Allá por los años cincuenta del siglo pasado todos los adolescentes españoles éramos etiquetados como CAR, católicos apostólicos romanos. Fuera de nuestra religión, la única verdadera, no había más que infieles, idólatras, paganos, gentiles, iconoclastas, sectarios, heterodoxos y herejes. Consecuentemente, no tenía sentido el conocimiento de las demás religiones ni el estudio de la evolución del pensamiento religioso en la historia que, según los exégetas, comenzó con el animismo y continuó con el politeísmo y el monoteísmo.
En el animismo no existían objetos inanimados: incluso los objetos inanimados estaban dotados de ánima. Los Neandertal y Cromañón realizaban enterramientos rituales, poniendo al alcance de sus muertos objetos que les sirviesen en una especie de nueva vida, iniciándose así la complicada relación entre práctica, mito y fe que existe en las religiones. Es de suponer que el instinto de conservación y la lucha por la existencia dirigieran los procedimientos rituales hacia la multiplicación y consolidación de los individuos. En la religión primitiva parece ser que hubo una creencia común, y entre tribus distantes, en un ser supremo que moraba en el cielo y que premiaba y castigaba, y al que solo se molestaba en ceremonias especiales. El culto se dirigía habitualmente a los espíritus menores, los cuales controlaban los procesos naturales como la lluvia o el frío.
Cuando los humanos se hicieron agropecuarios, incrementaron los ritos de veneración a los muertos, alcanzando su apoteosis en el antiguo Egipto con Osiris, señor de los muertos, y las prácticas embalsamadoras de los sacerdotes con sus decenas de dioses y diosas. (Según nos cuenta el premio Nobel de Literatura Naguib Mahfuz en una espléndida relación novelada de las declaraciones de catorce protagonistas, el faraón hermafrodita Akenatón, marido de Nefertiti y padre de Tutankamón, intentó crear un monoteísmo adorando a Atón, el dios del amor y la felicidad, el morador de la luz invisible situada más allá de Ra; pero su rebelión contra los múltiples dioses de Egipto fracasó en los aspectos sociales y fue derrotado por los seguidores de Amón, dios de dioses).
Los iranios (arios) de raza blanca, guerreros, tribales y politeístas, dominaron el valle del Indo, de cultura urbana y raza oscura. Allí aparecieron las castas, con la hegemonía de los nobles y guerreros y de los sacerdotes (brahmanes) sobre los comerciantes, campesinos y artesanos, siervos morenos y parias intocables. Los brahmanes, maestros del conocimiento sagrado (vedas) y de los sacrificios, adoraban a un dios dominante que es creador y creación, ya que el universo consta de las partes del cuerpo del creador. Los místicos (upanishads), por medio de las reencarnaciones, pretendían la absorción del alma humana en la realidad cósmica divina (Brahman). Si las acciones (karma) son buenas, por la vía del conocimiento, de las ceremonias o de la devoción a los dioses Visnú, el conservador, y Shiva, el destructor, lo son las reencarnaciones y se puede conseguir la liberación. La octava encarnación de Visnú es muy sugerente para los cristianos: se trata del dios humano Krishna, nacido sin contacto sexual de una princesa virgen, la cual debe huir para salvar a su hijo de la matanza de niños ordenada por su hermano el emperador Kamsa. También cuenta el Mahabarata que el dios niño hizo muchos milagros y eliminó demonios, y que siendo adolescente se retiró a los bosques, donde meditaba, pastoreaba vacas y donde, al sonido de su flauta, acudían un gran número de seguidores y discípulos. Un cazador discrepante le mató de un flechazo en su única parte vulnerable, el talón. Según algunos. a su muerte tuvo lugar una gran tormenta y el cuerpo ascendió al cielo en medio de un remolino luminoso. Krishna es, posiblemente, el más popular de los dioses en India y ha sido objeto de muy variados cultos: es el divino amante al que se representa de color azul y rodeado de adoradores.
Hace unos dos mil quinientos años, Shidarta Gautama, el Buda, creó en India un sistema monástico que eliminaba las castas y los rituales brahmánicos, pero que mantenía la rencarnación a través del karma. Según su doctrina, todo se encuentra en constante devenir, por lo que no existe ningún Ser Eterno ni ningún absoluto humano o divino. Si los humanos consiguen dominar los deseos equivocados y destruyen toda ambición, alcanzarán un estado mental libre de pasiones, el nirvana, y se emanciparán de la individualidad, esa mera ilusión. Al Buda lo deificaron y lo exportaron a China donde se fundió con el taoísmo de Lao-tse, una doctrina contemplativa que preconizaba una inactividad semejante al nirvana para identificarse con el Tao. Ni el budismo ni el taoísmo se confundieron con las doctrinas de Confucio, a quien nombraron dios, basadas en el mantenimiento de las tradiciones y en reglas tales como «no hagas a los demás lo que no quieras para ti». En Japón, el budismo se impuso al sintoísmo y derivó principalmente al zen, más activo y orientado a pasar del pensar al saber a través de la disciplina.
El iranio Zaratustra, descendiente de los guerreros arios procedentes del sur de Rusia, estableció, allá por el año 600 a.C., un monoteísmo sustentado en Ormuz, el Bien, el creador, el omnisciente, opuesto a Ahriman, el Mal, del que no explicó de donde procedía. Zaratustra defendió la vida agrícola y estable frente al pillaje de los nómadas y enseñó que las almas justas irían al cielo, las malas a un lago ardiente y las indefinidas a un limbo situado entre la tierra y las estrellas en espera de un juicio final. Sus seguidores le ascendieron a dios y complicaron la doctrina, añadiendo la llegada de un Mesías nacido de virgen, el Salvador, que traería un nuevo orden, con la resurrección de los muertos, el juicio final, la expulsión de Ahriman y la creación de un nuevo universo. Resulta evidente la influencia que tuvo la doctrina irania en el judaísmo y en el cristianismo.
Yahveh, un dios tribal que establece contacto directo con Abraham (hacia 2.000 a.C.) y que prohíbe la adoración de otros dioses, fue considerado por Moisés (1.300 a.C.) y los monarcas Saúl y David (1.000 a.C.) creador del mundo y señor de toda la Tierra. La idea del dios único aglutinó a los hebreos: crearon la teocrática Alianza y regularon la obediencia a las leyes mediante la Torá. Las enormes alternativas históricas del pueblo hebreo, desde la esclavitud en Egipto y las conquistas helénica y romana hasta la diáspora, han devenido en el judaísmo rabínico del Talmud, con sus variantes sefardí y centro europea.
Después de Adán, Abraham, Moisés y Jesús, aparece hacia el año 700 d.C., el más perfecto, según sus seguidores, de los profetas: Mahoma, el propagador del Islam, palabra que significa «entregado a los deseos de Dios» y que define a una religión que proclama no haber más dios que Alá, cuyas leyes están plasmadas por escrito en el Corán. El adepto al Islam debe creer en un único Dios, en los ángeles, en los libros revelados, en los profetas, en el día del juicio, en el bien y en el mal, además de cumplir con las prácticas religiosas preceptivas. Actualmente existen tres teologías: la sunní, ortodoxa; la chií, con líderes ejemplares que transmiten las verdades del Corán; y la sufí, extendida por India, Asia Central, Turquía y África subsahariana.
La doctrina cristiana, pese a declarar la incomprensibilidad de Dios, mantiene la existencia de la Santísima Trinidad, esto es, tres personas distintas y un solo Dios verdadero. El catolicismo tiene, además, una plétora de motivos de adoración o veneración: se adora a Jesucristo en sus diversas facetas de nazareno o niño, a las miles de vírgenes dolorosas, inmaculadas, Lourdes, Fátima, de la Regla, macarenas o de la Guía, y se venera a los innumerables apóstoles, santos, beatos, padres de la Iglesia, mártires, patronos y reliquias a los que se hacen rogativas y se piden milagros. También hay ángeles malos, los temibles satanás, belcebú y lucifer, y una completa corte celestial de ángeles buenos, entre los que cabe destacar a los miles de millones de ángeles de la guarda, dulce compañía, que cuidan de la salud moral y física de los individuos tanto de noche como de día. (¿No es toda esta imaginería politeísmo y animismo supersticioso?)