Saramago: Citas y anotaciones de las obras de grandes escritores (12)

SARAMAGO

El primer premio Nobel de literatura en lengua portuguesa le correspondió a José Saramago, «por su arte narrativo, desarrollado con obstinación y profundidades insospechadas». José nació en 1922 en una aldea «en una familia muy pobre, campesina y analfabeta» y dice de sí mismo que era «desde muy niño, callado, reservado, melancólico, nunca he tenido la risa fácil, incluso la sonrisa es algo que me cuesta trabajo, las alegrías y tristezas son en mí interiores». Tuvo una corta experiencia como periodista en la que aprendió algo: «a escribir noventa y nueve palabras cuando se necesitan noventa y nueve». En 1980, a los 58 años de edad, publica ‘Levantado del suelo’, «porque del suelo se levantan los hombres, la mies, los árboles». Esta novela inaugura un original y eficaz sistema de puntuación. Como dice José, «si usara constantemente signos gráficos de puntuación, estaría introduciendo obstáculos al libre fluir de ese gran río que es el lenguaje de la novela. Mis signos de puntuación, la coma y el punto final son signos de pausa en el sentido musical del término. El lector debe escuchar en el interior de su cabeza». (Escribía con un fondo de música clásica).

En 1982 aparece ‘Memorial del convento’, «una especie de ajuste de cuentas que no adopta las formas que suele adoptar la protesta… la ironía es mucho más viva; en ocasiones se convierte en sarcasmo, pero hay una gran piedad en todo esto». He aquí algunos tozos, que no párrafos, de esa ironía y ese sarcasmo: «… pero yo digo que Dios no tiene mano izquierda porque es a su diestra, a su mano derecha, donde se sientan los elegidos, no se habla nunca de la mano izquierda de Dios, … es el vacío, la nada, la ausencia, Dios es, pues, manco. Respiró hondo el cura y concluyó, de la mano izquierda». «Arrodillaos pecadores, que ahora mismo deberíais caparos para no fornicar más, … ahora mismo deberíais volver y vaciar vuestros bolsillos, porque en el paraíso no se requiere dinero, en el infierno tampoco,… aquí sí que el dinero es preciso, para el oro de otra custodia, para sustentar la plata de toda esta gente, a los dos canónigos que me levantan la cola de la pluvial y llevan las mitras, y a los dos subdiáconos que me alzan la cola del faldón, los caudatorios que van detrás, por eso son caudatorios».

‘El año de la muerte de Ricardo Reis’ se publica en 1984. Ricardo Reis es uno de los heterónimos del poeta Fernando António Nogueira Pessoa, natural de Lisboa, graduado en letras por la Universidad de Inglaterra, monárquico, autor del poema de exaltación nacionalista ‘Mensaje’ y fallecido en 1935 a los 47 años de edad. Pessoa, por su tendencia a la simulación, era Alberto Caerio, su despersonalización dramática, era Álvaro de Campos, la emoción que no se concedía en su vida, era António Mora, el defensor del paganismo griego (el más alto nivel de la evolución humana hacia la ciencia y no hacia la emoción). Y era Ricardo Reis, el personaje en el que el poeta ponía toda su disciplina mental, vestida de la música a ella adecuada. José siente por Ricardo Reis atracción y rechazo, siempre le había irritado su frase ‘sabio es el que se contenta con el espectáculo del mundo’. En la novela, Reis se pasea por las calles de Lisboa bajo la incesante lluvia en una soledad acompañada por el fantasma de Pessoa, con el que contempla la ciudad, recuerda y critica acontecimientos y tiene presente la cercana guerra civil española: «La declaración del cardenal Pacelli – ‘Mussolini es el mayor restaurador del imperio romano’ -, … las tropas italianas bombardeando Etiopía y Pacelli profetiza imperio y emperador». «Franco, dijo, no entraría en Madrid por no sacrificar a la parte inocente de la población (esperaría a que los niños crecieran para no sobrecargar de ángeles el cielo)». «Miguel de Unamuno, rector, dio su adhesión a la Junta de Burgos y dio 5000 pesetas al ejército nacionalista. Recomendó a Azaña que se suicidase. Su mayor admiración a la mujer española, que evitó que las hordas comunistas y socialistas se apoderaran hace tiempo de España».

‘La balsa de piedra’ ve la luz en 1986. La península ibérica, España y Portugal, se desgaja por los Pirineos y navega libre por el Atlántico. Un sueño de José: La península no pertenece a Europa y debe derivar hacia una posición intermedia entre Suramérica y África; hemos de tender hacia una federación ibérica, en la que Portugal, que representa un quinto de la población total, se equipare en derechos y obligaciones a las otras federaciones: Andalucía, Cataluña, Euskadi, Castilla, Galicia…

En 1985 publica ‘Historia del cerco de Lisboa’, en la que, según José, no hay ninguna historia verdadera, pero sí hay un suceso vital: el encuentro de José con su gran amor, con Pilar, a quien dedica la novela y la extraordinaria página que sigue: «La última hora la pasó casi toda en el balcón, con medio cuerpo oculto, acechando dónde María Sara dejará el coche. La vio aparecer en la esquina, ni deprisa ni lenta, el pelo suelto, y el deseo le puso un súbito nudo en la boca del estómago. Fue a abrir la puerta, Qué tarde, dijo, Ya se sabe, el tráfico. La puerta más próxima es la del dormitorio. Pero Raimundo Silva le quitó el bolso del hombro, lentamente, Ayer, al despedirse me trató de tú, dijo, Es la falta de hábito, Quiere ir al despacho, No, aquí estamos bien, pero tu no tienes donde sentarte, Mire la cama, Y yo respondo, Que le pasa a la cama. Estaban uno en brazos del otro, pero no se besaban aún, se miraban y sonreían mucho, el rostro alegre, y después la sonrisa se fue recogiendo lentamente como agua que la tierra estuviera absorbiendo y saboreando, y, entonces, unas alas inmensas envolvieron a María Sara y Raimundo Silva, apretándolos como a un único cuerpo, y el beso empezó, nadie sabe lo que es el beso, tal vez la decoración imposible, tal vez el principio de la muerte. Allí se hallaron, sentados primero en el borde, después él la echó hacia atrás y continuaron besándose, bajo la mano banal del hombre estaba el prodigio de un seno. Fue ella quien, sin prisas, disfrutando de su propio movimiento, se desabrochó la blusa. La penumbra del cuarto se iluminó súbitamente, seguro que por el lado de la barra se habían abierto las nubes, y el último sol entró por la ventana, oblicuo, lanzando por aquel lado de la pared una vibración de luz color cereza. María Sara y Raimundo Silva no se habían desnudado por completo. Estaban tumbados, cubiertos, y temblaban. El beso se convirtió en un devorarse de labios y de lenguas, empezaron a oírse palabras, sueltas, entrecortadas, jadeantes. Después, al fin, se desnudaron del todo, la noche caía muy lentamente sobre la ciudad, cuando los sexos de estos dos se sintieron por primera vez, cuando todas las compuertas del diluvio se abrieron sobre la tierra, Que nada en el futuro sea menos que esto, el cuarto estaba oscuro, Enciende la luz, quiero saber si esto es verdad».

‘El Evangelio según Jesucristo apareció en 1991y el subsecretario de Cultura portugués prohibió, tomándose atribuciones que no le correspondían, que fuera presentado a un premio literario europeo. José denunció el hecho como fascismo en democracia y se fue, con Pilar, a vivir a Lanzarote, su balsa de piedra. Y es que de Cristo, Dios y María no se puede decir nada que no sea estrictamente edificante. Por eso pregunta en la novela: «Dios mío, por qué hiciste… los hombres… de inmundicia, cuánto mejor hubiera sido que los hubieras hecho de luz y transparencia». Y recuerda que el carpintero, el padre putativo del Verbo Encarnado, avisado por un ángel de la matanza de los inocentes, huyó con la madre y el niño sin alertar a ningún vecino, haciéndose cómplice de los asesinatos. También deja claro que el dios de los judíos quiere ampliar su territorio por medio de la acción de su hijo; este hace muchos milagros, pero no resucita a Lázaro porque su hermana María de Magdala, compañera sentimental de Jesús le indica que va a hacerlo morir – doloroso trance – dos veces. De paso, defiende al «Mal Ladrón, rectísimo hombre… a quien le sobró conciencia para no fingir que creía… que un minuto de arrepentimiento basta para redimir una vida entera de maldad o una simple hora de flaqueza».

José pensaba que ‘El año de la muerte de Ricardo Reis’ era su mejor novela, pero su mayor éxito popular quizá lo constituyó ‘Ensayo sobre la ceguera’, publicada en 1995. Consideraba que «en el fondo, seguramente no soy novelista. Soy ensayista, alguien que escribe ensayos con personajes. En la novela puede confluir todo, la filosofía, el arte, el derecho, incluso la ciencia, todo. Es un intento de comprender el mundo». En esta novela – ensayo, muestra «una imagen del mundo en que vivimos: un mundo de intolerancia, de explotación, de crueldad, de indiferencia, de cinismo», y que «en lo relativo a la razón estaríamos ciegos. Cuando la ética no gobierna la razón, esta pierde toda importancia. La maldad, la crueldad, son inventos de la razón humana». La ceguera general que se propone en la novela es blanca y no negra, solamente una mujer conserva la vista, a quien «no se le hubiera ocurrido la posibilidad de que de los grifos de las casas no saliera ni una gota del precioso líquido, es defecto de la civilización, nos habituamos a la comodidad del agua canalizada, llevada a domicilio, y nos olvidamos (de) que, para que tal suceda, tiene que haber gente que abra y cierre las válvulas de distribución, estaciones elevadoras que necesitan energía eléctrica, computadoras para regular los débitos y suministrar las reservas, y para todo faltan ojos».

En 1997 José ensaya una ridiculización de la burocracia con la novela ‘Todos los nombres’. Nombres y más nombres de personas en legajos polvorientos colocados en un archivo laberíntico in fin. Vidas muertas en papel olvidado. Pero para José no es una novela sobre la muerte y los muertos, sino que es una obra sobre la vida, y la prueba es el expediente de una mujer que el protagonista rescata y destruye.

‘La caverna’ es ofrecida a los lectores en el año 2000. El enorme centro comercial en el que trabaja como agente de seguridad el yerno del alfarero protagonista simboliza un mundo cruel: la moderna catedral y la nueva universidad, la sustitución de las compras por el consumo, el miedo a la inseguridad instalado en la sociedad moderna. Además, debajo de los sótanos del centro se encuentra una cueva en la que aparecen, sedentes, atados y momificados, los cadáveres de varios hombres y mujeres: es la caverna de Platón, sobre la cual están erigidos los múltiples pisos del centro con sus incontables ofertas y atracciones. José confiesa que en la novela se encuentra con la ternura: el viejo, sabio y sentencioso alfarero («No hay nada más tiste, más miserablemente triste que un viejo llorando». «Ni la juventud sabe lo que puede, ni la vejez puede lo que sabe». «Ese órgano al que llamamos cerebro, ese que transportamos dentro del cráneo y que nos transporta a nosotros».)que se enamora de una vecina también viuda; su hija, también sabia y sentenciosa («Cada persona es un silencio, cada una con su silencio, cada una con el silencio que es». «Las personas de mal carácter son con frecuencia cobardes».); el perro encontrado, cuyas motivaciones son amorosamente estudiadas («Es negro, tenía ese color, o como afirman algunos, esa ausencia de tal».), que, en la realidad, apareció en Lanzarote y lo alimentó Pilar.

En ‘El hombre duplicado’, aparecida en el 2002, José estudia el caos, un tipo de orden por descifrar, y propone al lector que investigue el orden que hay en el caos. En la novela dice: «Falsear no es el término exacto, falsificar habrás querido decir, Gracias por la rectificación, lo que yo pretendía era manifestar el deseo de que hubiese una palabra capaz de expresar, por sí sola, el sentido de las dos, Según mi ciencia, una palabra que en sí reúna y funda el falsificar y el falsear, no existe, Si el acto existe, también debería existir la palabra, Las que tenemos se encuentran en los diccionarios, Todos los diccionarios juntos no contienen ni la mitad de los términos que necesitaríamos para entendernos unos a otros».

En el 2004 se publica ‘Ensayo sobre la lucidez’, cuyo escenario es la misma ‘ciudad de los prodigios’ donde se produjo la ceguera blanca. En ella los ciudadanos votan en blanco. En contrapartida, el gobierno, la milicia y la policía se exilian, rodean la ciudad y buscan un responsable: es la mujer que no perdió la vista en el caso de la ceguera, y la matan. José escribe una fábula, una sátira y una tragedia sobre «eso que llamamos democracia, que no funciona, que es poco más que una fachada». Como «de la democracia no queda mucho más que un conjunto de ritos», decía en 2001, «indignémonos»; y ya que «la utopía es una especie de invitación a la pereza, hagamos algo más creativo que la simple indignación, manifestémonos una y otra vez por la participación política, cultural y social del ciudadano». Es necesaria «una insurrección ética, no una revolución». Aparte de la novela, José hace una diáfana declaración de principios políticos, algo, según él, que debería hacer todo escritor comprometido: «Soy marxista y comunista de carné». «El modelo comunista real ha fallado, pero el ideal no muere. No vale glosar a Marx y a Engels sin aportar una reflexión. En la URSS se inventó un capitalismo de Estado, no había participación efectiva de los ciudadanos, no había socialismo». «Las socialdemocracias se proponen apaciguar el socialismo. Los partidos llamados socialistas han dejado de ser de izquierdas». «Cada vez me siento más como un comunista libertario». «No se puede vivir como estamos viviendo, condenando a las tres cuartas partes de la humanidad a la miseria. Un mundo que tiene capacidad para resolver problemas como el hambre y la falta de educación pero no los resuelve. Lo que importa es el lucro. El infierno es esto».

En 2005, José escribe ‘Las intermitencias de la Muerte’, que dice «yo soy la muerte, el resto es nada». Y enarbola un estandarte contra las religiones y sus iglesias: «Las religiones, todas, no tienen otra justificación para existir que no sea la muerte. Sin muerte no hay resurrección, y sin resurrección no hay iglesia. La iglesia necesita la muerte para vivir, para prometer vida eterna y ejercer una presión abusiva sobre las conciencias». Pero «la filosofía necesita tanto de la muerte como las religiones, si filosofamos es porque sabemos que moriremos, Montaigne ya dijo que filosofar es aprender a morir». José no soporta «la maldad y la hipocresía que han crecido a la sombra de las religiones». En la novela, un cardenal declara que «nuestra especialidad ha sido neutralizar, por la fe, el espíritu curioso». Ese espíritu curioso que nos impulsa a preguntar: «¿Qué motivo tendría Dios para hacer el universo? ¿Sólo para que en un planeta pequeñísimo de una galaxia cualquiera pudiera nacer determinado animal que tuviera un proceso evolutivo? » En la novela alguien proclama: «Somos, en el universo, como un hilo de mierda a punto de disolverse». Y José, que siempre dice lo que piensa, se confiesa «un ateo con una actitud religiosa que tiene que ver con el universo; lo que me trasciende es la materia, la tierra, con sus mares y sus multitudes».

Tras grave enfermedad, en el 2008, a los 86 años de edad, José escribe ‘El viaje del elefante’, una novela con trazos de humor basada en un hecho real: el viaje de traslado de un elefante desde Lisboa a Viena a través de Valladolid y Génova, dedicada a su mujer: «A Pilar, que no dejó que yo muriera»; porque «Pilar del Río (su traductora al español) no es mi secretaria. Cuando vuelvo la vista a lo que viví antes, veo todo aquello como una larga preparación para llegar a ella. Cuando no está, la casa se apaga. Y cuando vuelve, se reactiva». José se pregunta: «¿El amor a una cierta edad puede ser ridículo? Cualquier persona puede entregarse a otra, que es en lo que consiste el amor».

Si José creía que ‘El viaje del elefante’ sería su última novela se equivocó, porque aún le quedarían fuerzas para mirar con humor condescendiente algunas de las muchas simplezas, tonterías, que están escritas en la Biblia, el libro por excelencia. Por ejemplo: José mete a Adán y Eva, expulsados del paraíso por el ángel guardián (padre de Abel, ya que embarazó a Eva), en una caravana que pasaba por allí. Adán vivió hasta los novecientos años, luego le faltó poco para morir ahogado en el diluvio ¿De dónde salió Lilith, en la que Caín engendró a Enoc? José clama: «¡Los niños, los niños de Sodoma y Gomorra eran inocentes y fueron quemados a fuego de azufre!» Y José, el relativista del deseo y de la acción, el pesimista por la razón y optimista por la voluntad, indignado por haber entrado en un mundo injusto y haber salido de un mundo injusto, se despide de todos nosotros, admiradores de sus decires y de sus contares, fracasados imitadores de su bondad: «La historia se ha acabado, no habrá nada más que contar».

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