Archivo de la categoría: Uncategorized

Opus Dei

En 1975 muere monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás, nacido en Barbastro (Huesca) en 1902. Después de estudiar leyes y ejercer el periodismo se ordenó sacerdote y fundó, en 1928, la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y Obra de Dios, conocida como Opus Dei y aprobada por la Iglesia Católica en 1950. Sus estatutos la definen como un instituto secular dedicado a adquirir en el siglo la perfección cristiana y ejercer el apostolado. Y también (demostrando su elitismo) a trabajar con todas las fuerzas para que la clase que se llama intelectual -que es guía de la sociedad tanto por la instrucción como por los cargos que ejerce- abrace los preceptos de Cristo y los lleve a la práctica. Los socios operan individualmente o por medio de asociaciones. (Pese a la pretensión de su independencia de la política, hasta diez de los diecinueve ministros de un gobierno de Franco pertenecieron al Opus). Los socios se dividen en varias categorías: los numerarios, sacerdotes y seglares solteros (aunque los cargos directivos principales han de reservarse por lo común a los sacerdotes); los oblatos, solteros y libres; y los supernumerarios, casados o solteros. Todos ellos deben hacer votos de pobreza, castidad y obediencia de distinta duración según su categoría. Además están los cooperadores, que rezan y dan limosnas al instituto. La organización es piramidal: existen gobiernos locales, regionales y general en cuya cúspide está el Padre, que tiene potestad ordinaria, social, gubernativa y dominativa sobre sus subordinados.

El instituto tiene también una sección de mujeres, radicalmente separada de la sección de hombres. No son religiosas, no aportan dote ni usan hábito. Hay numerarias y numerarias sirvientes (el servicio doméstico), oblatas y supernumerarias, todas dirigidas por el Padre, el secretario general y otros.

Se supone que el instituto ha llegado a una cifra de varias decenas de miles de miembros distribuidos en cerca de noventa países. Su fundador y Padre ha alcanzado la santidad después de demostrarse oficial y evidentemente que hizo milagros (actos de poder divino, superior al orden natural y a las fuerzas humanas). Tras su muerte, el instituto se transformó en prelatura, con un prelado en la cúspide adjunto al Papa de Roma.

¡Aquellos ejercicios espirituales!

El que esto escribe fue encerrado a los catorce años de edad durante tres días junto a sus compañeros de curso sin hablar ni reír, solo rezar, para realizar los ejercicios espirituales que debían cumplir todos los años los alumnos de los colegios de la Compañía de Jesús. El primer día, el director de los ejercicios exhorta a los muchachos a que hagan un examen general de los pecados mortales cometidos, repasando los diez mandamientos, los siete pecados capitales y las tres potencias del alma ¡Pensad, clama el director, cuántos han sido condenados por un solo pecado mortal! Y cuenta lo que le sucedió a aquel joven, de una de las mejores familias de Bilbao, puro y virgen, recién confesado y comulgado, quien conduciendo su flamante y veloz coche tuvo un mal pensamiento, un deseo carnal, un pecado contra el sexto mandamiento; un deslizamiento del coche, un golpe brutal contra un árbol y la muerte instantánea ¡Condenado a las penas del infierno por toda la eternidad! ¡Y vosotros, con tantos pecados mortales cometidos, cuántas veces mereceríais ser condenados! El director se extiende en la explicación de la muerte, de cómo sobre el cadáver se ve pulular una gran cantidad de gusanos que, devorando y corrompiendo, dejan limpia la calavera. También explica, con la capilla a oscuras, sin más luz que una vela junto al sagrario, cuán repugnante es el peludo demonio, quien, usando sus garras de largas y afiladas uñas, introduce al réprobo a presión en un nicho al rojo vivo, un agujero que cierra con un torniquete dando ¡otra vuelta más al torniquete! Aquella noche se oyeron alaridos de pavor procedentes de las celdas de los muchachos. (Y el que esto escribe nunca recibió disculpas por tal inhumano comportamiento, pese a los supuestos cambios).

Hay que hacer una confesión general, dice el director. Contemplemos y sintamos el padecimiento de Cristo, el Hijo de Dios, su Pasión y su muerte en la cruz para salvarnos de la condenación eterna ¿Para qué nace el hombre sino para alabar a Dios nuestro Señor y salvar el alma, para ver, oler y gustar la infinita suavidad y dulzura de la divinidad? (Los jesuitas trataban, mediante esos ‘ejercicios espirituales’ administrados a tan temprana edad, de imponer unos dogmas y de determinar la conducta presente y futura de sus -pobres- alumnos).

Jesuitas

En 1521, Ignacio de Loyola, un militar vasco de pelo rojo y un metro y cincuentaicinco centímetros de estatura, resulta herido en las piernas durante la defensa de Pamplona. En su convalecencia lee vidas de santos, hace confesión de sus pecados y se encierra durante un año en una cueva de Manresa, donde escribe un manual que titula ‘Ejercicios Espirituales’. Después de viajar a Jerusalén, de estudiar en Barcelona, Alcalá, Salamanca y París y de ser acusado varias veces de hereje, hace votos de pobreza, castidad y obediencia al Papa junto a seis compañeros con los que funda en 1534 una nueva Orden. En 1540, el Papa Pablo III aprueba la Compañía de Jesús, de la que Ignacio es nombrado general (aunque una compañía no es una brigada ni una división).

La Compañía se dedicará principalmente a la educación, sin descuidar las misiones, la caridad y la política. Cuando muere Ignacio, en 1556 a los sesenta y cinco años de edad, hay cientos de sacerdotes jesuitas; doscientos años después el número asciende hasta varios miles. Su poder es tan grande que el Estado portugués los expulsa en 1762, Francia en 1762 y España en 1767, con la avenencia del rey Carlos III, de los ministros y de los obispos. Estos tres países presionan al Papa Clemente XIV, quien decreta la abolición de la Compañía en 1773, aunque Pío VII la restableció en 1814.

¿Por qué querían los Estados que despareciese la Compañía? En España, en el tiempo de la expulsión, los jesuitas tenían decenas de colegios que funcionaban en realidad como universidades privadas, en los que educaban a la juventud de las clases altas, preparándolas para que ocupase cargos políticos y sociales. La Compañía era un grupo político de presión en contra de las regalías, que eran los derechos del Estado para intervenir en los asuntos eclesiásticos. Estos derechos, según el Concordato entonces vigente, permitía al Rey nombrar obispos, quedarse con las rentas que recibía el Papa y exigir contribución de las tierras eclesiales. Los jesuitas se enfrentaron al Estado y al clero que los defendía, con la pretensión de tener la capacidad de acaparar bienes raíces sin limitación alguna.

Hoy en día, la Compañía tiene muchos colegios en España donde se educa a los hijos de las familias influyentes (y a los niños que demuestren sus capacidades intelectuales, como la evaluación que hicieron al que esto escribe para admitirle), posee grandes intereses en empresas y bancos y sigue siendo guía espiritual y confesor de magnates, políticos y altos cargos sociales… Y alcanzó el papado un jesuita, un ‘soldado de Dios’, que eligió el nombre de Francisco para llevar al Vaticano un aire nuevo…

Un gran cambio en la Iglesia Católica

Uno de los grandes cambios forzados del pensamiento dogmático de la Iglesia Católica se refiere al movimiento de la Tierra.

Parménides de Elea, hacia el año 480 a.C., justificaba la redondez de la Tierra, y Platón, unos ochenta años después, en el Timeo, defendía el giro diario de la Tierra alrededor de su eje: «La forma más corriente…no podía ser más que la que abarcase todas las formas…Por eso redondeó el mundo hasta hacer de él una esfera…quiso que el mundo girase sobre sí mismo y alrededor de un mismo punto con un movimiento uniforme y circular».

Aristarco de Samos, en el siglo III a.C., y Seleuco de Babilonia, unos cincuenta años más tarde, defendieron la teoría heliocéntrica, con la Tierra desplazándose a través de los cielos alrededor del Sol. Hubo que esperar hasta la muerte del católico Copérnico, en 1543, para que su discípulo Rheticus mandase publicar la obra que acababa con el geocentrismo de Hiparco y Tolomeo y que su maestro no se atrevió a dar a la luz. El luterano Johannes Kepler, de familia judía, aprovechando las delicadas medidas astronómicas de su valedor Tycho Brahe, demostró matemáticamente que las órbitas de los planetas no eran circunferencias perfectas, sino elipses. Pero Kepler, como Copérnico, era conservador y no quería enfrentamientos, por lo que fue Galileo, que quería despertar la consciencia de los hombres, quien impulsó la teoría heliocéntrica, enfrentándose a la Iglesia y al Santo Oficio: «Aunque hayan proclamado que decir que la Tierra se mueve es herejía, si las demostraciones, las observaciones y las necesarias verificaciones demuestran que se mueve, ¿en qué dificultad se habrán puesto a sí mismos y habrán colocado a la Santa Iglesia?…Si la Tierra se mueve ‘de facto’, nosotros no podemos cambiar la naturaleza y hacer que no se mueva». En 1633, el Santo Oficio hizo abjurar a Galileo de su teoría y le condenó a prisión, sentencia que el Papa Urbano VIII conmutó por la de arresto domiciliario en virtud de la elevada edad, setenta años, y de la mala salud del primer científico moderno.

Mucho peor le fue a Giordano Bruno, nacido en Italia en 1548, novicio de los dominicos y ordenado sacerdote a los veinticuatro años, aunque ya era sospechoso de herejía. Cuatro años después abandonó la Orden y cuando apareció en Génova abrazó la Reforma y siguió a Calvino. En 1584 publicó ‘La Cena del Miércoles de Ceniza’, donde relata, en tres diálogos sobre el Universo y tres sobre moral, la acalorada discusión mantenida con los doctores oxonienses en la que defendía el Universo infinito y la multiplicidad de los mundos (¡Las estrellas eran soles!) No se quedó ahí, también dijo que la religión era un medio para instruir y gobernar al pueblo ignorante, que la salvación no se obtenía por solo la fe, como adoctrinaba Calvino, sino por la dignidad de las acciones humanas. Tampoco se quedó ahí: defendió la base atómica de la materia y de los seres y propugnó la coexistencia pacífica de todas las religiones. Excomulgado por la Iglesia luterana, volvió a Italia en 1591 y un año más tarde fue denunciado a la Inquisición. Tras siete años en prisión y discusiones en las que defendía sus ideas como filosóficas y no teológicas, el ocho de febrero de 1600 fue conducido a la hoguera amordazado para que no pudiera exponer su doctrina y fue quemado vivo. Clemente VIII era el Papa de Roma.

La Iglesia Católica, Apostólica y Romana ha cambiado de criterio: actualmente admite que la Tierra se mueve; y ya no quema vivos a los que mantienen opiniones contrarias a las suyas, solamente los manda al infierno, aunque sus principales pensadores no tienen claro dónde está ubicado y si hay auténticas llamas o no.

¿Cambios en la Iglesia Católica?

En los últimos tiempos, los pequeños cambios en la Iglesia han venido determinados por el carácter del Sumo Pontífice. En este sentido, conviene recordar al ultraconservador Pío IX (pionono), que detentó el papado más largo de la historia (treinta y dos años que finalizaron en 1878) lo que le dio oportunidad para castrar centenares de esculturas en el Vaticano (sustituyendo los penes por hojas de parra de escayola), y para promulgar el dogma de la Inmaculada Concepción de María (sin intervención de varón alguno) y el dogma de la infalibilidad papal (su propia infalibilidad).

Después de los dos papas antitéticos, Pío XII y Juan XXIII, hubo un año, el 1978, en el que coincidieron tres papas. Pablo VI (Giovanni Battista Montini, 1897- 1978) anterior director espiritual de futuros destacados políticos como Aldo Moro en la Universidad de Roma, arzobispo de Milán en 1954 y cardenal en 1958, fue elegido Papa en 1963, un Papa peregrino que estuvo hasta en Asia. La ultraderecha le tachó de marxista por su encíclica Populorum Progressio, en la que defendía la justicia social, aunque, como conservador , se mostraba a favor del celibato sacerdotal y en contra de los métodos artificiales de la prevención de nacimientos. Juan Pablo I (Albino Luciani, 1912-1978) escogió el primer nombre compuesto de la historia en honor a sus dos inmediatos antecesores. De familia pobre, fue arzobispo de Venecia en 1969 y cardenal en 1973. Una vez elegido Papa murió de misteriosa muerte tras treinta y cuatro días de cortísimo papado ¿Había amenazado con destapar delitos financieros del Vaticano? ¿Había propuesto dejar los palacios e irse a vivir a un barrio obrero? Apareció muerto en su cama, donde faltaban sus medicinas, zapatillas y testamento ¿Fue envenenado? (Esto parece pura tradición borgiana). El tercero de los papas de 1978 fue Juan Pablo II (Karol Woytila 1920- 2005). Polaco, primer Papa no italiano desde hacía 436 años. Profesor de filosofía, ferviente anticomunista, arzobispo de Cracovia en 1964 y cardenal en 1967. Beatificó a Pío XI y él fue santificado por el Papa Francisco.

Después llegaron el contemporizador Ratzinger (Benedicto XVI) que pretendió arreglar los delitos del banco Vaticano y acabó dimitiendo, caso insólito, por problemas de salud, y el jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio (1936-2025), que adoptó el nombre de Francisco en memoria del pobrecito de Asís. Hombre próximo a la ecología, hablaba con un lenguaje tímidamente evangélico. Pretendió conseguir una mayor transparencia financiera, tuvo que afrontar los graves casos de pederastia de muchos sacerdotes, sustituyó poderosos obispos conservadores por otros más moderados y nombró un grupo de cardenales de los cinco continentes para tratar de la reforma de la curia. Ahora rige la Iglesia Católica un estadounidense de Chicago nacido en 1955 de nombre Robert Francis Prevost. Fue misionero en Perú, donde alcanzó el obispado. Es agustino y atiende por León XIV ¿Mantendrá y expandirá los propósitos del papa Francisco?

Juan XXIII y el Concilio Vaticano II

Angelo Giuseppe Roncalli comenzó su carrera eclesiástica como secretario del obispo de Bérgamo, localidad en cuyo seminario fue profesor de teología. En 1925, a los cuarenta y cuatro años de edad, fue nombrado visitante apostólico en Bulgaria y, en 1935, arzobispo delegado en Grecia y Turquía, donde convivió, más en comidas y celebraciones que en los despachos -dicen- con ortodoxos y musulmanes. En 1944 sustituyó al nuncio en Francia, que había sido colaborador de Pétain, y en 1953 fue nombrado cardenal y patriarca de Venecia. A la muerte de Pío XII fue elegido, por su elevada edad, para cumplir el rol de ‘Papa de transición’. Juan XIII. bajito y grueso, con sus relajadas audiencias y su sonrisa bonachona, se convirtió pronto en el Papa más popular y, más todavía, cuando convocó en 1962 el Concilio Vaticano II para estudiar el ‘aggiornamento’ de la Iglesia Católica. El Papa deseaba una Iglesia servidora de la Humanidad, olvidada de los anatemas y de las hostilidades políticas, y con una decidida vocación ecuménica: para ello invitó al concilio a observadores ortodoxos, anglicanos y protestantes y aconsejó eliminar frases de la liturgia ofensivas hacia lo judíos. Roncalli murió un año después de la inauguración del concilio, legando a su numerosa familia la fortuna acumulada, consistente en unos veinte dólares de la época. El papa Francisco lo canonizó en el año 2014.

El concilio continuó con la presidencia de Pablo VI ¿Cambió en algo la postura defensiva e inflexible que ha mantenido la Iglesia Católica desde tiempo inmemorial o, al menos, desde la reforma protestante? Ahí sigue la infalibilidad papal y toda la corte de dogmas ¿Está en la inflexibilidad, en la transmisión del régimen dictatorial, el secreto de la pervivencia de la Iglesia Católica a lo largo de los siglos?

Pío XII entre nazis y fascistas

Eugenio María Giuseppe Giovanni Pacelli nació en 1876 en la cuna de la alta burguesía romana. Fue educado en los principios de los que no se separaría en la vida: la piedad (consagrado sacerdote a los veintitrés años); el sentimiento romano y clerical (nombrado obispo el 13 de mayo de 1917, coincidiendo con la aparición de la Santísima Virgen en Fátima); la tradición diplomática familiar (fue nuncio doce años en Baviera y Berlín y secretario de Estado durante otros diez); y la devoción al papado (a la muerte de Pío XI, en 1939, fue elegido Papa en la tercera votación de un cónclave rapidísimo).

En la Alemania de Bismarck hubo una ‘lucha de culturas’ en la que a los católicos se les exigió que no mantuvieran actividades políticas y que culminó en el cierre de seminarios e iglesias; pero la resistencia pasiva condujo a la existencia del Partido del Centro, de filiación católica, que era fuerte cuando Pacelli asumió la nunciatura. A medida que los nacional socialistas iban escalando hacia el poder, Hitler aumentaba sus exigencias a los católicos: desaparición del Partido de Centro, cese de la actividad política y, finalmente, adhesión al nuevo Estado. El diplomático Pacelli aceptó todo, dedicándose a la aprobación de un concordato que protegiese a las escuelas, los seminarios y las iglesias; además, durante la guerra, la opinión internacional le acusó de indecisión por no manifestarse en contra de las deportaciones de judíos mostrando una neutralidad calculada ante el salvajismo y el genocidio. La postura ambigua de Pacelli ante los espantosos sucesos de Croacia, en donde los católicos ustachi, entre los que figuraban sacerdotes franciscanos, masacraron serbios ortodoxos, judíos y gitanos, tampoco fue bien recibida en el mundo, del mismo modo que no se entendió que evitase la condena de la invasión de Etiopía y Albania por los fascistas italianos. Su miedo al comunismo, al que suponía dispuesto a destruir el cristianismo, sirvió para que Siri, arzobispo de Génova, estuviese autorizado a manifestar, en las primeras elecciones después de la guerra, que votar a los comunistas era pecado mortal, un pecado que los sacerdotes no podían absolver. Por la misma razón, Francisco Franco, el gran vencedor de los bolcheviques, recibió del Vaticano la Suprema Orden de Cristo y, en justa reciprocidad, el Estado español suscribió el concordato más favorable para la Santa Sede.

Pio XII se manifestó como mediador único entre Dios y los hombres, como Papa infalible devoto de la Inmaculada Concepción y de la Asunción de la Virgen (que ni murió ni se corrompió), y como mantenedor de una postura contraria al ecumenismo y favorable a una extensa burocracia administrativa.

Renan interpreta a Jesucristo

El gran humanista francés Ernest Renan (1823- 1892) publicó en 1863 el libro titulado ‘Vida de Jesús’, que fue incluido en el índice de lecturas prohibidas por la Iglesia Católica. Renan, aunque abandonó los estudios sacerdotales a los veintitrés años, siguió teniendo una fe en Dios casi cristiana. Él no creía en la divinidad de Jesucristo, pero opinaba que fue el individuo que hizo dar a su especie el mayor paso a lo divino, ignorando con esta opinión a los ‘divinos’ anteriores.

Afirma Renan que «Jesús no nació en Belén, sino en Nazaret, algunos años antes de lo tradicionalmente admitido. Su familia, procediese de uno o de varios matrimonios, era bastante numerosa: Jesús tenía hermanos y hermanas, de los que parece haber sido el primogénito. Su madre y sus hermanos, que solo tuvieron notoriedad después de su muerte, le trataban como a un soñador exaltado que había perdido el juicio. Su seguidor Santiago no era su hermano, sino su primo hermano, hijo de una hermana de María también llamada María».

Según los relatos míticos, el Mesías sería hijo de David (aunque esa familia estaba extinguida), nacería en Belén, sería anunciado por una estrella y llegarían mensajeros. Después de la muerte de Jesús, esos relatos adquirieron un gran incremento, pero él no tuvo conocimiento de ellos, es más: «Nunca se designó a sí mismo hijo de David y nunca pensó en hacerse pasar por una encarnación del hijo de Dios».

En el evangelio de San Mateo, el recaudador de impuestos, se enumeran múltiples milagros de Jesús: cura a un leproso, al siervo de un centurión, a la suegra de Pedro, a dos posesos, a una hemorroísa, a dos ciegos y a un endemoniado, calma la tempestad, resucita a una niña, multiplica los panes y los peces y camina sobre las aguas; su misión es sobrenatural porque hay milagros. Renan se pregunta: ¿hubiera convertido al mundo al ser despojado de los milagros?, y afirma que para Jesús y para la gente de su tiempo (la noción de la imposibilidad de lo sobrenatural no apareció hasta el nacimiento de la ciencia experimental), lo maravilloso era normal y el milagro no era nada extraordinario, ya que el curso de las cosas es el resultado de la libre voluntad divina y al orar se puede detener la enfermedad y hasta la muerte.

Renan deduce que Jesús no conoció la doctrina helénica ni a los esenios (aunque tenía algún punto de coincidencia con su principio comunista), pero sí sabía del Antiguo Testamento contra el que se rebela: «dice no al divorcio, al talión, a la usura y al deseo voluptuoso; su Dios no es el déspota parcial que ha elegido a Israel como pueblo y le protege contra todos nosotros». Además, opina que «Jesús tiene la aspereza de la raza judía para la controversia y adopta un tono injurioso: no sabe que el conocimiento de los matices es lo que hace al hombre cortés y moderado» e «introduce un germen de teocracia y fanatismo: aparta al hombre de la tierra, destruyendo la vida, alaba al cristiano que resiste a su padre y combate a su patria y sostiene que la ley común (el Estado) está en contradicción con el reino de Dios». Jesús habla en parábolas para no ser comprendido, para que las gentes mirando no vean y oyendo no entiendan, porque para entrar en el reino de los cielos, algo muy difícil para los ricos, hay que ser como niños. En consecuencia, dice Renan que «la pobreza era un ideal para Jesús: sus verdaderos discípulos serían las órdenes mendicantes de la Edad Media y Francisco de Asís. El hombre perfecto sería el monje. Quería un culto puro, una religión sin sacerdotes y sin prácticas».

En todos los evangelios se anuncia la segunda venida de Cristo y el fin del mundo, una creencia firme para toda la primera generación cristiana. En el Apocalipsis, escrito en el año 68 según Renan, se fija el fin del mundo en tres años y medio. Este errado pronóstico libró a las personas que no tenían la señal de Dios sobre la frente de no ser muertos, sino torturados durante cinco meses con un dolor como el que produce la picadura del escorpión, las personas desearían morir, pero la muerte huiría de ellos. ¡Qué lirismo dulcísimo el del autor del Apocalipsis!

Y así llegamos al absurdo: A Jesús, un hombre que nunca había salido de los estrechos límites de su pequeño país, sus seguidores lo convirtieron en el Dios creador de una Tierra que gira alrededor del Sol, de un sistema solar que se desplaza en una rama lateral de una galaxia constituida por miles de millones de soles, de una Vía Láctea situada en un Universo donde existen miles de millones de galaxias…

¿Qué dice gente importante sobre Dios?

Ferrater Mora, en su extenso ‘Diccionario de Filosofía’, al tratar del problema de Dios da tres concepciones: religiosa, filosófica y vulgar. Elabora una lista de conceptos empleados por los filósofos para aclarar el significado de Dios: ente infinito; lo que es en sí y por sí se concibe; el Absoluto; el principio del Universo o causa primera; el espíritu o razón universales; el Bien; lo Uno; lo que está más allá de todo ser; fundamento del mundo y hasta el propio mundo entendido en su fundamento; finalidad a lo que todo tiende; etcétera. El exceso de conceptos más oscurece que clarifica. Como dice el físico Steven Weinberg: «algunas personas tienen una imagen de Dios tan amplia y flexible que es inevitable que lo encuentren dondequiera que lo busquen». Otros atacan la idea por la base: el filósofo Auguste Comte dice que «la única máxima absoluta es que no existe nada absoluto»; y el físico Richard Feynman apunta que «como no hay verdades absolutas, no se debe preguntar ¿existe Dios? sino ¿cuál es la probabilidad de que exista Dios?»; Bertrand Russell también ironiza «¿Dios creó el bien? entonces el mundo que conocemos fue hecho por el demonio en un momento en que Dios no estaba mirando».

Según sus creencias religiosas, las personas pueden ser teístas, deístas, panteístas, agnósticas o ateas. Los teístas creen en una inteligencia sobrenatural creadora del Universo, supervisora de su destino y ligada a los asuntos humanos. Creen en los milagros y también apoyan lo que denominan el ‘diseño inteligente’, esto es, la acción directa de Dios sobre cualquier prodigio natural, como la inmunología o la existencia de plantas carnívoras. (Así eluden la investigación de los problemas complicados). Creen en un Dios capaz de leer las mentes de todos los seres, de enviar señales inteligentes a millones de personas simultáneamente y de recibirlas.

Los deístas creen en una inteligencia sobrenatural creadora pero no en su posterior intervención. Es el Dios de Voltaire, que cree en un Dios sin revelación.

En el panteísmo, Dios y Naturaleza son dos nombres para una misma realidad. El Dios de Spinoza se revela en la armonía del mundo pero no se ocupa del destino ni de los actos de los seres humanos. Es el Dios de Einstein, que dijo: «No creo en un Dios personal. Soy un no creyente profundamente religioso. Lo que yo percibo en la Naturaleza es una estructura magnífica que solo podemos comprender muy imperfectamente, y eso debe llenar a cualquier ser pensante de un sentimiento de humildad».

El agnosticismo tiene distintos significados. Si Thomas Huxley lo usó como filosofía para rebatir ideologías cristianas, después se ha ampliado para afirmar que el entendimiento humano no puede comprender el absoluto.

El que esto escribe definiría el ateísmo sencillamente como la no creencia en ninguno de los dioses inventados por los humanos. Decía Russell: «No puedo probar que Dios no existe ni que Satán es una ficción…igualmente pueden existir los dioses del Olimpo o de Egipto…se encuentran fuera de la región del conocimiento y, por lo tanto, no hay razón para considerar ninguna de ellas».

Es evidente que los conceptos y creencias susodichos se solapan y, a veces, se confunden. Decía Bertrand Russell: «La mayoría de la gente cree en Dios porque le han enseñado a creer desde su infancia». Y, contra los cristianos, remacha Richard Dawkins: «Se inoculan (al niño) virus mentales tales como: Un hombre nace de una madre virgen (sin padre biológico); el hombre sin padre vuelve a la vida después de tres días muerto; cuarenta días después sube al cielo; el hombre sin padre y su Padre (que es Él mismo) oye tus pensamientos y los de todo el mundo; puedes ser recompensado o castigado después de tu muerte por hechos o pensamientos que solo Él ha visto; la virginal madre del hombre sin padre que nunca murió, ascendió corpóreamente al cielo; el pan y el vino bendecidos por un sacerdote (que tiene que tener testículos) se convierten en el cuerpo y la sangre del hombre sin padre». Y es que, como dice Russell: «Respecto a la fe religiosa, mucha gente preferiría morir antes que pensar. De hecho, lo hacen».

Breve relación histórica de las creencias religiosas

Allá por los años cincuenta del siglo pasado todos los adolescentes españoles éramos etiquetados como CAR, católicos apostólicos romanos. Fuera de nuestra religión, la única verdadera, no había más que infieles, idólatras, paganos, gentiles, iconoclastas, sectarios, heterodoxos y herejes. Consecuentemente, no tenía sentido el conocimiento de las demás religiones ni el estudio de la evolución del pensamiento religioso en la historia que, según los exégetas, comenzó con el animismo y continuó con el politeísmo y el monoteísmo.

En el animismo no existían objetos inanimados: incluso los objetos inanimados estaban dotados de ánima. Los Neandertal y Cromañón realizaban enterramientos rituales, poniendo al alcance de sus muertos objetos que les sirviesen en una especie de nueva vida, iniciándose así la complicada relación entre práctica, mito y fe que existe en las religiones. Es de suponer que el instinto de conservación y la lucha por la existencia dirigieran los procedimientos rituales hacia la multiplicación y consolidación de los individuos. En la religión primitiva parece ser que hubo una creencia común, y entre tribus distantes, en un ser supremo que moraba en el cielo y que premiaba y castigaba, y al que solo se molestaba en ceremonias especiales. El culto se dirigía habitualmente a los espíritus menores, los cuales controlaban los procesos naturales como la lluvia o el frío.

Cuando los humanos se hicieron agropecuarios, incrementaron los ritos de veneración a los muertos, alcanzando su apoteosis en el antiguo Egipto con Osiris, señor de los muertos, y las prácticas embalsamadoras de los sacerdotes con sus decenas de dioses y diosas. (Según nos cuenta el premio Nobel de Literatura Naguib Mahfuz en una espléndida relación novelada de las declaraciones de catorce protagonistas, el faraón hermafrodita Akenatón, marido de Nefertiti y padre de Tutankamón, intentó crear un monoteísmo adorando a Atón, el dios del amor y la felicidad, el morador de la luz invisible situada más allá de Ra; pero su rebelión contra los múltiples dioses de Egipto fracasó en los aspectos sociales y fue derrotado por los seguidores de Amón, dios de dioses).

Los iranios (arios) de raza blanca, guerreros, tribales y politeístas, dominaron el valle del Indo, de cultura urbana y raza oscura. Allí aparecieron las castas, con la hegemonía de los nobles y guerreros y de los sacerdotes (brahmanes) sobre los comerciantes, campesinos y artesanos, siervos morenos y parias intocables. Los brahmanes, maestros del conocimiento sagrado (vedas) y de los sacrificios, adoraban a un dios dominante que es creador y creación, ya que el universo consta de las partes del cuerpo del creador. Los místicos (upanishads), por medio de las reencarnaciones, pretendían la absorción del alma humana en la realidad cósmica divina (Brahman). Si las acciones (karma) son buenas, por la vía del conocimiento, de las ceremonias o de la devoción a los dioses Visnú, el conservador, y Shiva, el destructor, lo son las reencarnaciones y se puede conseguir la liberación. La octava encarnación de Visnú es muy sugerente para los cristianos: se trata del dios humano Krishna, nacido sin contacto sexual de una princesa virgen, la cual debe huir para salvar a su hijo de la matanza de niños ordenada por su hermano el emperador Kamsa. También cuenta el Mahabarata que el dios niño hizo muchos milagros y eliminó demonios, y que siendo adolescente se retiró a los bosques, donde meditaba, pastoreaba vacas y donde, al sonido de su flauta, acudían un gran número de seguidores y discípulos. Un cazador discrepante le mató de un flechazo en su única parte vulnerable, el talón. Según algunos. a su muerte tuvo lugar una gran tormenta y el cuerpo ascendió al cielo en medio de un remolino luminoso. Krishna es, posiblemente, el más popular de los dioses en India y ha sido objeto de muy variados cultos: es el divino amante al que se representa de color azul y rodeado de adoradores.

Hace unos dos mil quinientos años, Shidarta Gautama, el Buda, creó en India un sistema monástico que eliminaba las castas y los rituales brahmánicos, pero que mantenía la rencarnación a través del karma. Según su doctrina, todo se encuentra en constante devenir, por lo que no existe ningún Ser Eterno ni ningún absoluto humano o divino. Si los humanos consiguen dominar los deseos equivocados y destruyen toda ambición, alcanzarán un estado mental libre de pasiones, el nirvana, y se emanciparán de la individualidad, esa mera ilusión. Al Buda lo deificaron y lo exportaron a China donde se fundió con el taoísmo de Lao-tse, una doctrina contemplativa que preconizaba una inactividad semejante al nirvana para identificarse con el Tao. Ni el budismo ni el taoísmo se confundieron con las doctrinas de Confucio, a quien nombraron dios, basadas en el mantenimiento de las tradiciones y en reglas tales como «no hagas a los demás lo que no quieras para ti». En Japón, el budismo se impuso al sintoísmo y derivó principalmente al zen, más activo y orientado a pasar del pensar al saber a través de la disciplina.

El iranio Zaratustra, descendiente de los guerreros arios procedentes del sur de Rusia, estableció, allá por el año 600 a.C., un monoteísmo sustentado en Ormuz, el Bien, el creador, el omnisciente, opuesto a Ahriman, el Mal, del que no explicó de donde procedía. Zaratustra defendió la vida agrícola y estable frente al pillaje de los nómadas y enseñó que las almas justas irían al cielo, las malas a un lago ardiente y las indefinidas a un limbo situado entre la tierra y las estrellas en espera de un juicio final. Sus seguidores le ascendieron a dios y complicaron la doctrina, añadiendo la llegada de un Mesías nacido de virgen, el Salvador, que traería un nuevo orden, con la resurrección de los muertos, el juicio final, la expulsión de Ahriman y la creación de un nuevo universo. Resulta evidente la influencia que tuvo la doctrina irania en el judaísmo y en el cristianismo.

Yahveh, un dios tribal que establece contacto directo con Abraham (hacia 2.000 a.C.) y que prohíbe la adoración de otros dioses, fue considerado por Moisés (1.300 a.C.) y los monarcas Saúl y David (1.000 a.C.) creador del mundo y señor de toda la Tierra. La idea del dios único aglutinó a los hebreos: crearon la teocrática Alianza y regularon la obediencia a las leyes mediante la Torá. Las enormes alternativas históricas del pueblo hebreo, desde la esclavitud en Egipto y las conquistas helénica y romana hasta la diáspora, han devenido en el judaísmo rabínico del Talmud, con sus variantes sefardí y centro europea.

Después de Adán, Abraham, Moisés y Jesús, aparece hacia el año 700 d.C., el más perfecto, según sus seguidores, de los profetas: Mahoma, el propagador del Islam, palabra que significa «entregado a los deseos de Dios» y que define a una religión que proclama no haber más dios que Alá, cuyas leyes están plasmadas por escrito en el Corán. El adepto al Islam debe creer en un único Dios, en los ángeles, en los libros revelados, en los profetas, en el día del juicio, en el bien y en el mal, además de cumplir con las prácticas religiosas preceptivas. Actualmente existen tres teologías: la sunní, ortodoxa; la chií, con líderes ejemplares que transmiten las verdades del Corán; y la sufí, extendida por India, Asia Central, Turquía y África subsahariana.

La doctrina cristiana, pese a declarar la incomprensibilidad de Dios, mantiene la existencia de la Santísima Trinidad, esto es, tres personas distintas y un solo Dios verdadero. El catolicismo tiene, además, una plétora de motivos de adoración o veneración: se adora a Jesucristo en sus diversas facetas de nazareno o niño, a las miles de vírgenes dolorosas, inmaculadas, Lourdes, Fátima, de la Regla, macarenas o de la Guía, y se venera a los innumerables apóstoles, santos, beatos, padres de la Iglesia, mártires, patronos y reliquias a los que se hacen rogativas y se piden milagros. También hay ángeles malos, los temibles satanás, belcebú y lucifer, y una completa corte celestial de ángeles buenos, entre los que cabe destacar a los miles de millones de ángeles de la guarda, dulce compañía, que cuidan de la salud moral y física de los individuos tanto de noche como de día. (¿No es toda esta imaginería politeísmo y animismo supersticioso?)