ORTEGA
José Ortega y Gasset (1883- 1955), el más grande filósofo español del siglo, un pensador para el que vivir es ocuparse y sentirse perdido, el que dijo «yo soy yo y mis circunstancias», pero reconociendo que «el hombre no forma parte de su circunstancia sino que se encuentra siempre ante ella», y matizando que «la realidad fundamental es la vida individual aunque la verdad no sea individual». Para Ortega, periodista y político profesional con escaño en las Cortes, «ser de la izquierda es, como ser de la derecha, una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil». Asimismo, sostenía que «el bolchevismo y el fascismo son dos claros ejemplos de regresión y se trata de dos movimientos típicos de hombres-masas, dirigidos por hombres mediocres» y «los nacionalismos son callejones sin salida», por lo que «hay que devolver el liderazgo a los hombres cultos e independientes». Ortega constataba que la vida del hombre medio es hoy más fácil, cómoda y segura que la del poderoso en tiempos anteriores, gracias a la democracia liberal, a la experimentación científica y a la industria, añadiendo que en un planeta sin física ni química no podrían sustentarse el enorme número de personas existente. Lamentablemente «hoy, cuando es mayor el número de hombres de ciencia, merced al especialismo no compensado, hay menos hombres cultos». (Hoy en día, Ortega se vería obligado a sustituir la palabra hombre por persona humana o similar ante la vigorosa reacción femenina).
Ortega dedicó a Einstein algunos de sus escritos: De él dijo que su relativismo era estrictamente inverso al de Galileo y Newton, ya que estos creían en un espacio y un tiempo absolutos y en una realidad absoluta, mientras que en la física de Einstein la realidad es relativa y el conocimiento absoluto, como se deduce del postulado en el que afirma que las leyes físicas son verdaderas sea cual sea el sistema de referencia usado. En este sentido, Ortega defiende que una idea nunca es igual a la cosa a la que se refiere, por lo que ni las ideas ni la física son la realidad. Además, considera que si la razón pura construye un mundo ejemplar, sea físico o político, y cree que se corresponde con la verdadera realidad, está cayendo en una exacerbación del racionalismo. Con respecto al universo de Einstein, Ortega dice que tiene curvatura y, por tanto, es cerrado y finito, aunque resulta más rico y de mayor tamaño que el infinito y abstracto de Newton.
Durante la visita de Einstein España, Ortega le dijo: ¡Acabará usted haciendo de la física una geometría! Y Einstein le devolvió una mirada de desprecio que suscitó esta posterior respuesta en uno de sus escritos: «Pocos hombres han tenido tanto derecho como él a creer en sí mismo, pues venían a adularle las mismas constelaciones. Por eso Einstein se cree con cierto derecho a no decir más que bobadas cuando habla de asuntos ajenos a la física».
LANDAU
Lev Davidovich Landau (1908-1968), discípulo de Bohr en mecánica cuántica y premio Nobel de Física en 1962, lideró la escuela rusa de física teórica. Pedagogo de vocación, escribió, junto con Lifshitz no solo los nueve (otros dicen diez, según la edición, supongo) tremendos volúmenes del mundialmente famoso ‘Curso de Física Teórica’, sino también series monográficas de introducción a la Física. Landau, después de salir de la cárcel impuesta por envidiosos seguidores Stalin, se dedicó a investigar el comportamiento del helio líquido, el ‘superfluido’ de menor resistencia al desplazamiento, más fluido que ninguno, y lo explicó teóricamente, lo que le valió el premio Nobel. Su nombre aparece en casi todas las ramas de la Física: bajas temperaturas, física atómica, física nuclear, energía de las estrellas, rayos cósmicos, plasmas, hidrodinámica, estado sólido, teoría de metales, etcétera.
Es famosa la anécdota que protagonizó con Einstein: cuentan que después de una lección dada por el maestro, Landau -dicen que en posición decúbito supino- le dijo: «creo, profesor, que la condición principal de la ha partido en su desarrollo matemático es falsa», y le dio las razones en las que sustentaba su objeción. Einstein, al cabo de un rato de pensarlo respondió: «Está usted en lo cierto, todo lo que he dicho en mi conferencia debe archivarse en el cesto de los papeles».