El espesor de la atmósfera terrestre es menor del 1% del diámetro de la Tierra aun considerando la estratosfera. El astrónomo Carl Sagan lo compara con una mano de pintura sobre una pelota voluminosa. Además tiene en cuenta que el planeta soporta la mayor densidad de población media de la historia, de diez personas por kilómetro cuadrado y con un crecimiento todavía explosivo, y que «la especie humana se dedica afanosamente a explotar su entorno con un conocimiento muy pobre de las consecuencias de sus acciones». Sagan defiende que nuestro planeta es indivisible, por lo que «en Norteamérica se respira el oxígeno generado en las selvas ecuatoriales brasileñas; la lluvia ácida emanada de las industrias contaminantes del medio oeste de Estados Unidos destruye los bosques canadienses; la radiactividad de un accidente nuclear en Ucrania pone en peligro la economía y la cultura de Laponia; el carbón quemado en China eleva la temperatura en Argentina; los clorofluorcarburos que despide un acondicionador industrial constituye una trampa explosiva. Sin embargo, resulta muy costoso tomar en serio amenazas tan horrendas. Tal vez los científicos que nos previenen de la inminencia de catástrofes sean unos agoreros. Tal vez no sea más que una manera de conseguir subvenciones oficiales. Otros científicos dicen que no hay de qué preocuparse, que tales afirmaciones no están demostradas, que el medio ambiente se curará solo. Como es lógico, queremos creerles».
El químico físico irlandés John Tyndall descubrió, hacia la mitad del siglo XIX, que el dióxido de carbono y el vapor de agua, transparentes a la luz visible, no lo son para el infrarrojo. En ausencia de sol, por ejemplo de noche, la superficie de la Tierra irradia calor hacia el espacio exterior principalmente en forma de ondas infrarrojas que son parcialmente bloqueadas por el dióxido de carbono, el vapor de agua y otros gases como el metano y óxidos de nitrógeno. Aunque las cantidades de estos gases es pequeña (y la de vapor de agua, además, variable), bloquean la suficiente radiación infrarroja para producir el ‘efecto invernadero’, gracias al cual la temperatura media de la Tierra es de unos 13ºC. Si dicho efecto no existiese se calcula que la temperatura media de la superficie terrestre sería de unos 11 grados bajo cero.
En la actualidad, La Tierra se encuentra en un periodo interglacial. Durante el último millón de años, los glaciares han avanzado y cubierto de hielo buena parte de la superficie terrestre, retirándose después sin efectos catastróficos para la vida humana, ya que la diferencia entre la temperatura media global de una glaciación y un periodo interglacial es solamente de 3 ó 6 grados. Incluso en el transcurso del periodo puede haber fases cálidas, como ocurrió entre los años 1.000 y 1.300, o fases frías, como la ‘pequeña edad de hielo’ que duró desde 1.300 hasta 1.700. De los datos anteriores se deduce que aun pequeños cambios en la temperatura media producen cambios notables en el clima y que la temperatura media está influida por pequeñas variaciones en la capacidad de captación del calor emitido por la Tierra mediante los gases de efecto invernadero. Por ejemplo, si la concentración de dióxido de carbono es mayor del 0,03% (300 partes por millón, la concentración preindustrial) aumentará el calor y habrá mayor evaporación de agua, con una cuádruple consecuencia: a más dióxido de carbono, más efecto invernadero, pero mayor crecimiento de las plantas que lo consumen; a más nubes, mayor efecto invernadero, pero más reflejo de la luz solar que no llega a la superficie terrestre. De estas y otras tendencias contrapuestas surgen las discrepancias sobre el cambio climático que se vienen manteniendo a lo largo de los años.
El divulgador científico John Gribbin sostiene que tiene que haber un límite para el aumento de temperatura debido al efecto invernadero, ya que la saturación de la banda de captación de la radiación infrarroja no puede producir un aumento de la temperatura media global superior a los 4ºC. Otros afirman, sin aportar datos, el mayor o menor calor a las diferencias en el brillo del Sol y al desconocimiento de la influencia de la radiación ultravioleta y del viento solar. El novelista ‘best seller’ Michael Crichton, que afirma haber estudiado el tema en profundidad, publica cosas como estas: «En esencia, la amenaza del calentamiento del planeta no existe. Incluso si fuese un fenómeno real, seguramente redundaría en un beneficio neto para la mayor parte del mundo». «El control social se administra mejor desde el miedo. Miedo a la guerra nuclear, al imperio comunista, a las crisis ecológicas, al medio ambiente tóxico, al terrorismo, a la delincuencia, a los extranjeros, a la enfermedad, a la tecnología, a los alimentos, a los gérmenes, a las sustancias químicas… El complejo industrial-militar no es ya el principal impulsor de la sociedad, sino el complejo político-jurídico-mediático que fomenta el miedo apelando a la seguridad».
Un equipo de científicos patrocinado por la ONU denominado Panel Internacional para el Cambio Climático (IPCC en siglas inglesas), manifestó en el 2.007 que la temperatura media de la superficie terrestre había aumentado 0,55ºC en los últimos cincuenta años y que existe una probabilidad del 90% de que este aumento se deba a la actividad humana, esto es, a las emisiones de dióxido de carbono, de óxidos de nitrógeno y del metano procedente de los vertederos, del ganado, de los arrozales y de las pérdidas del gas natural empleado.
En 1997, el Fondo Mundial para la Naturaleza publicó un informe en el que, sobre un mapa del mundo, enumeraba un conjunto de evidencias demostrativas de que sufrimos ya las consecuencias físicas, ecológicas y sobre la salud del aumento de la temperatura media: 1.- Impacto físico: Los glaciares de los Alpes han perdido la mitad de su volumen desde 1985 y en los de Perú el deshielo es siete veces superior a décadas anteriores; el permafrost no está permanentemente congelado en Siberia, y en Alaska se derriten los sótanos de los esquimales; mientras las precipitaciones aumentan en el este de Norteamérica, en el Sahel avanza el Sahara; etcétera. 2.- Impacto ecológico: Calentamiento del Pacífico en California con desaparición del 80% del zooplancton y el colapso de pesquerías; incendios por calor en las islas Galápagos; aumento del nivel del mar en al bahía de Chesapeake; desaparición de un sistema coralino en Belice; colapso de las poblaciones de pingüinos en la Antártida; las plantas crecen cien metros más arriba en los Alpes; desaparecen témpanos de hielo en Japón; etcétera. 3.- Impacto sobre la salud: Epidemia de termitas, mosquitos y cucarachas en Luisiana tras cinco años sin heladas; epidemia de ratas en India tras fuertes lluvias; el paludismo aumenta en Madagascar y es nuevo en Ruanda; el dengue se extiende con el mosquito hacia el norte de México y Texas; etcétera.
El químico físico James Lovelock, creador de la teoría Gaia que engloba a los organismos y al medio ambiente explica «por qué la Tierra está rebelándose y cómo podemos todavía salvar a la Humanidad». Él cree que Gaia está respondiendo al efecto invernadero y que su contestación es ya imparable: terminará con nuestra civilización, no con el planeta ni con la vida. Está convencido de que la sociedad industrial no dejará de emitir gases de invernadero y de que, además, los que hay son suficientes para que la Tierra siga calentándose. Vaticina un final catastrófico, principalmente debido a las inundaciones masivas que supondrán emigraciones hacia las regiones árticas con grandes pérdidas de vidas humanas. (En el artículo de mi blog Juan Martín Mira / Universal titulado ‘2022. Avances y retrocesos’ hay un apartado dedicado a Lovelock en el que están ampliadas estas cuestiones).