entre israelitas y árabes, tanto en las peleas en los barrios comunes de Israel como en los bombardeos sobre la Franja de Gaza ; por supuesto los judíos matan mucho más, ganan por goleada. En Afganistán, los talibanes, que fueron derrotados en dos meses en 2001, ganan en una semana una guerra que duraba veinte años tras la retirada de EEUU y sus satélites (España entre ellos); situación que aprovechó el Estado Islámico (EI) para incrementar los atentados. A sumar, la constante actividad terrorista de Al Qaeda y EI en Irak, Oriente Medio y el mundo occidental, sin olvidar a Boko Haram. Y mucha más sangre: Myanmar, Libia, Sudán y tantos otros.

Además de las guerras abiertas, se contabilizan un buen número de ‘puntos calientes’. La permanente confrontación entre India y Pakistán, ambas naciones con armas nucleares. Las siempre inacabadas conversaciones entre EEUU e Irán sobre el control nuclear. Las discrepancias entre Marruecos y Argelia sobre el Sahara Occidental y los saharauis del Frente Polisario. Los conflictos latentes en Georgia y en Armenia. El expresidente Trump, todo un punto supremacista y xenófobo, fascista, al que votaron setentaicuatro millones de estadounidenses por lo que mantiene un fuerte grupo de senadores y congresistas republicanos, un punto que no admitió su derrota en las urnas y aguijoneó a sus seguidores más extremados a que asaltasen el Capitolio, poniendo así en peligro el sistema democrático de la nación gendarme del mundo. El reciente incremento de la tensión en las fronteras de Ucrania entre Rusia y EEUU, UE y OTAN (¡nada menos! ¡esto es un conflicto mundial repleto de armas nucleares!); Rusia cree tener derecho de posesión sobre provincias ucranianas, como en Crimea, y sus rivales defienden una Ucrania europea. China, que pretende la anexión de Taiwan como hizo con Hong Kong, dice que se respete a Rusia. ¿Y la migración? Un punto bien caliente e imparable.

Y aún queda otra guerra, incruenta en principio pero no menos peligrosa: la guerra cibernética, que puede dejar un país a oscuras e inerme. De hecho, ya estamos en ciberguerra, ya ha habido ataques masivos, la mayoría, dicen, procedentes de Rusia y China.

La pandemia interminable

Nuestro organismo individual está acompañado por unos 380 billones de virus, diez veces más que de bacterias, aunque su masa total es muy pequeña. Algunos son perjudiciales, otros tienen, además de cápside (cubierta de proteínas), genoma (ácidos nucleicos) y enzimas, una capa de lípidos sobre la cápside y proteínas de envoltura. De esta clase es el SARS-CoV-2 que ha producido la pandemia Covid-19: su genoma es ARN, como los virus de la gripe, del ébola o del sarampión. El biólogo barcelonés Esteban Domingo, miembro de la Academia Nacional de Ciencias de EEUU y del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa de Madrid, nos explica que un virus con una secuencia genética definida se multiplica, cambia unas letras por otras (g,a,c,u) y forma, en el cuerpo, una ‘nube de mutantes’. La mutación es la manera de funcionar del virus. En opinión de D. Esteban hay que emplear fármacos que hagan mutar al virus hasta la muerte: es la llamada ‘mutagénesis letal’.

Hasta ahora, se han detectado muchas variantes del virus denominadas con letras del alfabeto griego. Cuando una de ellas se erige en dominante suplanta a las anteriores por su mayor capacidad de transmisión. La última, ómicron, ha suplantado a la variante delta porque se expande a doble velocidad debido a que tiene mutaciones que aumentan la afinidad del virus con los receptores ACE2 de las células, y otras mutaciones que le confieren ventajas adicionales. Por otra parte, esta nueva variante infecta a personas que hayan pasado la Covid tres veces más que la delta. No obstante, se ha comprobado que las vacunas hacen que la infección sea muy leve.

Ya se han empleado diversos tipos de vacunas. Las de mayor eficacia parecen ser las basadas en ARNm (Pfizer y Moderna), aunque también se han utilizado masivamente las sintetizadas a partir de un adenovirus (Astra Zeneca, Sputnik V, Can Sino, Janssen), que es el procedimiento tradicional de fabricar vacunas. Se observó que algunas de estas últimas producían trombos cerebrales al muy bajo nivel del 0,001 %. Otro tipo de vacunas son las basadas en proteínas, como la Novavax y la Sanofi-GSK. La primera vacuna española, fabricada por la compañía Hibra y todavía pendiente de autorización, consta de una proteína dímera que genera una respuesta inmunológica frente a las proteínas S del virus que facilitan su entrada en las células. En ninguna de las vacunas está bien determinado el tiempo que durará la inmunidad proporcionada por ellas ni, por tanto, con qué frecuencia habrá que suministrarlas. Sí sabemos que hay que vacunarse todos los años contra la gripe debido a las mutaciones del virus.

El doctor Domingo apelaba a los fármacos. La dexametasona, un glucocorticoide antiinflamatorio e inmunosupresor fabricado por Crystal Pharma en Boecillo (Valladolid), treintaicinco veces más potente que la cortisona, ha rebajado un 36% la mortalidad de los enfermos de Covid sometidos a ventilación mecánica. Si se suministra junto a tocilizumab, un anticuerpo monoclonal empleado contra la artritis reumatoide, la morbilidad se reduce al 50%. Ya están autorizados los antivirales Pax Covid de Pfizer y Molnupiravir de Merck.

En el año 20021dicen que hubo 198 millones de contagios y 3,5 millones de muertos. En el 2020, 83 y 1,9 respectivamente, con mayor porcentaje de mortalidad, 2,2% frente al 1,7% del año 2021.

Cambio climático. Algo huele a podrido

Ya está suficientemente demostrado que la civilización humana ha producido el cambio climático y que no hay posibilidad de conseguir la reversión del calentamiento global. Por lo tanto, tendremos que dedicarnos a mantener la temperatura estable, a conseguir que el aumento a finales de siglo no sobrepase los 1,5ºC, de acuerdo con la estimación del muy contestado Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). Pero este límite no se puede lograr simplemente recortando la emisión de los gases con efecto invernadero, CO2 y CH4, como se pretende en la actualidad. (El metano se degrada en décadas y el dióxido de carbono en siglos, pero el metano es treinta veces más potente en cuanto al calentamiento; mientras tanto, ahí está el vapor de agua, el campeón). En definitiva, lo que se hace es vigilar cómo la fusión de los glaciares y los casquetes polares aumentan el nivel de los mares, cómo se va perdiendo diversidad biológica, cómo se degradan los arrecifes de coral, cómo se extienden el dengue, el zika y el chikungunya, cómo los animales que no se adaptan al aumento de temperatura y a la variación de las precipitaciones o emigran o se extinguen (¡las ranas, por ejemplo!).

Entre las medidas planeadas para ‘ir disminuyendo‘ la emisión de CO2 cabe destacar la producción de energía eléctrica a partir de procedimientos que no sean quemar carbón en centrales térmicas; ahí están las energías renovables solar y eólica creciendo en importancia. La industria nuclear, también menos contaminante en la emisión de gases de efecto invernadero, está creciendo. China, India, Corea del Sur y Francia construyen o construirán reactores nucleares. Hoy en día existen en el mundo cuatrocientos catorce reactores en funcionamiento que producen el 10% de la energía eléctrica total. La Comisión Europea parece dispuesta a clasificar la energía nuclear como energía verde. (Al fin se le da la razón al joven inglés de 102 años James Lovelock ¡salud, colega!). Bueno Úrsula, verde verde no será pero es preferible a quemar combustibles fósiles. El hidrógeno, que al quemarlo sólo produce agua, es un combustible perfectamente verde, pero su obtención mediante la electrolisis del agua lo encarece demasiado. Los procedimientos de obtención alternativos o dan lugar a la emisión de CO2 o no satisfacen las necesidades económicas; pero hay un ‘arco iris’ del hidrógeno: negro, gris, marrón, turquesa, morado y verde.

Simultáneamente se realizan otras actividades para aliviar el problemón en que estamos metidos. Se captura, elimina o entierra el CO2, se construyen vehículos eléctricos, se ensayan incluso aviones, las industrias estudian procesos sostenibles, se cambian formulaciones y métodos de construcción, algunos astutos visionarios pretenden manchar la atmósfera con partículas de compuestos de azufre para ocultar el sol, se hacen vuelos al exterior del planeta por si hay que salir zumbando…

La ciencia pura y aplicada, a lo suyo

Un problema fundamental para biólogos, bioquímicos y médicos es la colocación espacial de la secuencia de aminoácidos que constituyen las proteínas. La estructura de la proteína, su plegamiento, determina su función, esto es, su acción como enzima, hormona o anticuerpo, y, por consiguiente, también está relacionada con casi todas las enfermedades. Para conocer dicha estructura en el espacio se emplea la cristalografía de rayos X, que consiste en hacer radiografías de las moléculas e interpretarlas: una tarea matemática que puede llevar semanas o meses. Pero ahora ha llegado la ayuda de la Inteligencia Artificial. Con el algoritmo Alpha Fold de Deep Mind se puede resolver la estructura en unos minutos con una precisión del 58%. Pero todavía hay problemas: el método no resuelve estructuras cuando la proteína está actuando, cuando está formando complejos con otras proteínas. Todo se andará. Los investigadores dicen que el método va a suponer una revolución en el conocimiento biológico.

El 24 de enero del 2021 lanzaron al espacio el telescopio que sustituirá y mejorará al Hubble, el telescopio con el que se conocieron los planetas exteriores al sistema solar y la existencia de un agujero negro en el centro de la galaxia. Le llamaron James Webb en honor a un astrónomo jefe supuestamente homófobo. Un mes después de su lanzamiento estará a 1,5 millones de kilómetros, situado en la posición Lagrange 2 gravitatoriamente estable con respecto al Sol y a la Tierra. Tardaron unos veinticinco años en construirlo con un costo inferior a los 10000 millones de dólares. Su vida activa no sobrepasará los diez años: es irreparable por la lejanía; en esto el Hubble tuvo ventaja. El telescopio tiene un ojo de 6,5 metros de diámetro revestido de finísimas láminas de oro y mantenido a 230ºC bajo cero. El Hubble detectó la luz de galaxias que existieron hace 13000 millones de años y el JW detectará la luz de las galaxias primigenias, las de hace 13700 millones de años, 100 millones después del Big Bang. También recogerá datos de lugares más próximos del universo, para ello, se repartirán tareas específicas a distintos grupos de trabajo. Por ejemplo, empleando espectroscopia de infrarrojo se detectará la composición química de las atmósferas de exoplanetas con posibilidades de albergar vida.

Notas de sociedad

En este año murió Steven Weinberg, neoyorquino nacido en 1933 y premio Nobel de Física en 1979. Ya he glosado en otros escritos su figura como uno de los creadores de la teoría electrodébil y del modelo estándar de las partículas elementales. En esta efemérides quiero recordar su frase «para que la gente buena haga el mal, hace falta la religión».

También desapareció el teólogo suizo, nacido en 1928, Hans Kung. Profesor de Teología en Tubinga, donde coincidió con Ratzinger (luego Benedicto XVI), fue considerado rebelde por el Vaticano. Lo mereció. En uno de sus escritos dijo nada menos que «ni cielo ni infierno son un lugar físico» ¡No se hubiese atrevido a repetírselo a los habitantes de la isla de La Palma, que vieron y sufrieron surgir el fuego del infierno de las entrañas de la tierra!

Premios Nobel 2021

El premio Nobel de Fisiología o Medicina lo compartieron David Julius (New York, 1955), profesor de la Universidad de California, San Francisco, premio Príncipe de Asturias 2010, y Ardem Patapoutian (1967, Beirut), profesor en el Scripps Research de La Jolla e investigador en el Howard Hughes Medical Institute, «por su descubrimiento de los receptores de la temperatura y el tacto». Julius empleó capsaicina, una oleorresina de los pimientos chile que produce una sensación de quemadura, para identificar el sensor de las terminales de los nervios de la piel en respuesta al calor. Patapoutian se centró en las células sensibles a la presión para descubrir una nueva clase de sensores que respondieran a los estímulos mecánicos en la piel y en los órganos internos. El trabajo de ambos incrementaron el conocimiento sobre cómo el sistema nervioso siente el calor, el frío y los estímulos mecánicos, es decir, cómo nos relacionamos con el exterior. Respondieron a la pregunta: ¿ cómo se convierten los estímulos en impulsos nerviosos? Así, Julius y su equipo encontraron un gen que expresaba la proteína capaz de reaccionar a la capsaicina activando un canal iónico. Demostraron que temperaturas diferentes pueden inducir señales distintas en el sistema nervioso mediante receptores para el calor y para el frío. A dos de ellos los denominaron TRPV1 y TRPM8. Patapoutian y sus colaboradores hicieron un largo recuento de genes hasta encontrar los responsables de la expresión de los receptores con sensibilidad mecánica. Identificaron los canales iónicos que llamaron Piezo1 y Piezo2, proteínas expresadas por los genes del mismo nombre cuando se ejerce presión sobre las membranas de la célula. Ambos intervienen en la presión sanguínea, la respiración y el control urinario. El Piezo2 es esencial para el sentido del tacto, así como para sentir la posición del cuerpo y el movimiento (propriocepción).

La mitad del premio Nobel de Física la compartieron Syukuro Manabe (Shyngu, Japón, 1931) de la Universidad de Princeton y Klaus Hasselmann (Hamburgo, 1931) del Instituto de Meteorología Max Planck de Hamburgo, «por el modelo físico del clima terrestre, que cuantifica la variabilidad y predice de forma fiable el calentamiento global». La otra mitad del premio le correspondió a Giorgi Parisi (Roma, 1948) de la Universidad Sapienza de Roma «por el descubrimiento de la relación entre el desorden y las fluctuaciones en sistemas físicos, tanto en escalas atómicas como planetarias». Los tres estudiaron fenómenos aparentemente caóticos, sistemas complejos que se manifiestan al azar y con desorden; pero ellos predijeron su comportamiento a largo plazo. Manabe, en 1960, desarrolló modelos del clima y demostró que los niveles de CO2 en la atmósfera están relacionados con el aumento de temperatura en la superficie de la tierra. Diez años después, Hasselmann creó un modelo en el que ligaba tiempo atmosférico y clima, a pesar de lo caótico que es el cambio del tiempo. También desarrolló métodos para identificar las huellas que imprimen en el clima los fenómenos naturales y las actividades humanas, incluyendo las emisiones de CO2. Parisi descubrió patrones ocultos en materiales complejos tanto en física como en matemáticas, biología, neurociencia y aprendizaje con máquinas.

El premio Nobel de Química lo compartieron Benjamin List (Frankfurt, 1968) del Instituto de Investigación del Carbón Max Planck, y David W.C. Mac Millan (Bellshill, RU, 1968) de la Universidad de Princeton «por el desarrollo de la organocatálisis asimétrica». Utilizaron catalizadores nuevos, pequeñas moléculas orgánicas que son completamente diferentes de las enzimas y los metales, los catalizadores tradicionales. Con ellas obtienen selectivamente moléculas dextrógiras o levógiras, medicamentos y moléculas que captan luz en las células solares.

El premio Nobel de Literatura se lo concedieron a Abdulrazak Gurnah (Zanzibar, 1948) de la Universidad de Kent y de la Christ Church de Canterbury, «por su penetración libre y apasionada en los efectos del colonialismo y el destino de los refugiados en el abismo entre culturas y continentes». Algunas de sus novelas son: ‘Afterlives’, que trata del genocidio cometido en Tanganica por los colonialistas alemanes; ‘Paraíso’, una novela histórica en África al comienzo de la Primera Guerra Mundial; ‘Desertion’, amores mixtos en el tiempo; ‘The last gift’, un inmigrante africano en Inglaterra.

El premio Nobel de la Paz lo compartieron María Ressa (Manila, 1963) y Dimitry Murátov (Samara, Rusia, 1961) «por sus esfuerzos en salvaguardar la libertad de expresión, que es una precondición para la democracia y la paz duradera». Ressa, bióloga molecular, tiene doble nacionalidad filipina y estadounidense, debido a que su familia huyó del régimen del presidente Marcos. Actualmente es CEO de Rappler, una compañía digital filipina que lucha contra el autoritarismo del presidente Duterte y su mortífera campaña antidrogas (dicen que ha costado tres mil muertos) y contra la difusión de bulos y discursos manipulados. Ella ha sufrido diez órdenes de arresto y está pendiente de respuesta a su apelación contra la condena a seis años de cárcel. Murátov fue uno de los fundadores del periódico independiente ‘Novaya Gazeta’ crítico con el poder, donde se han publicado artículos sobre la corrupción, la violencia policial, los arrestos ilegales y el fraude electoral. Los oponentes al periódico respondieron asesinando a seis de sus periodistas, entre ellos a Anna Politovskaya por sus artículos sobre la guerra de Chechenia. A pesar de todo, Murátov sigue defendiendo su línea editorial.

La mitad del premio Nobel de Ciencias Económicas se lo concedieron al David Card (Guelph, Canada, 1956) de la Universidad de California , Berkeley «por sus contribuciones experimentales la economía del trabajo». Por ejemplo, demostró que, en algunos casos, la subida del salario mínimo no aumentaba el desempleo y que la inmigración no afectaba a la renta de los trabajadores menos cualificados. La otra mitad del premio la compartieron Joshua D. Angrist (Columbus, Ohio, 1960) del Massachusetts Institute of Technology, y Guido W. Imbens (Países Bajos, 1963) de la Universidad de Stanford, «por sus contribuciones metodológicas al análisis de las relaciones causales». Por ejemplo, demostraron que la regla ‘a mayor nivel educativo, mejor salario’ no siempre se cumple. Los tres premiados demostraron que las causas y efectos del mundo del trabajo pueden deducirse con experimentos naturales, esto es, con la investigación empírica.

Et Vale. Entro en el 82, el número atómico del plomo, el elemento químico en el que acaban las series radiactivas ¿Hasta el año que viene?

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