Cernuda, Diego y Dámaso Alonso: Citas y anotaciones de las obras de grandes poetas en español (21)

CERNUDA

El poeta sevillano Luis Cernuda murió en 1963, en el exilio mexicano, a los sesenta años de edad. Se le considera perteneciente a la generación del 27, de aquel grupo de poetas (Lorca y Alberti, Guillén y Bergamín, Dámaso Alonso y Gerardo Diego, Prados y Altolaguirre… ) que rindieron homenaje a la pureza poética representada por Góngora y Juan Ramón Jiménez; en aquel tiempo en el que el licenciado en Derecho Cernuda escribía sus primeros versos:

«Soledad amorosa. Ocioso yace/ el cuerpo juvenil perfecto y leve./ Melancólica pausa. En triste nieve/ el ardor soberano se deshace.

Pocos años después, el tímido y solitario Cernuda, hijo de un jefe militar, comienza a liberarse de las represiones de su homosexualidad: «Diré cómo nacisteis, placeres prohibidos,/ como nace un deseo sobre torres de espanto…». Y de las rimas asonantes y consonantes: «Cómo llenarte soledad,/ sino contigo misma.»

Cuando llega la Guerra Civil le dice a Larra: «Escribir en España no es llorar, es morir». Y en Gran Bretaña, en el exilio, clama por su tierra:

«Tu sueño y tu recuerdo, ¿quién lo olvida,/ tierra nativa, más mía cuanto más lejana?/ Tus pueblos han ardido y tus campos/ infecundos dan cosecha de hambre;/ rasga tu aire el ala de la muerte;/ tronchados como flores caen tus hombres/ hechos para el amor y la tarea;/ y aquellos que en la sombra suscitaron/ la guerra, resguardados en la sombra,/ disfrutan su victoria, Tú en silencio,/ tierra, pasión única mía, lloras/ tu soledad, tu pena y tu vergüenza».

Y clama contra la Segunda Guerra Mundial: «Oh Dios. Tú que nos has hecho/ para morir, ¿por qué nos infundiste/ la sed de eternidad, que hace al poeta?/ Puedes dejar así, siglo tras siglo/ caer como vilanos que deshace un soplo/ los hijos de la luz en la tiniebla avara?/ Mas tú no existes. Eres tan sólo el nombre/ que da el hombre a su miedo y su impotencia.»

De Gran Bretaña pasa a Estados Unidos: «Y el mozo iluso es viejo, él mismo ignora cómo/ entre sueños fue el tiempo malgastado…»

Y de allí a México, su destino final, donde confiesa: «Soy español sin ganas…» Y donde muestra cuál es su verdadera patria: «La real para ti no es esa España obscena y deprimente/ en la que regenta hoy la canalla,/ sino esta España viva y siempre noble/ que Galdós en sus libros ha creado,/ de aquella nos consuela y cura ésta.»

DIEGO

En 1987 desaparece el poeta Gerardo Diego, nacido en Santander en 1896. Estudió leyes en Deusto, la universidad de los jesuítas, de ahí su catolicismo: «Dame tu mano María,/ la de las tocas moradas./ Clávame tus siete espadas/ en esta carne baldía». Catedrático de Instituto, se despide de su tierra: «De aquel mar me despedía,/ mi cántabro mar maestro,/ para buscar el mar nuestro/ mar nuestro de cada día». Seguidor del creacionismo de Ramón Gómez de la Serna, entrevera greguerías: «En un pañuelo amortajado/ llevaba a enterrar el último adiós». Pianista, intérprete de música clásica: «Cuenca, toda de plata,/ quiere en ti verse desnuda,/ y se estira, de puntillas,/ sobre sus treinta columnas».

Recuerda poetas: «Poetas andaluces/ que soñasteis en Soria un sueño dilatado:/ tú, Becquer, y tú, Antonio, buen Antonio Machado,/ que aquí al amor naciste y estrenaste las cruces/ del dolor, de la muerte./ Este gran Ramón que fuera, ¿cuántas cosas?/ barbas de chivo, apóstol manco,/ barquero de la Estigia, Bradomín de las rosas,/ es ya un fantasma blanco, blanco.»

Canta a toros y toreros: «Un lienzo vuelto, una última voz – toro -,/ un gesto esquivo, un golpe seco, un grito,/ y un arroyo de sangre – arenas de oro -/ que se lleva – ¡ay!, espuma – a Joselito».

ALONSO

El poeta Dámaso Alonso (1898 – 1990) recibió el premio Cervantes en 1978 (un año después lo ganó Gerardo Diego). Lector de español en las mejores universidades alemanas (Berlín y Leipzig), inglesas (Oxford y Cambridge) y de Estados Unidos (Harvard y Yale). Catedrático de Filología Románica en la Universidad Central desde 1940 y director de la Real Academia Española de 1968 a 1982 (después, honorario vitalicio):

¿Dónde estuvo durante la Guerra Civil? ¿Qué hizo? No lo cuenta, pero escribe angustiado ‘Hijos de la ira’ en 1944, tras la Segunda Guerra Mundial: «Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres… Y paso largas horas preguntándole a Dios… por qué se pudren más de un millón de cadáveres… Dime, ¿qué huerto quieres abonar con tanta podredumbre?»

Muchos monstruos: «Sí, alejadme de ese tristísimo pedagogo, más o menos ilustre,/ ese ridículo y enlevitado señor,/ subido sobre una tarima en la mañana de primavera,… ese monstruo…/ ese jayán pardo,… ese vesánico estrujador de cerebros juveniles…»

Muchos muertos: «Ah, muertos, muertos, ¿qué habéis visto/ en la esquinada cruel, en el terrible momento del tránsito?…/ Ah, Dios mío, Dios mío, ¿qué han visto un instante esos ojos/ que se quedaron abiertos?»

Mucho odio: «Húndete, pues, con tu torva historia de crímenes,/ precipítate contra los vengadores fantasmas,/ desvanécete, fantasma entre fantasmas,/ gélida sombra entre las sombras,/ tú, maldición de Dios,/ postrer Caín,/ el hombre».

Odio, amor. Yo: «Cadáver que se me está pudriendo encima/ desde hace 45 años,…/ Hace 45 años que te odio,…/ 45 años hace ya/ que te amo».

Mucho Dios: «¡Libre Dámaso – Dios!». Dámaso impío: «Aire de Dios rasgó mi desenfreno,/ que osé la libertad que Dios me daba,/ látigo contra Dios alzar, ¡Dios mío!»

Hasta 1980 no publica ‘Gritos de la vista’ con la sorprendente ‘Visión de los monstruos’, un hallazgo: «Dámaso – babosa… Gracias./ Desde Chamartín de la Rosa,/ un mínimo ciudadano de la gran Vía Láctea,/ abre su balcón y se asoma al Cosmos, y grita:/ gracias, gracias: yo veo».

Y a los ochenta y seis años, ya calvo, se suelta el pelo. (Ya no hay Dios, sino Señor): «La muerte para el muerto es Nada, cero». «Creo verdad la idea de la muerte/ del alma, al punto mismo en que se muere el cuerpo». «Mi idea es eso./ Pero puede ser falsa ¡Ojalá sea!». «¡Qué puras, misteriosas y felices/ las almas solas sin el cuerpo eternas!»

Fluirá con el alma de sus padres, de sus amigos: Unamuno, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Amado Alonso, Leopoldo Panero, Vicente Gaos, Rafael Ferreres, Vicente Aleixandre,… y Federico («Y sed ya para siempre mar salobre,/ oh campos de Alfacar, tierras de Viznar.»): «Todo lo quiero ver, después de muerto». «Y conocerlo todo». «Ah, el infinito universal lo juzgo,/ inmensa plenitud sin ningún límite». «Oh, gran Señor, sería/ todo tan justo, dime,/ dime, si tú existieras… creo, cierto que existes./ ¿Lo creo?/ Sí, ¿lo creo? Sí ¿Te amo y te bendigo?»

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