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Pío XII entre nazis y fascistas

Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli nació en 1876 en la cuna de la alta burguesía romana. Fue educado en los principios de los que no se separaría en la vida: la piedad (consagrado sacerdote a los veintitrés años); el sentimiento romano y clerical (nombrado obispo el 13 de mayo de 1917, coincidiendo con la aparición de la Santísima Virgen en Fátima); la tradición diplomática familiar (fue nuncio doce años en Baviera y Berlín y secretario de Estado durante otros diez); y la devoción al papado (a la muerte de Pío XI, en 1939, fue elegido Papa en la tercera votación de un cónclave rapidísimo).

En la Alemania de Bismarck hubo una ‘lucha de culturas’ en la que a los católicos se les exigió que no mantuvieran actividades políticas y que culminó en el cierre de seminarios e iglesias; pero la resistencia pasiva condujo a la existencia del Partido del Centro, de filiación católica, que era fuerte cuando Pacelli asumió la nunciatura. A medida que los nacional socialistas iban escalando hacia el poder, Hitler aumentaba sus exigencias a los católicos: desaparición del Partido de Centro, cese de la actividad política y, finalmente, adhesión al nuevo Estado. El diplomático Pacelli aceptó todo, dedicándose a la aprobación de un concordato que protegiese a las escuelas, los seminarios y las iglesias; además, durante la guerra, la opinión internacional le acusó de indecisión por no manifestarse en contra de las deportaciones de judíos mostrando una neutralidad calculada ante el salvajismo y el genocidio. La postura ambigua de Pacelli ante los espantosos sucesos de Croacia, en donde los católicos ustachi, entre los que figuraban sacerdotes franciscanos, masacraron serbios ortodoxos, judíos y gitanos, tampoco fue bien recibida en el mundo, del mismo modo que no se entendió que evitase la condena de la invasión de Etiopía y Albania por los fascistas italianos. Su miedo al comunismo, al que suponía dispuesto a destruir el cristianismo, sirvió para que Siri, arzobispo de Génova, estuviese autorizado a manifestar, en las primeras elecciones después de la guerra, que votar a los comunistas era pecado mortal, un pecado que los sacerdotes no podían absolver. Por la misma razón, Francisco Franco, el gran vencedor de los bolcheviques, recibió del Vaticano la Suprema Orden de Cristo y, en justa reciprocidad, el Estado español suscribió el concordato más favorable para la Santa Sede.

Pio XII se manifestó como mediador único entre Dios y los hombres, como Papa infalible devoto de la Inmaculada Concepción y de la Asunción de la Virgen (que ni murió ni se corrompió), y como mantenedor de una postura contraria al ecumenismo y favorable a una extensa burocracia administrativa.

Renan interpreta a Jesucristo

El gran humanista francés Ernest Renan (1823- 1892) publicó en 1863 el libro titulado ‘Vida de Jesús’, que fue incluido en el índice de lecturas prohibidas por la Iglesia Católica. Renan, aunque abandonó los estudios sacerdotales a los veintitrés años, siguió teniendo una fe en Dios casi cristiana. Él no creía en la divinidad de Jesucristo, pero opinaba que fue el individuo que hizo dar a su especie el mayor paso a lo divino, ignorando con esta opinión a los ‘divinos’ anteriores.

Afirma Renan que «Jesús no nació en Belén, sino en Nazaret, algunos años antes de lo tradicionalmente admitido. Su familia, procediese de uno o de varios matrimonios, era bastante numerosa: Jesús tenía hermanos y hermanas, de los que parece haber sido el primogénito. Su madre y sus hermanos, que solo tuvieron notoriedad después de su muerte, le trataban como a un soñador exaltado que había perdido el juicio. Su seguidor Santiago no era su hermano, sino su primo hermano, hijo de una hermana de María también llamada María».

Según los relatos míticos, el Mesías sería hijo de David (aunque esa familia estaba extinguida), nacería en Belén, sería anunciado por una estrella y llegarían mensajeros. Después de la muerte de Jesús, esos relatos adquirieron un gran incremento, pero él no tuvo conocimiento de ellos, es más: «Nunca se designó a sí mismo hijo de David y nunca pensó en hacerse pasar por una encarnación del hijo de Dios».

En el evangelio de San Mateo, el recaudador de impuestos, se enumeran múltiples milagros de Jesús: cura a un leproso, al siervo de un centurión, a la suegra de Pedro, a dos posesos, a una hemorroísa, a dos ciegos y a un endemoniado, calma la tempestad, resucita a una niña, multiplica los panes y los peces y camina sobre las aguas; su misión es sobrenatural porque hay milagros. Renan se pregunta: ¿hubiera convertido al mundo al ser despojado de los milagros?, y afirma que para Jesús y para la gente de su tiempo (la noción de la imposibilidad de lo sobrenatural no apareció hasta el nacimiento de la ciencia experimental), lo maravilloso era normal y el milagro no era nada extraordinario, ya que el curso de las cosas es el resultado de la libre voluntad divina y al orar se puede detener la enfermedad y hasta la muerte.

Renan deduce que Jesús no conoció la doctrina helénica ni a los esenios (aunque tenía algún punto de coincidencia con su principio comunista), pero sí sabía del Antiguo Testamento contra el que se rebela: «dice no al divorcio, al talión, a la usura y al deseo voluptuoso; su Dios no es el déspota parcial que ha elegido a Israel como pueblo y le protege contra todos nosotros». Además, opina que «Jesús tiene la aspereza de la raza judía para la controversia y adopta un tono injurioso: no sabe que el conocimiento de los matices es lo que hace al hombre cortés y moderado» e «introduce un germen de teocracia y fanatismo: aparta al hombre de la tierra, destruyendo la vida, alaba al cristiano que resiste a su padre y combate a su patria y sostiene que la ley común (el Estado) está en contradicción con el reino de Dios». Jesús habla en parábolas para no ser comprendido, para que las gentes mirando no vean y oyendo no entiendan, porque para entrar en el reino de los cielos, algo muy difícil para los ricos, hay que ser como niños. En consecuencia, dice Renan que «la pobreza era un ideal para Jesús: sus verdaderos discípulos serían las órdenes mendicantes de la Edad Media y Francisco de Asís. El hombre perfecto sería el monje. Quería un culto puro, una religión sin sacerdotes y sin prácticas».

En todos los evangelios se anuncia la segunda venida de Cristo y el fin del mundo, una creencia firme para toda la primera generación cristiana. En el Apocalipsis, escrito en el año 68 según Renan, se fija el fin del mundo en tres años y medio. Este errado pronóstico libró a las personas que no tenían la señal de Dios sobre la frente de no ser muertos, sino torturados durante cinco meses con un dolor como el que produce la picadura del escorpión, las personas desearían morir, pero la muerte huiría de ellos. ¡Qué lirismo dulcísimo el del autor del Apocalipsis!

Y así llegamos al absurdo: A Jesús, un hombre que nunca había salido de los estrechos límites de su pequeño país, sus seguidores lo convirtieron en el Dios creador de una Tierra que gira alrededor del Sol, de un sistema solar que se desplaza en una rama lateral de una galaxia constituida por miles de millones de soles, de una Vía Láctea situada en un Universo donde existen miles de millones de galaxias…

¿Qué dice gente importante sobre Dios?

Ferrater Mora, en su extenso ‘Diccionario de Filosofía’, al tratar del problema de Dios da tres concepciones: religiosa, filosófica y vulgar. Elabora una lista de conceptos empleados por los filósofos para aclarar el significado de Dios: ente infinito; lo que es en sí y por sí se concibe; el Absoluto; el principio del Universo o causa primera; el espíritu o razón universales; el Bien; lo Uno; lo que está más allá de todo ser; fundamento del mundo y hasta el propio mundo entendido en su fundamento; finalidad a lo que todo tiende; etcétera. El exceso de conceptos más oscurece que clarifica. Como dice el físico Steven Weinberg: «algunas personas tienen una imagen de Dios tan amplia y flexible que es inevitable que lo encuentren dondequiera que lo busquen». Otros atacan la idea por la base: el filósofo Auguste Comte dice que «la única máxima absoluta es que no existe nada absoluto»; y el físico Richard Feynman apunta que «como no hay verdades absolutas, no se debe preguntar ¿existe Dios? sino ¿cuál es la probabilidad de que exista Dios?»; Bertrand Russell también ironiza «¿Dios creó el bien? entonces el mundo que conocemos fue hecho por el demonio en un momento en que Dios no estaba mirando».

Según sus creencias religiosas, las personas pueden ser teístas, deístas, panteístas, agnósticas o ateas. Los teístas creen en una inteligencia sobrenatural creadora del Universo, supervisora de su destino y ligada a los asuntos humanos. Creen en los milagros y también apoyan lo que denominan el ‘diseño inteligente’, esto es, la acción directa de Dios sobre cualquier prodigio natural, como la inmunología o la existencia de plantas carnívoras. (Así eluden la investigación de los problemas complicados). Creen en un Dios capaz de leer las mentes de todos los seres, de enviar señales inteligentes a millones de personas simultáneamente y de recibirlas.

Los deístas creen en una inteligencia sobrenatural creadora pero no en su posterior intervención. Es el Dios de Voltaire, que cree en un Dios sin revelación.

En el panteísmo, Dios y Naturaleza son dos nombres para una misma realidad. El Dios de Spinoza se revela en la armonía del mundo pero no se ocupa del destino ni de los actos de los seres humanos. Es el Dios de Einstein, que dijo: «No creo en un Dios personal. Soy un no creyente profundamente religioso. Lo que yo percibo en la Naturaleza es una estructura magnífica que solo podemos comprender muy imperfectamente, y eso debe llenar a cualquier ser pensante de un sentimiento de humildad».

El agnosticismo tiene distintos significados. Si Thomas Huxley lo usó como filosofía para rebatir ideologías cristianas, después se ha ampliado para afirmar que el entendimiento humano no puede comprender el absoluto.

El que esto escribe definiría el ateísmo sencillamente como la no creencia en ninguno de los dioses inventados por los humanos. Decía Russell: «No puedo probar que Dios no existe ni que Satán es una ficción…igualmente pueden existir los dioses del Olimpo o de Egipto…se encuentran fuera de la región del conocimiento y, por lo tanto, no hay razón para considerar ninguna de ellas».

Es evidente que los conceptos y creencias susodichos se solapan y, a veces, se confunden. Decía Bertrand Russell: «La mayoría de la gente cree en Dios porque le han enseñado a creer desde su infancia». Y, contra los cristianos, remacha Richard Dawkins: «Se inoculan (al niño) virus mentales tales como: Un hombre nace de una madre virgen (sin padre biológico); el hombre sin padre vuelve a la vida después de tres días muerto; cuarenta días después sube al cielo; el hombre sin padre y su Padre (que es Él mismo) oye tus pensamientos y los de todo el mundo; puedes ser recompensado o castigado después de tu muerte por hechos o pensamientos que solo Él ha visto; la virginal madre del hombre sin padre que nunca murió, ascendió corpóreamente al cielo; el pan y el vino bendecidos por un sacerdote (que tiene que tener testículos) se convierten en el cuerpo y la sangre del hombre sin padre». Y es que, como dice Russell: «Respecto a la fe religiosa, mucha gente preferiría morir antes que pensar. De hecho, lo hacen».

Breve relación histórica de las creencias religiosas

Allá por los años cincuenta del siglo pasado todos los adolescentes españoles éramos etiquetados como CAR, católicos apostólicos romanos. Fuera de nuestra religión, la única verdadera, no había más que infieles, idólatras, paganos, gentiles, iconoclastas, sectarios, heterodoxos y herejes. Consecuentemente, no tenía sentido el conocimiento de las demás religiones ni el estudio de la evolución del pensamiento religioso en la historia que, según los exégetas, comenzó con el animismo y continuó con el politeísmo y el monoteísmo.

En el animismo no existían objetos inanimados: incluso los objetos inanimados estaban dotados de ánima. Los Neandertal y Cromañón realizaban enterramientos rituales, poniendo al alcance de sus muertos objetos que les sirviesen en una especie de nueva vida, iniciándose así la complicada relación entre práctica, mito y fe que existe en las religiones. Es de suponer que el instinto de conservación y la lucha por la existencia dirigieran los procedimientos rituales hacia la multiplicación y consolidación de los individuos. En la religión primitiva parece ser que hubo una creencia común, y entre tribus distantes, en un ser supremo que moraba en el cielo y que premiaba y castigaba, y al que solo se molestaba en ceremonias especiales. El culto se dirigía habitualmente a los espíritus menores, los cuales controlaban los procesos naturales como la lluvia o el frío.

Cuando los humanos se hicieron agropecuarios, incrementaron los ritos de veneración a los muertos, alcanzando su apoteosis en el antiguo Egipto con Osiris, señor de los muertos, y las prácticas embalsamadoras de los sacerdotes con sus decenas de dioses y diosas. (Según nos cuenta el premio Nobel de Literatura Naguib Mahfuz en una espléndida relación novelada de las declaraciones de catorce protagonistas, el faraón hermafrodita Akenatón, marido de Nefertiti y padre de Tutankamón, intentó crear un monoteísmo adorando a Atón, el dios del amor y la felicidad, el morador de la luz invisible situada más allá de Ra; pero su rebelión contra los múltiples dioses de Egipto fracasó en los aspectos sociales y fue derrotado por los seguidores de Amón, dios de dioses).

Los iranios (arios) de raza blanca, guerreros, tribales y politeístas, dominaron el valle del Indo, de cultura urbana y raza oscura. Allí aparecieron las castas, con la hegemonía de los nobles y guerreros y de los sacerdotes (brahmanes) sobre los comerciantes, campesinos y artesanos, siervos morenos y parias intocables. Los brahmanes, maestros del conocimiento sagrado (vedas) y de los sacrificios, adoraban a un dios dominante que es creador y creación, ya que el universo consta de las partes del cuerpo del creador. Los místicos (upanishads), por medio de las reencarnaciones, pretendían la absorción del alma humana en la realidad cósmica divina (Brahman). Si las acciones (karma) son buenas, por la vía del conocimiento, de las ceremonias o de la devoción a los dioses Visnú, el conservador, y Shiva, el destructor, lo son las reencarnaciones y se puede conseguir la liberación. La octava encarnación de Visnú es muy sugerente para los cristianos: se trata del dios humano Krishna, nacido sin contacto sexual de una princesa virgen, la cual debe huir para salvar a su hijo de la matanza de niños ordenada por su hermano el emperador Kamsa. También cuenta el Mahabarata que el dios niño hizo muchos milagros y eliminó demonios, y que siendo adolescente se retiró a los bosques, donde meditaba, pastoreaba vacas y donde, al sonido de su flauta, acudían un gran número de seguidores y discípulos. Un cazador discrepante le mató de un flechazo en su única parte vulnerable, el talón. Según algunos. a su muerte tuvo lugar una gran tormenta y el cuerpo ascendió al cielo en medio de un remolino luminoso. Krishna es, posiblemente, el más popular de los dioses en India y ha sido objeto de muy variados cultos: es el divino amante al que se representa de color azul y rodeado de adoradores.

Hace unos dos mil quinientos años, Shidarta Gautama, el Buda, creó en India un sistema monástico que eliminaba las castas y los rituales brahmánicos, pero que mantenía la rencarnación a través del karma. Según su doctrina, todo se encuentra en constante devenir, por lo que no existe ningún Ser Eterno ni ningún absoluto humano o divino. Si los humanos consiguen dominar los deseos equivocados y destruyen toda ambición, alcanzarán un estado mental libre de pasiones, el nirvana, y se emanciparán de la individualidad, esa mera ilusión. Al Buda lo deificaron y lo exportaron a China donde se fundió con el taoísmo de Lao-tse, una doctrina contemplativa que preconizaba una inactividad semejante al nirvana para identificarse con el Tao. Ni el budismo ni el taoísmo se confundieron con las doctrinas de Confucio, a quien nombraron dios, basadas en el mantenimiento de las tradiciones y en reglas tales como «no hagas a los demás lo que no quieras para ti». En Japón, el budismo se impuso al sintoísmo y derivó principalmente al zen, más activo y orientado a pasar del pensar al saber a través de la disciplina.

El iranio Zaratustra, descendiente de los guerreros arios procedentes del sur de Rusia, estableció, allá por el año 600 a.C., un monoteísmo sustentado en Ormuz, el Bien, el creador, el omnisciente, opuesto a Ahriman, el Mal, del que no explicó de donde procedía. Zaratustra defendió la vida agrícola y estable frente al pillaje de los nómadas y enseñó que las almas justas irían al cielo, las malas a un lago ardiente y las indefinidas a un limbo situado entre la tierra y las estrellas en espera de un juicio final. Sus seguidores le ascendieron a dios y complicaron la doctrina, añadiendo la llegada de un Mesías nacido de virgen, el Salvador, que traería un nuevo orden, con la resurrección de los muertos, el juicio final, la expulsión de Ahriman y la creación de un nuevo universo. Resulta evidente la influencia que tuvo la doctrina irania en el judaísmo y en el cristianismo.

Yahveh, un dios tribal que establece contacto directo con Abraham (hacia 2.000 a.C.) y que prohíbe la adoración de otros dioses, fue considerado por Moisés (1.300 a.C.) y los monarcas Saúl y David (1.000 a.C.) creador del mundo y señor de toda la Tierra. La idea del dios único aglutinó a los hebreos: crearon la teocrática Alianza y regularon la obediencia a las leyes mediante la Torá. Las enormes alternativas históricas del pueblo hebreo, desde la esclavitud en Egipto y las conquistas helénica y romana hasta la diáspora, han devenido en el judaísmo rabínico del Talmud, con sus variantes sefardí y centro europea.

Después de Adán, Abraham, Moisés y Jesús, aparece hacia el año 700 d.C., el más perfecto, según sus seguidores, de los profetas: Mahoma, el propagador del Islam, palabra que significa «entregado a los deseos de Dios» y que define a una religión que proclama no haber más dios que Alá, cuyas leyes están plasmadas por escrito en el Corán. El adepto al Islam debe creer en un único Dios, en los ángeles, en los libros revelados, en los profetas, en el día del juicio, en el bien y en el mal, además de cumplir con las prácticas religiosas preceptivas. Actualmente existen tres teologías: la sunní, ortodoxa; la chií, con líderes ejemplares que transmiten las verdades del Corán; y la sufí, extendida por India, Asia Central, Turquía y África subsahariana.

La doctrina cristiana, pese a declarar la incomprensibilidad de Dios, mantiene la existencia de la Santísima Trinidad, esto es, tres personas distintas y un solo Dios verdadero. El catolicismo tiene, además, una plétora de motivos de adoración o veneración: se adora a Jesucristo en sus diversas facetas de nazareno o niño, a las miles de vírgenes dolorosas, inmaculadas, Lourdes, Fátima, de la Regla, macarenas o de la Guía, y se venera a los innumerables apóstoles, santos, beatos, padres de la Iglesia, mártires, patronos y reliquias a los que se hacen rogativas y se piden milagros. También hay ángeles malos, los temibles satanás, belcebú y lucifer, y una completa corte celestial de ángeles buenos, entre los que cabe destacar a los miles de millones de ángeles de la guarda, dulce compañía, que cuidan de la salud moral y física de los individuos tanto de noche como de día. (¿No es toda esta imaginería politeísmo y animismo supersticioso?)

Un recuerdo de la hagiografía de Carandell

Dejamos por el momento los artículos de divulgación científica para exponer otros de temas religiosos.

En 2002, a los setenta y tres años de edad, desaparece el periodista y escritor Luis Carandell. En ‘El Santoral’, publicado en 1997, cuenta la hagiografía de los santos en su onomástica actual, poniendo énfasis en sus milagros, imprescindibles para adquirir el estatus de santidad. Los milagros de los santos españoles antiguos son verdaderamente impresionantes. (Algunos milagros modernos se reducen a curaciones de enfermedades sin remedio, fácilmente justificables por médicos adecuados).

Varios de los santos españoles mostraron ser ignífugos, como si estuvieran fabricados en amianto. A San Vicente de Huesca lo asaron a la parrilla, pero como no le hacía nada tuvieron que herirle y echarle sal en las heridas, lo que también fracasó, sólo murió cuando le acostaron en cama blanda. Santo Toribio, para defenderse de una acusación de adulterio, tomó ascuas en sus manos y dio vueltas a la catedral cantando sin sufrir quemaduras. A San Fomerio, de la Rioja, lo tuvieron cinco días metido en un horno, como no lograban quemarle, lo sacaron y lo echaron a un león que se postró a sus pies, tuvieron que matarlo por degüello. San Facundo y San Primitivo, de Sahagún, estuvieron tres días entre llamas, como resistían, les envenenaron, les echaron cal viva y aceite hirviendo y, al final, los degollaron, ocasión en que, todos lo vieron, bajaron dos ángeles del cielo y los coronaron. San Telmo, el del fuego homónimo, acosado por una mala mujer, se acostó en una cama ardiendo e invitó a la lasciva a que yaciese con él: la mala pécora huyó despavorida.

Otros santos tenían manifestaciones diferentes. A Santa Eulalia de Barcelona, al expirar en el martirio le salió de la boca una blanca paloma. En análogas circunstancias, a San Julián le salió de la boca un ramo de palma blanco como la nieve que se fue elevando, todos lo vieron, mientras sonaba una música celestial que todos oyeron. A San Braulio se le posaba una paloma blanca en el hombro, el Espíritu Santo, naturalmente, y le soplaba las homilías al oído.

Hubo santos que vencían a la muerte con facilidad. San Rosendo resucitó a dos albañiles que murieron al caer de un andamio mientras hablaban mal de él y de Santa Seronina. San José Oriol curaba toda clase de enfermedades por imposición de manos. San Bernardo Calvó sanó ciegos, sordos, mudos y cojos. A San Vicente Ferrer, que tenía el don de lenguas, una mujer le invitó a comer a su tierno hijo asado, pero el santo no solo despreció tan exquisito manjar, sino que resucitó al niño.

Nota Bene: La Iglesia no destruyó estos edificantes ejemplos que eminentes apóstoles dedicaron a sus amados feligreses. El que esto escribe, cuando era niño, también asistió a un milagroso evento: durante una procesión de Semana Santa en el murciano pueblo de Alguazas, una gran mariposa apareció posada toda la procesión sobre la herida del Cristo yacente ¿Quién la pegó?