¡Aquellos ejercicios espirituales!

El que esto escribe fue encerrado a los catorce años de edad durante tres días junto a sus compañeros de curso sin hablar ni reír, solo rezar, para realizar los ejercicios espirituales que debían cumplir todos los años los alumnos de los colegios de la Compañía de Jesús. El primer día, el director de los ejercicios exhorta a los muchachos a que hagan un examen general de los pecados mortales cometidos, repasando los diez mandamientos, los siete pecados capitales y las tres potencias del alma ¡Pensad, clama el director, cuántos han sido condenados por un solo pecado mortal! Y cuenta lo que le sucedió a aquel joven, de una de las mejores familias de Bilbao, puro y virgen, recién confesado y comulgado, quien conduciendo su flamante y veloz coche tuvo un mal pensamiento, un deseo carnal, un pecado contra el sexto mandamiento; un deslizamiento del coche, un golpe brutal contra un árbol y la muerte instantánea ¡Condenado a las penas del infierno por toda la eternidad! ¡Y vosotros, con tantos pecados mortales cometidos, cuántas veces mereceríais ser condenados! El director se extiende en la explicación de la muerte, de cómo sobre el cadáver se ve pulular una gran cantidad de gusanos que, devorando y corrompiendo, dejan limpia la calavera. También explica, con la capilla a oscuras, sin más luz que una vela junto al sagrario, cuán repugnante es el peludo demonio, quien, usando sus garras de largas y afiladas uñas, introduce al réprobo a presión en un nicho al rojo vivo, un agujero que cierra con un torniquete dando ¡otra vuelta más al torniquete! Aquella noche se oyeron alaridos de pavor procedentes de las celdas de los muchachos. (Y el que esto escribe nunca recibió disculpas por tal inhumano comportamiento, pese a los supuestos cambios).

Hay que hacer una confesión general, dice el director. Contemplemos y sintamos el padecimiento de Cristo, el Hijo de Dios, su Pasión y su muerte en la cruz para salvarnos de la condenación eterna ¿Para qué nace el hombre sino para alabar a Dios nuestro Señor y salvar el alma, para ver, oler y gustar la infinita suavidad y dulzura de la divinidad? (Los jesuitas trataban, mediante esos ‘ejercicios espirituales’ administrados a tan temprana edad, de imponer unos dogmas y de determinar la conducta presente y futura de sus -pobres- alumnos).

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