Mas allá del día de todos los santos

Hace nueve años murió mi hermana Isabel. Su sepelio fue una gran manifestación de duelo al estilo católico: exposición del ataúd, funeral de ‘corpore insepulto’ con eucaristía, e inhumación del cadáver en la tumba familiar ¡Qué insufrible dolor para su gente ver desaparecer el ataúd en esa especie de pozo! Hoy en día es más frecuente la cremación de los restos. Los protestantes la aceptaron a comienzos del siglo XX y el papa Pablo VI la permitió en 1963. Tras la cremación, los huesos se pulverizan y, junto a las cenizas, se guardan en una urna que queda a disposición de los familiares; pero el Vaticano dice que en vez de esparcir o guardar en casa las cenizas deben inhumarse en lugar sagrado, evitando que el difunto sea olvidado ¿Por qué no añadir a la urna análisis de ADN realizados en vida? ¿Es admisible esta idea para las religiones, para las diversas culturas? ¡Qué facilidad para algunos procesos judiciales! ¡Qué ahorro de terreno supondría para los cristianos sustituir los vastos cementerios por templos dotados incluso de vídeos recordatorios!

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