En 1521, Ignacio de Loyola, un militar vasco de pelo rojo y un metro y cincuentaicinco centímetros de estatura, resulta herido en las piernas durante la defensa de Pamplona. En su convalecencia lee vidas de santos, hace confesión de sus pecados y se encierra durante un año en una cueva de Manresa, donde escribe un manual que titula ‘Ejercicios Espirituales’. Después de viajar a Jerusalén, de estudiar en Barcelona, Alcalá, Salamanca y París y de ser acusado varias veces de hereje, hace votos de pobreza, castidad y obediencia al Papa junto a seis compañeros con los que funda en 1534 una nueva Orden. En 1540, el Papa Pablo III aprueba la Compañía de Jesús, de la que Ignacio es nombrado general (aunque una compañía no es una brigada ni una división).
La Compañía se dedicará principalmente a la educación, sin descuidar las misiones, la caridad y la política. Cuando muere Ignacio, en 1556 a los sesenta y cinco años de edad, hay cientos de sacerdotes jesuitas; doscientos años después el número asciende hasta varios miles. Su poder es tan grande que el Estado portugués los expulsa en 1762, Francia en 1762 y España en 1767, con la avenencia del rey Carlos III, de los ministros y de los obispos. Estos tres países presionan al Papa Clemente XIV, quien decreta la abolición de la Compañía en 1773, aunque Pío VII la restableció en 1814.
¿Por qué querían los Estados que despareciese la Compañía? En España, en el tiempo de la expulsión, los jesuitas tenían decenas de colegios que funcionaban en realidad como universidades privadas, en los que educaban a la juventud de las clases altas, preparándolas para que ocupase cargos políticos y sociales. La Compañía era un grupo político de presión en contra de las regalías, que eran los derechos del Estado para intervenir en los asuntos eclesiásticos. Estos derechos, según el Concordato entonces vigente, permitía al Rey nombrar obispos, quedarse con las rentas que recibía el Papa y exigir contribución de las tierras eclesiales. Los jesuitas se enfrentaron al Estado y al clero que los defendía, con la pretensión de tener la capacidad de acaparar bienes raíces sin limitación alguna.
Hoy en día, la Compañía tiene muchos colegios en España donde se educa a los hijos de las familias influyentes (y a los niños que demuestren sus capacidades intelectuales, como la evaluación que hicieron al que esto escribe para admitirle), posee grandes intereses en empresas y bancos y sigue siendo guía espiritual y confesor de magnates, políticos y altos cargos sociales… Y alcanzó el papado un jesuita, un ‘soldado de Dios’, que eligió el nombre de Francisco para llevar al Vaticano un aire nuevo…