Los republicanos estadounidenses ultraconservadores, en su defensa a ultranza de la industrialización, cargan contra los ecologistas, sus enemigos, y se carcajean de su afirmación de que hay especies en peligro de extinción debido a que se está reemplazando el mundo natural por los artefactos creados por los humanos ¿No es cierto que la humanidad nada tuvo que ver con la desaparición de los fósiles?, dicen en defensa de la imposibilidad de que la actividad humana conduzca a una extinción masiva. Si se produce desforestación, las especies cambian de zona y listo. Además, afirman, el número de nuevas especies recién descubiertas superan a las supuestamente desaparecidas. (¿Es que son partidarios de seguir industrializando sin control?).
Por supuesto, tampoco creen en el cambio climático propiciado por la actividad humana. Ponen en duda el calentamiento de la Tierra diciendo que la atmósfera no está aumentando de temperatura y acusan al exvicepresidente de EEUU Al Gore de ocultar datos sobre el enfriamiento real de la corteza terrestre. Por otra parte, si tan grande es el miedo al calentamiento global producido por la emisión de gases con efecto invernadero debido al empleo de combustibles fósiles como el carbón, el gas y el petróleo, ¿por qué los ecologistas no defienden la energía nuclear que no emite esos gases? ¡Son necesarias muchas más centrales nucleares!, aseguran. Pero la gente está aterrorizada con las terribles bombas nucleares y con la traidora radiactividad. (Y casi nadie cita que la sustancia que más contribuye al efecto invernadero es el vapor de agua).
Pero los integristas no se rinden. Dicen que está demostrado que las dosis bajas de radiación ‘parecen’ tener efectos beneficiosos, por eso están funcionando los balnearios de radón para combatir las dolencias reumáticas. Y esta hipótesis la generalizan: ‘todas’ las sustancias son tóxicas en ‘grandes’ cantidades pero beneficiosas en dosis ‘pequeñas’. Así ocurre con los bifenilos clorados, con el mercurio, el cadmio, el plomo, etcétera. Estas afirmaciones se demuestran por analogía con los oligoelementos (yodo, selenio, cinc, magnesio, etc.), que son tóxicos a dosis elevadas pero se incluyen en los complejos vitamínicos. (¿Y qué pasa con las sustancias que no se eliminan, que se acumulan en el organismo?). La propia dioxina, tan temida tras la explosión de la planta química de Hoffman- La Roche en Seveso, Italia, que produjo en 1976 una emisión de gases tóxicos y decenas de muertes, es beneficiosa a dosis bajas, como se demuestra porque protege a las ratas contra el cáncer (así, en general, dicen), pero lo produce a dosis altas (tan altas como 0,071 microgramos kilogramo de rata diarios). Además, al exprimer ministro ucraniano Viktor Yuschekco lo envenenaron con dioxina: se desfiguró, pero no contrajo cáncer, anda.
¡Que vuelva el DDT! Piden los integristas, recordando al suizo Paul Müller, premio Nobel de Medicina o Fisiología en 1948 por demostrar lo bueno que era el producto matando insectos, y valorando el éxito que tuvo en la lucha contra la malaria. (No entran en considerar si el DDT tiene efectos acumulativos y cancerígenos ni si se ha sustituido por otros insecticidas menos agresivos).