GRASS
Günter Grass nació en la alemana Danzig en 1927, ciudad que después fue polaca con el nombre de Gdansk. Recibió el premio Nobel de literatura en 1999. En su obra ‘Pelando la cebolla’ cuenta que era hijo de tenderos y que actuó como recaudador de deudas del comercio paterno cuando contaba con diez y once años. Dice haber sido un precoz lector de Historia, sobre todo de las sangrientas Edad Media y guerra de los treinta años, convirtiéndose en un joven nazi, miembro de las juventudes hitlerianas. Imbuido de un romántico ardor guerrero, se presentó voluntario, a los dieciséis años, para servir en los submarinos de guerra, pero fue desechado y enviado a un campo de trabajo preparatorio. Lee ‘Sin novedad en el frente’ del gran pacifista Erich María Remarque, y recuerda cómo un par de botas va cambiando de propietario a medida que van reventando uno tras otro. También lee ‘Tempestades de acero’ de Ernst Jünger, el místico de la guerra, que la celebra como aventura y prueba de virilidad. (En la obra ‘Mi siglo’, Grass evoca la Primera Guerra Mundial, con las trincheras, los gases de cloro, las bayonetas y los aviones, mediante una conversación entre los dos autores). Participa en la guerra encuadrado en los tanques anticuados de la Waffen SS, que sufren una paliza desmoralizadora y comienza su conversión: se causa una ictericia fingida bebiendo aceite recalentado de una lata de sardinas para ir al barracón de enfermería; haciendo de sirviente se mea en el café de los oficiales y, después, en sí mismo durante un furioso cañoneo enemigo. Con su unidad destruida, marcha errante con el miedo a que lo ahorquen por carecer de hoja de ruta, pero es asignado a una tropa de choque, ‘el destacamento de ascensión a los cielos’. Herido en el hombro (con una esquirla que llevó de por vida) y en el muslo fue hospitalizado en Marienbad.
«El Führer se había ido, como si no hubiera existido nunca». Grass ingresa en un campo de trabajo británico, en el que pasa un hambre terrible; se apunta a un curso de cocina impartido por un tipo para él inolvidable (ahí empezó la afición que le acompañó toda su vida y demostró en su obra ‘El rodaballo’). Al ser definitivamente liberado, trabajó con dieciocho años en una mina de potasa, en donde asiste a las discusiones políticas de sus compañeros, se inclina por el socialismo democrático y se aleja de la religión. Dice: «Como el ser humano pasa por ser el fiel retrato de Dios, se podría considerar a Dios como el espantajo original». «El canciller Adenauer parecía una máscara, detrás de la cual se escondía todo lo que yo odiaba; la hipocresía que se las daba de cristiana… mentirosas aseveraciones de inocencia… y rectitud de una pandilla de criminales disfrazada». Sacó a su hermana (¿la violaron durante la guerra, de niña, los rusos?) del noviciado, «cayó en la trampa de la hipocresía organizada». Recuerda que compartió lona y juego de dados con un soldado llamado Joseph Ratzinger que «quería ser obispo, que hablaba de manera reflexiva, fanática, sensible y llena de amor sobre la única religión verdadera; ahora quería ser infalible como papa».
Estudiante de arte en Dusseldorf, traficó en el mercado negro, fue escultor de lápidas y batería tocando sobre una lámina metálica (el tambor de hojalata) en un trío de jazz al que se sumó en una ocasión el mismísimo Louis Armstrong durante cinco minutos. Animado por la asociación de escritores Grupo 47 escribió poemas y obras de teatro de poco éxito, éstas influidas por Ionesco, Beckett y Brecht. «Hasta entonces, entre pintores y escultores, con cerveza y aguardiente, había sido un cliente en la barra: ahora, desde el amanecer, se me veía sentado con literatos ante un vaso de vino». En 1956 se fue a París y produjo su obra cumbre: ‘El tambor de hojalata’, una novela picaresca escrita en una variedad de estilos, que distorsiona y exagera sus experiencias personales: el dualismo polaco – alemán de Danzjg, la nazificación de las familias de clase media, el arrepentimiento por los años de guerra, la llegada de los ‘ruskis’ y la atmósfera complaciente de la Alemania occidental después de la guerra con el milagro económico. «Me resultaba muy fácil escribir de la mañana a la noche»
En sus diarios publicados (‘La estrategia del caracol’, ‘De Alemania a Alemania’) cuenta su participación en el Partido Socialdemócrata (SPD), su lucha por las causas sociales y literarias, y sus discrepancias sobre la reunificación alemana: «Una ganga llamada República Democrática Alemana (RDA)». «Un ejército de administrativos occidentales… funcionarios coloniales. La gente de la RDA volverá a ser estafada». «Kohl estuvo aquí y preguntó a las masas: ¿Queréis la unidad de Alemania? ¿Queréis nuestro bienestar? Más vulgar no se puede ser». Y escribe al candidato socialdemócrata Oskar Lafontaine: «Esta política carece de toda idea que vaya más allá de la economía del marco. Apiádate de la gente de la RDA».
Tiene una finca en la punta sur de Portugal, cerca de Faro, donde planifica un libro, planta árboles, cocina y dibuja sin parar. Dice que «en Portugal se pone de manifiesto qué fuerza destructora emana de la Comunidad Económica Europea… sumas ingentes en construcción de carreteras… destruyen la agricultura… desplazan los productos portugueses para sustituirlos por españoles». Echa un vistazo a los países del entorno alemán: «Qué relativamente feliz es este país pobre (la República Checa), porque no tiene ningún hermano rico». «Junto a los alemanes de segunda clase pronto habrá checos y polacos de tercera y cuarta clase». Los avances sobre el futuro raramente funcionan, es más seguro dar noticia del presente: «Los alemanes, campeones de futbol en 1990; la república, más ruidosa, más feliz que cuando la caída del Muro».
Günter Grass, que no acabó el bachillerato y llegó a doctor ‘honoris causa’ y premio Nobel «por sacar a flote y dar forma, con la materia del pasado capturado por su enérgica prosa, a una apasionada reconstrucción de los rasgos de identidad de su país». Günter Grass, cocinero, escultor, pintor, poeta, dramaturgo, novelista, ‘la conciencia de su generación’, murió a los ochenta y siete años de edad en Lübeck, Alemania.
ALBERTI
Rafael Alberti fue, según uno de sus estudiosos, «un gran pintor – poeta, un poeta visual, óptico y gráfico, capaz de releer y refundar toda la tradición». Nació en 1902, nieto de italianos y andaluzas, en El Puerto de Santa María (Cádiz), y pasó su vida añorando «un melancólico lugar de retamas blancas y amarillas llamado La Arboleda Perdida» cercano al sitio de su cuna y que dio nombre a sus libros de memorias. En 1917 su familia se traslada a Madrid, donde Rafael, según Gregorio Prieto, da suelta a su «retozón afán de notoriedad sobresaliente». En 1923 contrae tuberculosis, publica el libro de poemas ‘Marinero en tierra’ y, en 1925 recibe el Premio Nacional de Literatura. Su obra más difícil, estudiada y controvertida (¿surrealista?) es ‘Sobre los ángeles’, escrita en 1927 – 1928 bajo «¿qué espadazo de sombra me separó casi insensiblemente de la luz, de la forma marmórea de mis poemas inmediatos, del canto aún no lejano de las fuentes populares, de mis barcos, esteros y salinas, para arrojarme en aquel pozo de tinieblas?» Una depresión juvenil, en la que escribiría: «Se necesita billete para entrar en el cielo… Para ir al infierno no hace falta cambiar de sitio ni postura». En 1930 rompe la relación con la pintora Maruja Mallo (la bruja Maruja) y se fuga con María Teresa León, que fue su compañera hasta que murió de Alzheimer («esas cosas desgarradoramente lentas») en 1988. «Ella había sido para mí todo… yo no sabía ni cómo se rellenaba un cheque… a veces me hubiera arrojado al Tévere». «Era una mujer de una fuerza increíble… después de Pasionaria, una de las mujeres más destacadas de la España republicana… Participaba en mítines, en cualquier acto solidario al que se le llamaba… y sin disfraz de proletaria». (Una vez viudo, Alberti se casó con María Asunción Mateo, escritora como María Teresa y separada con dos hijos ¡Qué parecido físico entre sus dos esposas y su primer amor, una niña llamada Milagritos!).
La llegada de la Segunda República en 1931 propicia que su vida y su obra «estén al servicio de la revolución española y del proletariado español… Antes, mi poesía estaba al servicio de mí mismo y de unos pocos. Hoy, no». Reacciona contra el «espíritu católico español, reaccionario, salvaje, que nos entenebreció desde niños los azules del cielo, echándonos cien capas de ceniza, bajo cuya negrura se han asfixiado tantas inteligencias verdaderas». Según Azorín, «Rafael Alberti se vuelve con los brazos abiertos hacia el pueblo, porque sólo el pueblo y sólo la naturaleza podían darle el punto de apoyo necesario para salir de la situación mental y socialmente crítica en que se encontraba». Rafael y Mª Teresa compusieron la famosa letra: «Puente de los franceses nadie te pasa / porque los milicianos qué bien te guardan», y fundaron, con su amigo Bergamín, el periódico ‘El mono azul’ (por el traje proletario).
Alberti, del Partido Comunista, huye a Francia, dejando en España centenares de miles de muertos y el cadáver de su amigo Federico García Lorca. «Picasso nos facilitó los billetes para salir de Francia cuando los nazis entraron en París». Rafael y Mª Teresa vivieron en la acogedora Argentina hasta 1961. Allí se representaron sus obras de teatro, «un teatro desnudo de artificios, en el que la fuerza del texto no quede relegada ante el excesivo despliegue escenográfico», como ‘Noche de guerra en el museo del Prado’, que fue copiado por Mujica Láinez en ‘Un novelista en el museo del Prado’. En Argentina se reencontró con la primerísima actriz Margarita Xirgu, exiliada también, aunque católica, porque hubiese gritado ¡Viva la República! en el último acto de la obra de Alberti ‘Fermín Galán’.
Desde Argentina, Rafael y Mª Teresa fueron a Italia, donde vivieron hasta su vuelta a España en 1975. Alberti fue elegido diputado por el Partido Comunista, pero renunció al escaño confiando en que los jóvenes, más informados que ´él, mejorasen su actuación política. Rechazó la propuesta de Dámaso Alonso de ser académico de la Real Academia Española (recordaba cómo de joven se meó en sus muros), pero aceptó la entrada en la Academia de San Fernando. Muerta Mª Teresa, cansado de la vida madrileña («Madrid es un enorme garaje») se retira con Mª Asunción a una casa con jardín de su añorado Cádiz, donde recuerda a sus amigos: «Dalí un día fue a comprar un sello para una carta y echó en el buzón la carta con el sello y la calderilla con el cambio, porque creía que formaba parte del franqueo» (después, bajo la influencia de Gala, Salvador Dalí se convirtió en ‘Avida Dolars’); a la muerte de Picasso, «¿cómo podrían haberse cerrado los ojos más maravillosos de la tierra?»; recibe el piropo de uno de sus admiradores «¡Qué bonito que eres, me cago en todos tus muertos!» Y pone belén, recibe regalos de reyes magos y canta a dúo con Marcos Ana: «La Virgen es radical / San José es socialista / y el niño que va a nacer / del Partido Comunista».
Alberti recuerda a alguno de sus favoritos: «Góngora era un maestro revolucionario del idioma, dejó escritas las estrofas más originales y suntuosas de nuestra poesía: ‘Tú eres tiempo el que te quedas / y yo soy el que me voy’, escribió»; «Juan Ramón es uno de los poetas más destacados de este siglo… no vivía, y tampoco (seguramente) quería vivir, para oír otra cosa que no fuese la poesía»; «Machado tiene otra dimensión, su voz era más entrañable… está por encima de cualquier moda o modo… Era un santo… alejado de cualquier comidilla o conspiración literaria»; «Baudelaire: ‘Embriagaos de amor, de virtud, de poesía o de vino. Cuidad siempre de estar ebrios’, aconsejaba»; «Goya, el primero que ha bajado a la calle, …el que hizo suyo ese claroscuro candente y aguafuerte de España».
Rafael Alberti no llegó, como soñaba, a conocer el año 2015, tampoco le concedieron, por comunista, el premio Nobel, no tenía ni el bachillerato elemental, pero fue doctor ‘Honoris Causa’ por seis universidades.