Los políticos estadounidenses ultraconservadores, que son los que más se hacen oír porque son los más poderosos, tienen un amplio frente de batalla abierto contra muchas teorías que están relacionadas con conclusiones científicas. Defienden que las Iglesias han tenido grandes científicos y que estos han sido creyentes ejemplares. Aducen que Giordano Bruno no fue quemado vivo por sus opiniones científicas, sino por insultar al Cristo y a su doctrina.
Para ellos, la teoría de la evolución no debe enseñarse en las escuelas, ya que es falsa, al ser un proceso que no ha sido observado. El infiel Darwin, dicen, tomó estructuras homólogas como una prueba de la evolución de las especies y otros hicieron dibujos fraudulentos de los embriones de los vertebrados para demostrar por su semejanza que eran eslabones de una serie evolutiva. Concluyen que una teoría de la evolución, puesto que no sirve, debe ser sustituida por el diseño inteligente, debido a la Suprema Inteligencia de Dios, Único y Verdadero, Creador de todas las cosas. De esta sencilla manera resuelven algunos cristianos todas las dificultades: no hace falta investigar en búsqueda de datos, es inútil preguntarse por qué los vertebrados son tan íntimamente semejantes, no hace falta indagar qué procesos pueden dar lugar a esa evidente escala que existe entre las diversas formas vivientes ¿Por qué esos infieles ambicionan encontrar unas razones más allá del omnipotente Creador y se desesperan y se angustian? Porque son tontos, se ufanan.
Los campos en los que los integristas estadounidenses se oponen duramente a la ciencia son aquellos que exigen presupuestos sustanciosos y que no coinciden con sus imperativos morales. Dicen que son, simplemente, negocios de los investigadores. Uno de estos campos es el de la investigación con células madre, al que, en la práctica, se oponen frontalmente (menos Nancy Reagan, en su intento de curar a su esposo), ya que «las células madre embrionarias, a diferencia de las adultas, no pueden emplearse directamente en la terapia, porque controlar su comportamiento para que no causen cáncer o teratomas es una pesadilla». Además, «las células madre adultas no pueden volverse atrás». Pero pensamos ¿no son dignas de apoyo las investigaciones en clonación terapéutica en las que, para evitar el rechazo inmunológico, el núcleo de un óvulo donado se sustituye por el de una célula del propio paciente y cuando el embrión se desarrolla hasta un centenar de células se recogen las células madre propias?
Ni los genes, ni el genoma, ni el dineral que cuestan las investigaciones, caen muy bien a los integristas. Craig Venter dice que los humanos ¡solo tenemos unos 30.000 genes! ¡Como los monos, los insectos o las plantas! Sea como sea el mapa genético, el genoma humano, que tantos esfuerzos y tanto dinero ha costado, no conduce, dicen los integristas, a ningún logro de ingeniería genética. Las enfermedades genéticas tales como la anemia aplásica, la fibrosis quística o la distrofia muscular no se han logrado vencer con terapia génica. Trabajo baldío, dinero malgastado, dicen. Y por si fuera poco, añaden, parece que cada investigador pretende dar a cada gen una función específica: hay genes para la inteligencia, para la obesidad, para la violencia…¡y para el cáncer! Ya se cuentan más de doscientos oncogenes que, al mutarse, se transforman en carcinógenos, así como docenas de genes supresores potenciales del cáncer. Es que estos investigadores ya no saben qué más inventar para aumentar sus asignaciones. Hasta creen que los virus son capaces de producir cáncer…¿Es que no se dan cuenta de que el cáncer no se transmite y los virus, sí?
(Y, ahora, el secretario de Salud del Gobierno Trump, Robert Kennedy, se desfoga diciendo sin pruebas que se están usando vacunas que tienen efectos contraproducentes, como las que producen autismo en los niños. Mamma mia!)