OCHOA
En 1959, un acontecimiento insólito: el ciudadano estadounidense Severo Ochoa, nacido en la villa asturiana de Luarca en 1905, obtiene el premio Nobel de Fisiología o Medicina. (¡Cuan largo camino hubo de recorrer!). El niño Severo estudiaba bachillerato en Málaga en el tiempo en que el gran Cajal explicaba sus lecciones a unos estudiantes de medicina que se comportaban como monos en la jungla, se tiraban pelotitas de papel, decían gracias, entraban y salían de clase abusando del ensimismamiento del profesor (sí, sí, así lo cuentan), en el mismo tiempo en el que el gran Unamuno decía aquello de «que inventen ellos, entre Descartes y San Juan de la Cruz, me quedaría con este». A lo que parece, España no era un país muy adicto a la ciencia cuando el bachiller Severo llegó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Madrid. No obstante, allí encontró un maestro: un profesor de fisiología formado en Alemania, un canario de familia pudiente casado con la ucraniana María Mijailov, un investigador en las glándulas suprarrenales que explicaba dinámica de las funciones orgánicas sin rutina memorística y con prácticas de laboratorio, un ciudadano español que sabía alemán, inglés, francés, italiano y ruso, un catedrático conectado con la Institución Libre de Enseñanza y con la Residencia de Estudiantes que ponía revistas científicas en alemán e inglés a disposición de los alumnos, un individuo que respondía al nombre de Juan Negrín. Después de que Ochoa leyera su tesis doctoral, Negrín le facilitó una estancia de dos años en la Universidad de Heidelberg para que estudiase la fisiología y bioquímica del músculo con el premio Nobel de 1922 Otto Meyerhof, famoso por su investigación sobre el ciclo glicógeno – ácido láctico en la acción muscular.
De nuevo en Madrid, trabajó como investigador y profesor en la división de fisiología, vivió en la Residencia, se casó con Carmen García Cobián y, cuando Madrid estaba atacado por las tropas de Franco, Negrín, ahora ministro de Hacienda, firmó salvoconductos al matrimonio Ochoa para que pudieran pasar a Francia. Ochoa consigue trabajar en la Universidad de Oxford sobre la función de la vitamina B1 (tiamina) en el organismo y, a continuación, ya en Estados Unidos, colabora en la Universidad de Sant Louis con el matrimonio Cori (más tarde, en 1947, premios Nobel) en el aislamiento y purificación de enzimas. Nombrado en 1946 profesor de Farmacología y en 1954 profesor y decano de Bioquímica de la Universidad de Nueva York, dispone ¡al fin! de un laboratorio y un equipo de investigación propios, con los que logra descubrir una enzima bacteriana, y solo bacteriana, a la que llamó polinucleótido fosforilasa. La enzima degrada en la célula el ácido desoxirribonucleico (ARN), pero en condiciones de tubo de ensayo su función es inversa y Ochoa sintetiza ARN de elevado peso molecular. El ARN es de gran importancia en el curso normal de expresión de la información genética: según el ‘dogma de la biología molecular’ definido por Francis Crick, la información pasa del ADN al ARN para la síntesis de proteínas en la célula. El artículo en el que describía Ochoa esta investigación, publicado en el Journal of the American Chemical Society, tuvo repercusión en la prensa diaria, por lo que el autor se vio obligado a precisar que su descubrimiento ers importante, pero no sensacional, y que no era capaz de predecir si tendría aplicaciones prácticas contra el cáncer o contra los virus. Más allá de las realistas manifestaciones de Ochoa, otros científicos, aprovechando su procedimiento, fueron capaces de entender y recrear el proceso por el que la información hereditaria contenida en los genes es traducida, a través de ARN intermedios, en enzimas que determinan las funciones y el carácter de cada célula. Poco después de la publicación de su artículo más importante (escribió cientos a lo largo de su vida), Ochoa se acogió a la nacionalidad estadounidense, quizá previendo que esta decisión favorecería la concesión del premio Nobel. Fuera como fuere, tan solo tres años más tarde le fue concedido el premio junto a su discípulo y ayudante el judío de Brooklyn Arthur Kornberg, quien, siguiendo los pasos de su maestro, aisló y purificó la enzima ahora denominada ADN polimerasa, con la que consiguió sintetizar moléculas de ADN de bajo peso molecular fuera de la célula bacteriana.
El matrimonio Ochoa tenía nostalgia de España y, según cuenta su amigo y biógrafo el periodista Marino Gómez Santos, hicieron frecuentes visitas antes de que Severo se implicase en la creación de un centro de excelencia en la investigación de biología molecular en la Universidad Autónoma de Madrid. Una placa en la plaza madrileña de Rubén Darío recuerda el lugar donde vivió los últimos años de su vida, que se prolongó hasta el primero de noviembre de 1993. Antes nos había aleccionado, inútilmente, sobre los pasos que había que dar para impulsar la investigación básica española y evitar así que muchos jóvenes científicos pasasen su vida, como él, en una perpetua trashumancia. También nos legó su pensamiento teológico: «Sigo siendo no creyente. El universo se reduce a física y química, es materia, materia y energía. Para mí, Dios es la naturaleza de las cosas. No creo en Dios, entendido como se ha hecho en las religiones comunes. El mundo tiende a ser menos creyente desde el punto de vista religioso y, desde luego, su parte de culpa la tienen los recientes avances científicos». Y recordaba la aleluya de un compañero de residencia: «Dios en su inmensa bondad/ harto jodidos nos tiene./ ¿Será porque le conviene?/ Hágase su voluntad.»