Renan interpreta a Jesucristo

El gran humanista francés Ernest Renan (1823- 1892) publicó en 1863 el libro titulado ‘Vida de Jesús’, que fue incluido en el índice de lecturas prohibidas por la Iglesia Católica. Renan, aunque abandonó los estudios sacerdotales a los veintitrés años, siguió teniendo una fe en Dios casi cristiana. Él no creía en la divinidad de Jesucristo, pero opinaba que fue el individuo que hizo dar a su especie el mayor paso a lo divino, ignorando con esta opinión a los ‘divinos’ anteriores.

Afirma Renan que «Jesús no nació en Belén, sino en Nazaret, algunos años antes de lo tradicionalmente admitido. Su familia, procediese de uno o de varios matrimonios, era bastante numerosa: Jesús tenía hermanos y hermanas, de los que parece haber sido el primogénito. Su madre y sus hermanos, que solo tuvieron notoriedad después de su muerte, le trataban como a un soñador exaltado que había perdido el juicio. Su seguidor Santiago no era su hermano, sino su primo hermano, hijo de una hermana de María también llamada María».

Según los relatos míticos, el Mesías sería hijo de David (aunque esa familia estaba extinguida), nacería en Belén, sería anunciado por una estrella y llegarían mensajeros. Después de la muerte de Jesús, esos relatos adquirieron un gran incremento, pero él no tuvo conocimiento de ellos, es más: «Nunca se designó a sí mismo hijo de David y nunca pensó en hacerse pasar por una encarnación del hijo de Dios».

En el evangelio de San Mateo, el recaudador de impuestos, se enumeran múltiples milagros de Jesús: cura a un leproso, al siervo de un centurión, a la suegra de Pedro, a dos posesos, a una hemorroísa, a dos ciegos y a un endemoniado, calma la tempestad, resucita a una niña, multiplica los panes y los peces y camina sobre las aguas; su misión es sobrenatural porque hay milagros. Renan se pregunta: ¿hubiera convertido al mundo al ser despojado de los milagros?, y afirma que para Jesús y para la gente de su tiempo (la noción de la imposibilidad de lo sobrenatural no apareció hasta el nacimiento de la ciencia experimental), lo maravilloso era normal y el milagro no era nada extraordinario, ya que el curso de las cosas es el resultado de la libre voluntad divina y al orar se puede detener la enfermedad y hasta la muerte.

Renan deduce que Jesús no conoció la doctrina helénica ni a los esenios (aunque tenía algún punto de coincidencia con su principio comunista), pero sí sabía del Antiguo Testamento contra el que se rebela: «dice no al divorcio, al talión, a la usura y al deseo voluptuoso; su Dios no es el déspota parcial que ha elegido a Israel como pueblo y le protege contra todos nosotros». Además, opina que «Jesús tiene la aspereza de la raza judía para la controversia y adopta un tono injurioso: no sabe que el conocimiento de los matices es lo que hace al hombre cortés y moderado» e «introduce un germen de teocracia y fanatismo: aparta al hombre de la tierra, destruyendo la vida, alaba al cristiano que resiste a su padre y combate a su patria y sostiene que la ley común (el Estado) está en contradicción con el reino de Dios». Jesús habla en parábolas para no ser comprendido, para que las gentes mirando no vean y oyendo no entiendan, porque para entrar en el reino de los cielos, algo muy difícil para los ricos, hay que ser como niños. En consecuencia, dice Renan que «la pobreza era un ideal para Jesús: sus verdaderos discípulos serían las órdenes mendicantes de la Edad Media y Francisco de Asís. El hombre perfecto sería el monje. Quería un culto puro, una religión sin sacerdotes y sin prácticas».

En todos los evangelios se anuncia la segunda venida de Cristo y el fin del mundo, una creencia firme para toda la primera generación cristiana. En el Apocalipsis, escrito en el año 68 según Renan, se fija el fin del mundo en tres años y medio. Este errado pronóstico libró a las personas que no tenían la señal de Dios sobre la frente de no ser muertos, sino torturados durante cinco meses con un dolor como el que produce la picadura del escorpión, las personas desearían morir, pero la muerte huiría de ellos. ¡Qué lirismo dulcísimo el del autor del Apocalipsis!

Y así llegamos al absurdo: A Jesús, un hombre que nunca había salido de los estrechos límites de su pequeño país, sus seguidores lo convirtieron en el Dios creador de una Tierra que gira alrededor del Sol, de un sistema solar que se desplaza en una rama lateral de una galaxia constituida por miles de millones de soles, de una Vía Láctea situada en un Universo donde existen miles de millones de galaxias…

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